“La primera vez que Marcela Riverol oyó esas palabras –en boca de un cubano retornado de Cayo Hueso- vomitó el desayuno en la alfombra de la tía Flora. El nombre le había parecido de una inmoralidad tan insoportable que estaba segura de que incluso alguien con las tripas de acero lo habría acabado regurgitando. Aquel modesto transatlántico, cuyo nombre real era Valbanera, lo significaba todo para ella, como si la mitad de su vida se hubiera hundido con el barco durante el terrible ciclón tropical de 1919. Los reflejos de esa época regresaban a su cama algunas noches de insomnio”.
Esta novela histórica de esta autora, con una forma de escribir tan suelta y tan rica de léxico, es admirable. Refiere una gran historia de amor, el cual es capaz de vencer al olvido de los hechos narrados; estando en aquellos tiempos de una pobreza española casi absoluta, la epidemia de la mal llamada ‘gripe española’ que se llevó por delante a millones de seres humanos, y la consiguiente miseria humana creada por el bloqueo naval provocado por la guerra entre británicos y alemanes ocurrida en la nominada como Guerra Europea o la Gran Guerra desde 1914 a 1918. Nos encontramos en unas Canarias misérrimas y paupérrimas. El militar alemán, que es el protagonista de la obra, es un personaje ficticio, pero con una base claramente real. ‘Nadie estaba a salvo de una guerra como aquella’, refiere, de forma taxativa, el protagonista Hans Berger, que es un militar alemán prototípico o prusiano. Marcela Riverol es la protagonista femenina conspicua. “Deberá lidiar con su admiración por Hans, a la vez que sabe que es un hombre que viene de la guerra y es, en parte, el causante de su desgracia”.
Por consiguiente el resultado de estos sentimientos encontrados se puede definir como de recelo y de amor. La protagonista tiene una auténtica necesidad de crear una historia entre ellos dos, que son antagónicos y, por consiguiente, muy diferentes. La España del rey Alfonso XIII de Borbón estuvo como neutral en esta Gran Guerra, pero eso no pudo evitar que se produjesen enfrentamientos marinos entre las tropas del kayser Guillermo II y sus múltiples enemigos, en las proximidades peninsulares. La autora ha pretendido, y lo ha conseguido, rescatar del olvido a las víctimas mortales canarias, el hecho está en las manos de la protagonista, una niña de 15 años y de su familia. El hecho central de la obra se refiere a: ‘Que la semilla de la novela fue el naufragio del trasatlántico Valbanera al norte de Cuba en 1919, que a día de hoy sigue siendo la mayor desgracia naval española en tiempos de paz, con 487 muertos, la mayoría emigrantes canarios’. La autora recrea, con gran perfección, como era la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en la época; con barrios enfrentados en el momento histórico narrado, tales como son la Vegueta, Triana o San Nicolás. La autora, de la mano de Marcela Riverol, va creando una gran historia de amor, que tiene sus estaciones en el Vía Crucis, que conlleva el recuerdo de los muertos inocentes de una guerra que se encontraba muy lejos. Marcela Riverol y Hans Bergen cruzan sus vidas y sus personas sin remedio, ya que el alemán rescatado en aguas canarias consigue, con ello, salvar su vida. Otro personaje, muy bien delineado, es el de una anciana criptica y con fama de bruja, llamada Herminia.
En el momento en que el oficial del submarino U-156 se recupera, la historia de amor entre Marcela y Hans ya se ha fortalecido lo suficiente como para poder superar el ingente número de dificultades que se les pone por delante en todo momento. Cuando Marcela embarca hacia Cuba, donde espera reencontrarse con Hans Bergen, en el Valbanera, la autora recrea la narración con personajes reales extraídos de la historia real. “Según los diarios de la época, el desenlace del Valbanera consternó a toda una sociedad, pendiente por semanas de 487 vidas desaparecidas en el mar”. La propia autora define su felicidad por haber llevado a feliz término este volumen, ya que es una obra que se defiende sola o por sí misma, y cuenta o relata todo aquello que se quería contar, sin ambages o caminos errados. ‘Solo el amor es capaz de vencer al tiempo, el olvido y la guerra’. “Son los primeros días de junio de 1976. Marcela pronto celebrará su setenta y cuatro cumpleaños y esta mañana se ha levantado con dolor de rodillas. Por eso, mientras camina sola en dirección al puerto, procura no levantar mucho las piernas. Se toma su tiempo. No hay prisa. El sol la deslumbra desde el horizonte azul y las gaviotas alborotan en pleno vuelo persiguiendo despojos de pescado podrido. Las grúas gigantescas forman ya parte del paisaje y, en el caos organizado de la bahía, los buques veleros y remolcadores cabecean las suaves estribaciones o se balancean sobre el hervor del mar”.
Es grandiosa la definición de Marcela Riverol con respecto a la idea, cierta, de la terrible deshumanización de los seres humanos que participaban en las guerras, menos humanos y más parecidos a las bestias; pero aquí está el craso error, ya que las guerras sanguinarias y terroríficas la realizan los hombres, mientras que los animales no lo suelen hacer nunca; aunque desde hace algún tiempo se están observando luchas a muerte y de conquista, entre primates superiores, del tipo de los chimpancés. Creo que poco más se puede indicar con respecto a esta estupenda narración de una historia de miedo y de amor, en los belicosos primeros veinte años del siglo XX, que se anunció con la debacle del transatlántico Titanic, de la White Star Line, en la madrugada del 14 al 15 de abril del año 1912. Me ha encantado la narración, de una riqueza de léxico admirable, y que recomiendo vivamente, desde la 1ª hasta la 535ª de todas sus páginas. ¡Suerte merecida! “Errare humanum est, sed perseverare diabolicum, ET, Medice cura te ipsum”.
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