Joaquín Abad ya está presto a dar a luz a su cuarta criatura andorrana: en El andorrano, Y la luz llegó a Andorra y El virus andorrano se les añadirá por Sant Jordi un nuevo hermanito. Se llamará La red secreta: ETA, Pablo Escobar y Andorra –título provisional, pero no digan que no hay para mojar pan– y cómo habrán intuido Abad vuelve a hacer de las suyas: a partir de la presencia documentada en tierra andosina de comandos etarras, que en los primeros 80 van llegar a perpetrar un puñado de sonados atracos –en la sucursal de Banca Reig en la avenida Meritxell de la capital, en la oficina de Banca Mora en Escaldes, y en la de Crèdit Andorrà en Canillo– y ya en los 90, a poner en marcha una campaña de extorsión que pretendía cobrar el llamado impuesto revolucionario a media docena de personalidades del país, el novelista español especula que los terroristas etarras descubrieron a Andorra como un efecto colateral de sus tratos –también documentados– con el narcotráfico colombiano .
La trama arranca en las prisiones españolas de Carabanchel, Alcalá-Meco y Puerto de Santa María, donde dice Abad que estuvieron encarcelados entre 1984 y 1986 dos de los jefes del cártel de Cali, Jorge Luis Ochoa Vásquez y Gilberto Rodríguez Orejuela. La estancia entre rejas les sirvió para hacer amiguitos entre los etarras que también cumplían condena, y de ahí salió una fructífera joint venture del crimen: los etarras se prestaron para ir a Colombia a enseñarles a los sicarios de Pablo Escobar, que desempeña un papel destacado en la novela, el arte del coche bomba. Los terroristas se cobraban los servicios con cocaína a través de Sito Miñanco, ya estamos casi todos, que lo convertía en dinero y que es quien tendrá la ocurrencia de realizar los pagos en efectivo a través, dice Abad, de un abogado andorrano .
Instalados entre nosotros con estos nobles y elevados propósitos, los etarras tienen aún una idea mejor: redondear el negocio con una campaña de extorsión a las grandes familias locales. Para que no falte nada, Abad hace salir la mafia marsellesa, contratados para echar de una vez a los incómodos huéspedes vascos.
Abad asegura que aunque se trata como en el caso de L'andorrà de una novela de ficción, se ha documentado yendo directamente a las fuentes, que en el caso que nos ocupa, dice, son el hijo del narco Rodríguez Orejuela y, por parte andorrana, "los mismos protagonistas que la vivieron, o mejor dicho, sufrir". Habrá que ver qué opina el periodista Robert Pastor, probablemente la persona que mejor conoce las peripecias andorranas de los etarras. Pero lo que no se le puede negar a Abad es el ojo clínico para detectar los temas que más ojos de piojo pueden pisar. Y una vez detectados, poner el ventilador en marcha. Por Sant Jordi, recuerden.
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