Pareciera, es cierto, como si estuviésemos empeñados en acuñar un término nuevo (feminismo, derechos femeninos) cuando ellas han estado ahí, a nuestro lado, para llevar a cabo, desde el origen, la labor que ha llegado a definirse con carácter genérico como cultura o civilización. ¿Por qué ha ocurrido esto? Pues porque el hombre, el dominante, el propietario de la fuerza y de las armas, se movió hacia la figura de la mujer, a lo largo de la historia, más como dominante que no como dialogante, razón por la cual, cuando le convenía, ignoraba o se apropiaba de la inteligencia o habilidades de las mujeres, y ello conllevaba el que pareciese que ellas no existían socialmente, que no tenían utilidad salvo en determinados aspectos, que no formaban parte del conglomerado social. ¿Y por qué se establecieron los cánones de comportamiento entre hombre y mujer en un nivel de competencia y no de confluencia? (A veces, a este respecto, irónicamente, me viene a las mientes la máxima que el Nerhu de la India le formuló al representante de su majestad británica: “no cometan ustedes el error de tratar de entendernos”) En este caso, nuestra actitud; quizás por no querer avergonzarse de ella. Todo ese entramado interesado supuso que la sociedad, durante siglos, viviese, aún dentro de sí, dándose la espalda (hombres y mujeres, entiéndase) y esa es la razón de que ahora (empujando, en ocasiones, la balanza en sentido contrario) se dé preferencia a la campaña de la ‘visibilidad’ de las mujeres. ¿Y por qué visibilidad y no co-responsabilidad, cooperación, afinidad, cultura participativa; al fin: democracia. Este libro nos viene a acompañar para, a través del dibujo, la palabra y el ingenio, mostrarnos esa parte histórica de la mujer olvidada. Y lo hace con un lenguaje directo, sencillo y claro. Veamos: en Grecia, Aspasia, la compañera de Pericles, contribuyó a las reformas civilizadoras de éste y “desde su posición irradió su influjo, y entró en el círculo de los sofistas de Anaxágoras, de Aristófanes y de Jenofonte, teniéndola tanto Sócrates como Platón como una gran mentora”. Parece que, a día de hoy, la tarea consiste en restaurar el protagonismo de merecido narrador; es decir, que la historia la narre también la mujer. Hipatia, en Egipto, fue otro caso paradigmático de valía intelectual y fortaleza de ánimo. Su vida se desarrolló entre los años 360 y el 415 y su brillante aportación se manifestó en el terreno de la filosofía; pero al tiempo fue “científica, inventora y maestra que destacó en matemáticas, lógica, astronomía, y retórica (…) preparó a la más selecta generación de aristócratas, tanto cristianos como paganos y (…) llevó su librepensar, independencia y honestidad hasta la tumba, pues murió asesinada por una turba insensata que antes había quemado su biblioteca. Eloísa (1101-1164), tan enamorada del culto abate Abelardo, constituyeron una pareja singular en el difícil mundo de la cultura; ellos fueron quienes, en el mundo del pensamiento, establecieron que “los universales son categorías lógico-lingüísticas que relacionan el mundo mental con el físico; y por tanto con un estatuto propio, donde el lenguaje es visto como un mundo independiente del sujeto”. Llegados al Renacimiento, destacaron por su inteligencia y afán educador Cristina de Pizán, “mecenas de las artes y la primera mujer en participar en debates académicos” A su par, Isabella D´este fue una gran propiciadora del arte nuevo, mientras que Isotta Nogarola “puso su pasión en la defensa de la educación y los derechos femeninos”. Más adelante, la primera ola –labor llena de sacrificios-, a favor del feminismo y la igualdad nació con criterio argumental muy definido en Inglaterra, de la mano de Emmeline Punkhurst, quien había de abanderar el movimiento sufragista. Qué curioso, hoy nos parecería impropio el que la mujer, por el hecho de serlo, no sea partícipe de los asuntos del pueblo, del sufragio universal. Jane Gooddall, otra inglesa, nos sensibilizó hacia el mundo animal, debiendo entender que ella, por extensión, nos sensibilizó hacia el cuidado del medio, de la naturaleza. Y cuando la raza y el color de la piel constituyó un opresivo régimen de derechos y convivencia, Angela Davis, buscando medios más radicales que sus antecesoras, hizó la bandera del reconocimiento, no de la mujer negra, sino de la raza negra, lucha que hoy todavía permanece. En fin, en la actualidad, los narradores de la historia, los adalides en la defensa de los derechos, y los más apropiados contadores de los hechos humanos tienen nombre; indistintamente, de hombre o de mujer. Fuera, pues, la injustificada barbarie; y bienvenida sea la libertad: la del individuo humano en sí, como tal: sea éste el que fuere, sea donde fuere, sea cuando fuere. Puedes comprar el libro en:
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