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"Rey don Pedro", de Julio Castedo, ¿Cruel o justiciero? Sólo él conocía la respuesta

Ed. Berenice. 2021
viernes 25 de febrero de 2022, 15:00h
Rey Don Pedro
Rey Don Pedro

Estamos ante una estupenda novela-histórica, sobre un monarca de la Plena Edad Media, que siempre ha sido un personaje muy estudiado, con sus loas y sus vilipendias acompañantes. Se trata de un monarca muy cualificado historiográficamente, ya que sus adversarios o enemigos no tuvieron piedad con él, ni aún muerto.

No obstante, preciso hacer dos correcciones necesarias. Es indudable que Pedro I es rey de Castilla, ¡pero, asimismo, de LEÓN, y se debe hacer constar en la titulación como REY DE CASTILA Y DE LEÓN, porque además es, ¡precisamente!, entre sus muchos partidarios del Reino de León donde se le define como “NUESTRO SEÑOR EL JUSTICIERO”. Es obvio que la novela-histórica no exime del rigor histórico. En la página-12 aparece un extraño mapa de los reinos hispánicos del siglo XIV, donde se indica un anhistórico reino de Castilla y León, ya que la titulación oficial correcta es la de ‘LOS REINOS DE CASTILLA Y DE LEÓN”, ya que Castilla y León es el Engendro Autonómico o Comunidad Autónoma actual. La titulación de ‘Cruel’ es obvia entre los seguidores de los Trastámara, en las proximidades del Reino de Toledo. La llegada de los Trastámara, con Enrique II o “el de las Mercedes”, supuso un caos para los Reinos de León y de Castilla, ya que los magnates exigieron al nuevo soberano que les devolviera, con creces, todos los favores y las ayudas que le brindaron.

La obra, de una delicadeza estupenda, se desliza suavemente hacia el final terrible de la vida del monarca de León y de Castilla; siendo el propio soberano el que se encarga de desgranar la crónica de su vida. El volumen comienza en el momento histórico en que pasa a mejor vida, para comenzar a realizar una vuelta hacia atrás hasta el momento en que heredó los reinos de León y de Castilla, como hijo de aquel monarca Alfonso XI de León y de Castilla, que amaba a otra mujer, Leonor de Guzmán, que no era su madre María de Portugal, a la que apartaría de su lecho; y, consiguiente, él no era su hijo predilecto, sino los bastardos Trastámara, quienes luego reinarían en los Reinos de León, de Castilla e, incluso, de Aragón.

En ese estado de tormentosa lucidez, tras haber atravesado el túnel de la luz de aquellos que mueren, no puede reencontrarse con sus múltiples hijos muertos en la infancia, ni con su gran amor que fue María de Padilla; quien fue la única compensación personal, y socio-política, que tuvo a lo largo de su desdichado devenir vivencial, pleno de violencias y de traiciones sin cuento. Siempre en ascuas para estar alerta y tratar de contener el golpe vil que seguro que le iba a llegar, desde donde menos se esperaba. Cuando sube al trono de los Reinos de León y de Castilla solo tiene 16 años, y su madre María o Isabel de Portugal se encargará, de forma arteramente comprensible, de envenenar el alma de su hijo contra la que fuera su rival en el lecho y en la política, de su esposo Alfonso XI; y, a la par, contra sus diez hijos-hermanos espurios o bastardos. Su madre tiene un amante, quien de facto y de iure se convertirá en el superministro plenipotenciario o valido del rey Pedro I el Justiciero de León y de Castilla y de Toledo, llamado Juan Alfonso de Alburquerque. En la primavera de 1351 conseguirá, de su hijo, la orden de asesinar a Leonor de Guzmán, lo que tendrá lugar en Talavera de la Reina. El luctuoso hecho lo refiere el cronista Pedro López de Ayala: “…por su mandato, mató a la dicha doñá Leonor en el alcázar de Talavera (…) e mucho mal e mucha guerra nació en Castilla et en León por esta razón”.

Los trofismos y las tendencias políticas de los Reinos de Castilla y de León se apartarán de su aliado natural que era el trono de Inglaterra, y de sus compromisos en la Guerra de los Cien Años, para que se acercará a la peligrosa y enemiga monarquía francesa, hasta tal punto que matrimoniarán al joven príncipe con la princesa Blanca de Borbón, sobrina del monarca de Francia del momento histórico que nos ocupa y preocupa; esta desdichada esposa sería asesinada, en aquellos turbulentos tiempos, por orden de su esposo el ya citado rey Pedro I el Cruel, y por medio del alcaide del alcázar de Jerez de la Frontera, Juan Pérez de Rebolledo, sus últimas palabras dicen que fueron: “Dime Castilla y León, ¿qué te he hecho yo?”.

La juventud atrabiliaria de Pedro I el Justiciero transcurre en medio de numerosas conquistas sexuales, y constantes luchas en duelo. Un absoluto desenfreno al que le conduce su carácter de niño malquerido, y criado sin el más mínimo afecto. Desprecia las tareas del gobierno de los Reinos de León y de Castilla, ya que está siempre inmerso en guerras civiles y fraternas contra sus hermanastros Enrique y Fadrique. “En ‘Rey Don Pedro’ el protagonismo no está en las batallas o las acciones caballerescas sino en la introspección del rey. Pedro vive una infancia con un padre ausente cuyo cariño es para sus hermanos bastardos, una juventud dominada por el odio de sus adversarios y la traición de su madre, y una madurez en la que no conoce más que algunas semanas de paz a lo largo de casi veinte años de reinado”. La prosa del autor tiene un fuerza arrolladora, casi como una guerra entre Enrique II y Pedro I, ríos de tinta inteligente adornan la obra y nos conducen hasta el éxtasis literario más paradigmático.

La obra fundamental de la época del Rey Pedro I de Castilla y de León, y que la estudia y la analiza pormenorizadamente es la ‘Crónica del Rey Don Pedro’ del Canciller Pedro López de Ayala (1332-1407), pero que es necesario leer con espíritu crítico, ya que el autor estuvo en el bando y en el gobierno de Enrique II Trastámara de Castilla y de León, por lo que su análisis del monarca fallecido está mucho más cerca de los intereses de los bastardos Trastámara. “Cuando tuvieron noticia de mi muerte la sangre de las heridas ya se había secado, y en la profundidad de las desgarraduras proliferaban las indispensables hordas de insectos que contribuyen a liquidar nuestra existencia, como la lluvia transforma la arena en lodo y borra el rastro de los carruajes, haciendo olvidar que por este o por aquel punto del camino marchó un día quien amó a su patria, quien la vendió o quien arrogándose dudosos derechos de bastardía dedujese que la muerte de un hermano es solo una moneda más…”. ¡Sobresaliente narración, y deseo de triunfo merecido!Rex tamen, atque idem egregius virtute bellica”.

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