Hay, curiosamente, una deliberación de un abstracto difícil de situar, más, al final del poema, todo pretende reflejar unidad donde lo descrito es, de alguna manera, el resultado de lo expreso como elementos integrantes más un entendimiento pensado que lleva al lector a un renovado esfuerzo que, en ocasiones, para algunos, resultará una razón comprensiva y otras no tanto.
Confieso, como lector, que prefiero el tono de esos poemas que se aproximan al paisaje de la autora en su sencillez (Dinamarca, para el caso) y es entonces cuando el lector está más protegido de innovaciones novedosas y un tanto agrias. Me refiero, por ejemplo, al poema Septiembre: “Lo lento se disuelve/ por fin se regocija el silencioso banco/ las mujeres que tejieron el verano/ miran a su alrededor/ los puntos se mueven/ se mueven en la abundancia pura y dura/ las lágrimas fluyen/ y apenas llenan el lago;/ los niños nacen,/ miran a su alrededor.
Aquí la escena queda expresa en palabras próximas, y el lector se siente más libre para disponer sus emociones o sentimientos a favor de lo que la poeta sugiere o interpreta.
Salvo los textos en prosa poética, de que también se acompaña este libro (en bilingüe, algo que siempre ha de valorarse en favor de aquel que pueda cotejar el discurso en su distinta versión) los poemas van sin signos de puntuación; es entonces cuando el lector ha de asociar sus facultades al discurso establecido en el poema, y ahí, la libertad, tanto del autor como del intérprete-lector, ha de vagar a su libre albedrío.
Pero poesía también es eso: emotiva sorpresa, orden complejo en un decir que juega, para sobrevolarla, con la realidad. Tal como leemos en el encabezamiento del poema Yo: “A man and a woman and a blackbird Are one”.
Claro como el agua visionaria, como la realidad onírica.
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