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«Son los españoles que aman más la honra que la vida, y temen menos la muerte que la infamia» (Sancho de Londoño, “Discurso…”)
Don Miquel de Cervantes Saavedra
Don Miquel de Cervantes Saavedra (Foto: Archivo)

La primera expedición militar de Miguel de Cervantes Saavedra y Rodrigo de Cervantes, su hermano, bajo el mando del «duque de Hierro» (1507-1582) a Flandes en 1567

«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
jueves 06 de enero de 2022, 20:00h

Con arreglo a la documentación original y las obras maestras del «Rey de la Literatura española», Miguel, y Rodrigo, su hermano menor, desde su niñez, sintieron la llamada a la grandeza del alma y abogaron por el honor, la integridad, la justicia, el liderazgo y la victoria.

A decir verdad, el liderazgo servidor y visionario de Miguel y Rodrigo, soldados de corazón, no narcisista como lo difunden algunos biógrafos cervantinos sin un solo dato jurídico, comenzó durante su puericia mientras participaban en los juegos de guerra con sus amigos en la ciudad natal de Complutum, una de las localidades más predominantes del Reino de Castilla, que contaba con un pequeño fuerte militar, llamado «Qal’as Abd al Sälam», erigido durante la época musulmana, en el siglo IX en las afueras del cerro Ecce Homo, para proteger a sus habitantes. Referente a eso, es de notar que Alcalá proviene del árabe «al-qal’a» («la ciudadela»).

Hay que recalcar, además, que Rodrigo de Cervantes, padre de Miguel y Rodrigo, era un muy buen amigo del ex prisionero en la torre del mar Negro, Álvaro de Sande (1489-1573), general de la Infantería española de Nápoles, de acuerdo con la declaración del bachiller Juan de Ribera, vecino de Ocaña, quien, el 19 de enero de 1553 en Madrid, atestiguó «que a los [Cervantes] había visto tratarse y acompañarse con el maestre de campo, Álvaro de Sande, quien concurría en Italia» (K. Sliwa, El licenciado Juan de Cervantes..., 213-15). Surge entonces la pregunta: ¿qué influencia tuvo Álvaro en la vida de Miguel y Rodrigo?

Los documentos y textos cervantinos desvelan que la primera expedición militar de Miguel, de 19 años de edad, y de Rodrigo, de casi 17 años de edad, aconteció cuando el III duque de Alba de Tormes, Fernández Álvarez de Toledo y Pimentel (1507-1582), hombre de mayor confianza y obediencia del rey Carlos I (1500-1558), llamado «el César», y Felipe II (1527-1598), llamado «el Prudente», salió de Madrid, el 15 de abril de 1567, para besar las manos de «Friedensfürst» en Aranjuez.

Por entonces, Cervantes «tuvo nuevas que el Gran duque de Alba pasaba a Flandes» (El Quijote, I-XXXIX), y pensaba que «sería bueno ver a Italia y a Flandes y otras tierras y países…, y que en esto, a lo más largo, podía gastar tres o cuatro años, que añadidos a los pocos que él tenía, no serían tantos que impidiesen volver a sus estudios» (El licenciado Vidriera). Por esa razón, Miguel dijo que «mudé propósito, fuime con él, servirle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos» (El Quijote, I-XXXIX). Asimismo, la carta de Leonor, su madre, del 5 de diciembre de 1576, acredita que Miguel y Rodrigo sirvieron en Flandes e Italia (K. Sliwa, Documentos..., 47-48)

A mi modo de ver, Cervantes, aventurero, valiente y virtuoso de corazón, quiso «pasar a Italia a probar ventura en el ejercicio de las armas… y seguir el camino de la guerra» (Las dos doncellas), y por ello, el 17 de abril de 1567, Miguel y Rodrigo llegaron a La Ciudad Portuaria, donde el almirante Giovanni Andrea Doria (1539-1606) estuvo con 37 galeras, y allí también se embarcaron 15 banderas de Infantería española de bisoños, y 2 en Tarragona, que se había mandado levantar para instalarlos en los presidios y guarniciones de Cerdeña, Lombardía, Nápoles y Sicilia.

