Esta obra, extraordinaria y muy curiosa, es de una novedad absoluta. La historia de la que nació, Roma, como una pequeña aldea a orillas del río Tíber, se dilató en más de dos mil años, desde la Ad Urbe Condita, incluyendo el dilatado período del Imperio Romano de Oriente o Bizancio. Según los historiadores clásicos romanos, la ciudad nacida de la elucubración y del fratricidio realizado por Rómulo sobre su hermano Remo, hijos amamantados por la Lupa de Roma, vio la luz de la historia en el año 753 a.C., y su estrepitosa caída occidental, bajo el cetro del último emperador llamado Rómulo Augústulo, ocurriría en el año 476 d.C. En cuanto los romanos se asomaron más allá de su pomerium o frontera sagrada e inviolable de Roma, consiguieron dominar, por su habitual tenacidad, al resto de las urbes de la alianza que conformaban, y a continuación a la Italia central. “Mientras atacaba a las zonas meridionales, en manos de los temibles pueblos samnitas de los Abruzos, y se enfrentaba a las colonias griegas del sur, se tropezó en su camino con otra potencia imperialista, la ciudad de Cartago, cuyo Imperio se extendía desde el actual Túnez hasta las costas de España, pasando por Sicilia y Cerdeña, donde Roma tenía también intereses. Entre 264 y 146 a.C. se sucedieron tres guerras, las guerras púnicas, que concluyeron con la destrucción de Cartago”. Durante todas estas terroríficas guerras, que los historiadores pro-cartagineses denominamos como ‘guerras romanas’, Roma estuvo en un tris de caer en el caos más absoluto y, consiguientemente, en la destrucción total inmisericorde; aunque siempre existía algo o alguien que salvaba o rescataba a los romanos, aunque a veces era la propia torpeza o la mala planificación o la falta de atrevimiento de los enemigos, y todo ello junto permitió la supervivencia o el triunfo de los romanos. Un ejemplo paradigmático de lo que he indicado es el del mejor político y militar de la Antigüedad, el púnico Aníbal Barca “el Grande”, quien no se atrevió a dar el empujón definitivo a la República de Roma; que luego cometería, por medio de Publio Cornelio Escipión Segundo Africano y Numantino, uno de los mayores genocidios de la Historia, en la denominada 3ª Guerra Romana o Púnica. Tras la derrota, en la extraña batalla de Zama, del ejército púnico de Aníbal Barca, por las tropas mejor preparadas de Publio Cornelio Escipión Africano “el Mayor”, el mundo contuvo la respiración y, desde mi modesto punto de vista, la victoria romana fue un desastre para los pueblos que, de forma subsiguiente, padecieron su violenta y agresiva provincialización o anulación de la personalidad. Era público y notorio que las legiones romanas eran ya invencibles; y el Mar Mediterráneo era ya su Mare Nostrum. “El poder romano no tardó en percatarse de la situación y ocupó rápidamente las zonas de España antes controladas por Cartago, así como Sicilia y Cerdeña, y finalmente Cartago. Se inmiscuyó en los asuntos de las ciudades griegos, destruyó lo que quedaba del Imperio macedonio en Grecia y en Asia Menor y se implantó de forma permanente en esta parte del mundo”. A continuación, por medio de tórpidas maniobras políticas, alianzas espurias o interesadas, provocando un caos generalizado, pero interesado para Roma, llega a conseguir el poder sobre los reinos de los seléucidas y del Egipto tolemaico. Cuando el Emperador César Augusto está en el trono imperial romano como el auténtico Princeps Civitatis, las puertas del templo de la guerra de Roma, del dios Jano, son cerradas y se inaugura lo que se denomina la Pax Romana. Ahora era preciso y necesario acercarse al norte de Europa y someter a los difíciles pueblos germánicos y a los britanos insulares. Pero los ríos Rin y Danubio los separaron, siempre y en toda ocasión, de estos pueblos indomeñables, ya que la capacidad de la milicia romana no daba para todo. Ostrogodos, visigodos, sármatas, francos, borgoñones, anglos, jutos, sajones, longobardos, vándalos, alanos, suevos, escitas, hunos, y tantos otros de mayor o menor enjundia, fueron creando condiciones imposibles de asumir por el decadente imperio romano. Como se dice, en muchas ocasiones, unos germanos ocuparon el lugar de los que ya estaban en Roma. “Sin embargo, en el interior de estos límites, Roma y sus aliados supieron llevar a cabo la primera globalización del mundo, que duró de tres a cuatro siglos y permitió grandes intercambios entre todas las regiones y no se fragmentó hasta que los pueblos bárbaros empezaron a invadir regularmente el Imperio”. Es preciso situar los límites y la conformación de aquella urbe preclara, que llegaría a dominar el orbe conocido. La característica psicológica de su población siempre fue, hasta la desaparición de Cartago, la gran cohesión social existente entre ellos; luego se desangrarían en diversas guerras civiles: Sila contra Mario; Pompeyo contra Julio César; Octaviano contra Antonio, etc. Ya dentro del Imperio los enfrentamientos entre las diversas facciones, que pretendían acceder al trono, fueron constantes; y se pueden contar con los dedos de una mano el número de emperadores que murieron en su cama y de muerte natural. La ciudad de Roma, sensu stricto, estuvo situada en la margen izquierda de su río Tíber; solo el Transtevere estaba al otro lado. El centro vital de Roma se encontraba en el valle del Foro, el foro Boario y el Campo de Marte. El Senado o Curia se reunía en el valle del Foro, y ahí lo hacían los comicios centuriados. “Estos barrios evolucionaron bajo el Imperio. El Palatino, donde se encontraba la casa de Augusto, se convirtió en pocos decenios en un enorme palacio imperial y, durante unos quince años, en el lujoso palacio de Nerón”. Existe un capítulo extraordinario dedicado a las Guerras y Campañas; desde las Guerras Civiles, hasta Cartago, pasando por la guerra de las galias y Espartaco. Es un lujo este libro, con decenas de imágenes, a todo color, que resumen la figura y el fenotipo de los habitantes de la segunda capital del Lacio; la primigenia sería Alba Longa. Extraordinaria bibliografía, que resume lo esencial de esta obra, estupenda, diferente, y original. El capítulo de Espartaco: “Al ver que su ejército empezaba a disgregarse, Espartaco se encaminó primero a Petelia (Strongoli), pero acabó dirigiéndose hacia Paestum y seguramente entabló combate en Senerchia, donde fue aplastado y abatido”. En el caso de Cartago: “Por último, en tiempos de paz, los comandantes del ejército y los gobernadores eran nombrados por la asamblea”. Magnífica, esclarecedora, y sin mácula. “Glaudius Domini super terram cito et velociter”. Puedes comprar el libro en:
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