En POLVO, HUMO Y DESESPERANZA (Ondina Ediciones colección Verdemar, 2022), Novalbos nos va mostrando la semblanza, de nuevo, de su poesía, llena de lirismo, de imágenes y, sobre todo, de la impronta marcada a fuego, nunca mejor dicho, de la erupción del volcán Cumbre Vieja, que asoló durante la semanas la isla canaria de la Palma.
Dice el refrán popular que ‘Dios no nos mande todo lo que podamos aguantar’. Esta frase viene que ni pintada al hilo de los hechos que la ciudadanía española ha ido soportando en estos largos años. Porque cuando todavía vivíamos las embestidas de la olas del Covid-19, la Naturaleza, esa madre que nos acoge pero que a veces se convierte en madrastra, sacudía con voz de tronante y lava incandescente la isla canaria de La Palma. Ese espanto imprevisible, que tanta impresión ocasionó a las retinas de tanta gente a través de las imágenes de televisión, se ha transformado en palabras, en versos, en el libro de Fernando Novalbos Sánchez.
Porque si la poesía está para contar y para sentir, Novalbos lo demuestra a través de sus versos que no tienen que ser solo fiel reflejo de llamas y cenizas sino de aquello que nos queda cuando contemplamos pasar de ‘todo a nada’, como apunta el mismo autor en la contraportada a través de la inspiración de una cita de José Hierro, una cita más de todas las que glosan los poemas del libro, pórticos que anuncian el camino de estrofas, de sílabas que saltan de una línea a otra, que nos hablan del silencio, de la visión del mar, de la noche, la luna, las estrellas, del amor, del padre ausente... Y de Sara, su musa encarnada en él como padre.
En POLVO, HUMO Y DESEPERANZA hay muchas claves que ya estaban planteadas en el anterior libro de Novalbos, y que vuelven con la identidad que da la poesía con voz propia, la poesía que se ha ido cincelando a través de los años, de los días, de ganar y de perder, como ese volcán que se iba comiendo trozos de la isla para dárselos al mar para agrandar su costa. La paradoja de la vida y de la muerte, de seguir adelante, como dice el poeta:
“Como las abejas a las avispas,
como las moscas a la miel dulce,
tiraré para adelante sin mirar atrás”
Pero, quizá, de esas claves a las que nos referimos es en el último poema de este libro cuando se nos señala el cierre de ese círculo abierto por Novalbos con la primera página, para llevarnos a entender el papel que su poesía juega en esta sinfonía de destrucción y belleza que supone la erupción del Cumbre Vieja, a través del sentido poema Casa enterrada:
“La poesía se resuelve con el aire, la poesía respira,
puede ser la llama prendida por el fuego,
arde en la ranura de la llave que abre la puerta cerrada,
o el visillo de la ventana expuesta al sol,
flota como la espuma,
resucita la música callada del silencio,
se abraza a la alegría que sucumbe a la tristeza,
el polvo, el humo, la desesperanza, y el adiós,
un sutil descubrimiento lejano a los ojos de la niebla,
la forma líquida que entierra el magma bajo el agua,
comienza a crecer en la pisada que dejan los pies,
el recuerdo de lo que un día fue el viento abrasado,
los cimientos traspasados de la casa enterrada”.
Debemos señalar que esta obra, además, cuenta con el valor añadido de las fantásticas ilustraciones, tanto de cubierta como interior, de la artista toledana Raquel Villarrubia Díaz y que ilustran esas sensaciones reconocibles entre la magnificencia de la erupción volcánica y la desolación de las ilusiones de muchos palmeros enfrentándose a desenterrar sus vidas de entre las cenizas, y a los que dan voz los versos de Fernando Novalbos Sánchez en este libro de cuidada edición, como ya nos tiene acostumbrados Ondina Ediciones. También muy ilustrativo el prólogo del poeta Alberto Morate, que a pesar de su brevedad consigue desentrañar los secretos que después nos desvelarán los poemas.
Para finalizar cabe decir que POLVO, CENIZAS y DESESPERANZA, además de su calidad literaria aporta el ser una obra solidaria, ya que una parte de los beneficios que genere la venta del libro irán destinados a los afectados de por el desastre natural.
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