Sin embargo, debido a su temprana edad, Miguel tuvo problemas de ser parte del convoy y por esa razón, defendió su caso así: «¿a dos tan insignes estudiantes como nosotros, y juntamente quitar a su Majestad dos valientes soldados, que íbamos a esas Italias y a esos Flandes a romper, a destrozar, a herir y a matar los enemigos de la santa fe católica que topáramos?» (El Persiles).

Al igual, añadió que «no hay mejores soldados que los que se trasplantan de la tierra de los estudios en los campos de la guerra; ninguno salió de estudiante para soldado que no lo fuese por extremo», (El Persiles), y al sacar «las patentes, licencias y despachos» depuso que «por estos papeles podrá ver vuesa merced quiénes somos y adónde vamos, los cuales no era menester presentarlos porque ni pedimos limosna, ni tenemos necesidad de pedirla; y así, como a caminantes libres, nos podían dejar pasar libremente» (El Persiles).

Conviene no olvidar que no sabemos en detalle cuándo Miguel llegó a ser soldado, pero tenía que seguir el artículo de Las Ordenanzas de 1555 que reza «que todas las personas que no fueren soldado de ir en escuadros, no puedan caminar sino juntándose con el bagaje y siguiendo la bandera del, so pena de la vida» (Ordenanzas que de parte de su Majestad el rey D. Carlos I...) y el artículo de Las Ordenanzas de 1568 ordena que «todas las personas que no fueren soldados o en orden para poder ir en escuadrón no puedan ir ni vayan sino con el bagaje siguiendo la bandera que ira con el dicho bagaje, so pena de tres tratos de cuerda y de ser desbalijados (Ordenanzas publicadas en Mastreche…). En vista de ello y en mi concepto Miguel y Rodrigo se enrolaron primero como soldados de ocasión y a su regreso de Flandes a Madrid como oficiales soldados en la compañía del capitán granadino Lope de Figueroa y Barradas (1541/42-1585) del Tercio Viejo de Sicilia, bajo el mando del sargento mayor general del ejército Julián Romero de Ibarrola (1518-1577), «el hombre de servicio y honra».

El 25 de junio de 1567, el «Gran duque» de Alba, quien decía que «los reyes usan a los hombres como si fuesen naranjas, primero exprimen el jugo y luego tiran la cáscara», partió con 10.848 hombres, 1.500 jinetes y 9.348 hombres de Infantería (C. Belloso Martín, La Antemuralla…, 168), desde Asti a Flandes, beneficiándose por primera vez de El Camino Español, ideado por el cardenal Antonio Perrenot de Granvela (1517-1586) en 1563, un corredor militar logístico de 1.000 km con una media de 23 km a pie al día, que comenzaba en El Corazón de la Monarquía y terminaba en Bruselas. Asimismo gracias al jefe de los servicios secretos del soberano Felipe II, guadalajareño Bernardino de Mendoza (1540-1604), «maestro de espías», quien utilizaba códigos secretos para comunicarse con su rey, se sabe que el Tercio de Cerdeña fue organizado por 10 compañías con un total de 1.728 hombres, cifra obtenida de la muestra realizada el 2 de junio de 1567 en Asti.

En realidad, Cervantes relató su estancia en Asti-, no solo basada en la documentación legal sino también el texto literario de El Licenciado Vidriera-, dejada en el tintero por los biógrafos cervantinos, así: «desde allí se fue a Aste, y llegó a tiempo que otro día marchaba el Tercio a Flandes. Fue muy bien recibido de su amigo el capitán, y en su compañía y camarada pasó a Flandes» (El Licenciado Vidriera).

El 20 de agosto de 1567, el «duque de Hierro»­ vino a Namur, el 22 de agosto ya estuvo en la capital bruselense y al arribar a Amberes los hermanos Cervantes «recibieron cartas de sus padres» (La Señora Cornelia). Miguel testimonió su estancia en Flandes así: «llegó a Amberes, ciudad no menos para maravillar que las que había visto en Italia. Vio a Gante, y a Bruselas, y vio que todo el país se disponía a tomar las armas para salir en campaña el verano siguiente» ( El licenciado Vidriera).

