El libro, encabezado por una significativa frase de Enrique Bumbury, lider de Heroes del Silencio, “Laberinto del sueño, donde se pierden los demonios de la memoria”, es, lejos de hacer su papel de enunciado primitivo, parte fundamental de la Obra. El amor en Gemma Córdoba es dolor, porque ama, la sonrisa es ejemplo, porque se expande, pero también el deseo, la soledad, el alejamiento, la derrota e incluso el menosprecio; “En nuestra despedida, exhala mi garganta un verso que no oyes. Tus caricias se pierden entre las tumbas que has cercenado”.
Gemma Córdoba pertenece a la modalidad de los poetas que porfían con la entraña de la tierra, sí, porque refleja cómo es su vida y quién es en realidad, manteniendo una línea de coherencia más allá de la propia continuidad. En sus poemas, aborda el papel de la mujer dejando el silencio de la música, incluso, ahogarse, para aislarse de lo que menos quiere, el vacío de su vientre cumplido, porque le angustia el fracaso y es fiel al contacto que le regala la naturaleza de su ser. Su poesía me alenta a tenderme en la hierba, leer en sus arterias, para recorrer junto a los átomos de su sangre y buscar la nueva composición del corazón después de haberla leído de principio a fin. En Los demonios de la memoria, todo es música, da igual el género, la felicidad es el eco en el éter que escribo, la tristeza la melancolía sin abreviaturas, nada se echa de más que lo que pudiera echarse de menos, osea, “nada”. Vive comprometida con su propia realidad, sin embargo, también aparece la miseria de la duda, y las duda de la estabilidad. Aunque algo existe y queda claro, para ella, como para mí mismo, hay una palabra que no concibe, no sabe “fingir”, y escribir es un don innato en ella y este es su destino; deleitarnos con lo que mejor sabe hacer, emocionar desde la delicadeza. “Echo de menos tu voz cada noche, cuando mis ojos se cierran, pensando en cómo te aproximas a mi corazón rebelde y se torna en latidos”.
Así que ya he descubierto el secreto mejor guardado. Si cuando empecé no sabía a qué concepción se ajustaría el texto, “Los demonios de la memoria” me lo acabaron de aclarar. Ahora sé cómo se ama lo sencillo, la palabra es clara, y tendiendo la mano abierta, podemos llegar a la poesía que agasaja al verbo, creando un toque de tracendencia, creando belleza, sin descanso, sin fronteras, sin borraduras, algo excepcional. Como ella misma define su afinidad con el mar, le devuelve toda la esperanza, agradada, nada exagerada, comedida en el principio que busca para borrar todos los miedos, para celebrarlo y, de paso, paguen las copas. Porque yo también deseo llegar, con el pelo lleno de sal, y a su lado, rugir, incontrolable, como el agua que susurra su nombre y se lleva los demonios a la memoria de los brazos que se abrazan a la vida y luchan por vivir desesperadamente. Porque en sus poemas, cualquier regazo de amor, es amor, porque cualquier entresijo del sueño, es sueño, y la hermosura es poesía, la que Gemma Córdoba escribe con sutileza y acierto, como la mañana del otoño que deja un rayo de luz cercano a la primavera. Así que “Vuela la ausencia, lejos se quiebra y tu melodía, será nuestro faro”. Porque es cierto que lo da todo por amor, amor limpio, sin rasgaduras, divino tesoro, sueños postergados, revanchas detenidas, cenizas puestas en vigilia, rebeldía cimentada con fuerza y complicidad, aclamada con su voz de seda rodada en las olas, y el espíritu inconfundible de quien tiene memoria, porque quienes no la tengan, raramente llegarán al corazón, como a mí mismo me acaba de llegar en forma de corazonada. Todo un cuerpo para el alma de este poeta que escribe, que si algo descubrió, es el prodigio de la sensibilidad. Por eso, y para siempre, yo quiero seguir tan excelente obra, como vosotros, donde tañen las notas de su carcajada, para reír acariciados por la felicidad que acaba de enseñarme tan emocionante libro.
Fernando Novalbos Sánchez
Escritor, crítico y poeta
Enero de 2022
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