Gracias a este recorrido del «Camino español» en 56 días de marcha, Miguel y Rodrigo conocieron al maestre de campo, Sancho de Londoño (1515-1569), éste muy buen amigo del maestre de campo, Francisco de Valdés (1511/12-1580), ambos íntimos amigos de Álvaro de Sande.

A mi manera de entender, durante esta jornada Miguel empezó a amar la vida militar, se imaginó su futuro como un soldado de las Fuerzas Especiales de Élite y de ahí entrenaba diariamente su mente, cuerpo y espíritu, fomentando el amor a Dios, España, y el liderazgo castrense.

En el curso de dicha operación, algunas de sus instrucciones marciales fueron ponerse en línea, romper el contacto, avanzar de la derecha a la izquierda, practicar la maniobra de flanqueo, y conocer las estrategias aplicadas por los famosos líderes militares, tales como: el cartaginés Aníbal Barca (247-183 a.C.), «padre de la estrategia»; el genio de la guerra de relámpago, quien aplicaba la «rapidez cesariana», Gayo Julio César (100 a.C-44 a.C.); el genio estratégico y táctico Jálid ibn al-Walid ibn al-Mughira al-Majzum (584-642), quien hacía converger sus fuerzas de ataque desde tres puntos estratégicos; y el gran estratega, Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar (1453-1515), quien sustituyó la guerra de choque por la táctica de defensa-ataque. Los hermanos Cervantes tenían que-«imitar a los Romanos… y el principal y más necesario ejercicio es usarse a sufrir incomodidades, para no sentir el mudar cada día alojamiento, como siendo posible se debe hacer»;

-«ejercitarse en todos los géneros de ejercicios necesarios al próspero suceso»;

-«caminar con presteza e igualdad… a paso militar en cinco horas de verano se debían caminar veinte mil pasos, y que a paso más apresurado, que llamaban pleno en otras tantas horas se debían caminar veinte y cuatro mil»;

-«correr, de manera, que no se podía definir el espacio de la tal carrera y porque muchas veces era necesario el correr, hacían que sus soldados se ejercitasen en ello, para que cuando se ofreciese, ocupasen con mayor claridad algún paso o lugar oportuno», y

-«ejercitar en saltar porque ocurriendo tales necesidades y dificultades, pudiesen sin trabajo pasarlas, y porque no todas veces se hallan puentes o barcos para pasar algunas riberas o torrentes».

Sancho de Londoño sacaba a los soldados «tres veces cada mes a caminar armados con todas sus armas, y más el peso que podría importar la comida de cada uno, para no sentirlo cuando necesario fuese llevarlas éstas por cuatro o seis días, el ordinario paseo de los de a pie, era diez mil pasos de ida y venida, el de los de a caballo eran los mismos diez mil pasos» (S. de Londoño, “Discurso…”).

Sin atisbo de duda, Miguel aprendió a preparar su mente, alcanzar su objetivo, definir su misión de la vida belicosa, simplificar el campo de batalla, y desarrollar muy buenas relaciones con sus supervisores y compañeros de armas porque señaló que «tanto alcanza de fama el buen soldado cuanto tiene de obediencia a sus capitanes y a los que mandar le pueden» (El Quijote, I-XXXIX).

De igual forma, explotó sus debilidades y descubrió su propósito dado por Dios, es decir, educarse a sí mismo con la meta de un auténtico líder y un honorable guerrero lo mejor posible mediante el diario ejercicio, el brutal entrenamiento y el mortal combate para cumplir la misión y los objetivos trazados por los destacados oficiales de Felipe II.

«El ingenio lego» entendió que su palabra fue su fuerte lazo, su liderazgo fue un privilegio y su simplicidad fue la clave de su éxito. En pocas palabras, su meta fue seleccionar objetivo de alto valor, derrotar a los enemigos de España, y luchar para ganar, puesto que bajo los espléndidos Tercios españoles no había lugar para el fracaso porque a todo precio tenía que ganar, ganar y seguir ganando.

Miguel conoció que el comandante en jefe y sus soldados servían a su patria con el honor dentro y fuera del campo de batalla, mantenían la lealtad a su país, y sus compañeros de armas esperaban ser liderados con la amistad, la devoción, el ejemplo, la integridad, la lealtad, la perseverancia, y el sacrificio. Su autodisciplina fue la óptima disciplina y siempre la tuvo en el más alto respeto.

A este respecto, el Coronel de Artillería, José Antonio Crespo-Francés observa que estas consideraciones del Caballero de la triste Figura laten lo que prescribe el artículo 44 de las Reales Ordenanzas, código de conducta de todo el que se honra siendo soldado, a saber: «se esforzará en alcanzar una sólida formación moral e intelectual, un perfecto conocimiento de la profesión y una adecuada preparación física (llama a esto buenas fuerzas el personaje cervantino) que le permitan cumplir sus misiones con la debida competencia y actuar con eficacia en el combate» (J.B. González, «De cómo don Quijote…», 26-27). En este sentido, unas de las restricciones militares que Miguel y Rodrigo tenían que respetar, fueron:

-«el blasfemar de Dios, y jurar su santo nombre en vano es grandísimo pecado, ningún soldado reniegue ni blasfeme, so pena por la primera vez de treinta días de prisión, por la segunda vez sesenta, además de ser traído a la vergüenza con una mordaza a la lengua, y por la tercera puesto en galera perpetua, o a voluntad;

-ningún soldado juegue a juegos ilícitos que provocan a reniegos, blasfemias, y juramentos;

-ningún soldado beba, de manera, que se emborrache, so pena de ser castigado por infame;

-todos los soldados se confiesen al menos una vez en el año;

-ningún soldado después de recibido por el Capitán, aprobado y asentado por los oficiales del sueldo, no mude compañía sin licencia en escrito de su Capitán, vista y confirmada por el Maestro de Campo, especialmente para ir a otros tercios, so pena de ser desterrado por infame del ejército, y no poder ganar jamás sueldo de su Majestad;

-ningún soldado salga a hacer noche fuera del ejército, o lugar dónde estuviere su bandera, sin llevar en escrito licencia de su Capitán, en la cual se diga dónde va, y los días que ha de estar ausente, so pena si fuere aventajado, de perder la ventaja, y si de paga sencilla el sueldo de un mes, o más;

-ningún soldado deje de presentarse a las muestras contadas las armas, que por orden del Capitán estuviere obligado a servir, propias, enteras, y bien aderezadas, so pena que le sea entretenido el sueldo, o ventaja que tuviere particular;

-ningún soldado, ni otra persona, habiendo enemigos en campaña, ande en el ejército sin cruz, o banda roja cosida, so pena de castigo arbitrario porque no trayendo las cruces o bandas cosidas pueden andar espías seguramente;

-si algún soldado entendiere que otro sirve de espía o trata con los enemigos y no lo descubriere a su superior incurra en la misma pena del principal».

Por consiguiente, la pregunta es: ¿cuál fue su motivación para convertirse en un brillante soldado, un ejemplar líder, y un espléndido ganador?

Sin lugar a duda, su deseo surgió de su noble corazón por Dios, Felipe II, España, y sus valores personales, implantados por sus queridos padres, entre muchos. Su impulsora fuerza fue el espíritu de amor, confianza, conocimiento, disciplina, fe, poder, oración, sabiduría y verdad, y no el espíritu de celos, cobardía, deslealtad, envidia, hipocresía, inferioridad, y miedo como lo afirman algunos eruditos cervantinos sin algún tipo de apoyo documental.

Gracias a la participación en la expedición a Flandes, Miguel y Rodrigo no solo dejaron la vida estudiantil en busca de una carrera militar sino también encontraron su nuevo propósito de la vida que fue vivirla con la ética militar, la fidelidad, el honor, la solidaridad y la persistencia en el empeño, y fomentaron el compañerismo y los valores del espíritu de liderazgo que inspiraban a otros.

Laus in Excelsis Deo

Krzysztof Sliwa

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