Escrita con mano de orfebre, “Nos tragará el silencio” supone una alegoría dantesca de un mundo distópico que se parece demasiado al nuestro. Tanto, que, al final de lo que se cuenta, uno es consciente que lo que el narrador expresa, está referido a nuestro mundo, al actual, y no habíamos sido capaces de verlo. De ahí su grandeza, pese a los agoreros, pese a los gobiernos, pese a los generadores de opinión, pese a las noticias falsas que nos epatan y que nos rodean, en un mundo que pareciera estar instruido porque posee muchos aparejos de información, y, sin embargo, lo esencial se nos escapa (agua entre los cuencos de las manos), aturrullados como andamos con tanto pasaje intencionado para conformar nuestra opinión en un mundo controlado hasta el más mínimo pasaje, por una cohorte de interesados maniqueos, esos que siempre deciden lo que nos conviene (como individuos, como sociedades, como pueblos) de entre esa dualidad que anida en los siempre indefinidos extremos del bien y del mal. De lo aceptable y de lo rechazable. De lo punible y de lo tolerable.
El narrador -que no es el escritor, fijemos el criterio- de “Nos tragará el silencio”, nos apabulla con una prosa deslumbrante, densa, intensa y extensa (477 páginas), que jamás puede ser propiciada por el azar, sino por el afán de llevar a término una obra distinta, una percepción del mundo y de la literatura desde otra perspectiva a la usual.
Por la misma pasan, refutados o afirmados, los pensamientos de Stuart Mill, Hobbes, Steiner, Fromm, Günter Grass, Hessel, Rousseau, Maquiavelo, Diderot, Unamuno, Schiller, Friedman, Keynes, Malinowski, Chomsky, Popper, Elliot, Roa Bastos, Cervantes, Wilde, Hermann Broch, Genet, Borges, Tomás Moro, Whitman, Hanna Arendt, Primo Levi o Byung-Chul Han, y una tanda ingente de creadores que no me atrevo a citar por no hacer imposible la lectura de este diserto.
Escrito en primera persona, como un monólogo, “Nos tragará el silencio” es un alegato inmisericorde, a pecho descubierto, contra los instrumentos que el Estado utiliza para coartar las libertades, conformando un sistema que poda el lenguaje de palabras proscritas hasta hacerlo plano: una balsa de agua en donde el viento está ausente y pareciera no existir. Un lugar en el que “la cultura desaparece para dejar paso a la costumbre”.
En algún momento de la lectura de “Nos tragará el silencio”, se me vino a las mientes la magnífica novela corta -hoy olvidada por los más- de Dostoyevski, escrita en 1864, “Memorias del subsuelo”.
Miguel A. Zapata ha escrito, por ahora, esta tercera parte de lo que él llama “manifestaciones de la degradación en nuestra cultura”, y que fueron precedidas por las novelas “Las manos” y “Arquitectura secreta”. Una inmensa alegoría, una potente metáfora de eso que llamamos Estado y que a todos nos somete o hemos de plegarnos sin más, porque así lo hemos decidido, sobre todo en los países democráticos. El narrador dice en “Nos tragará el silencio” lo siguiente, y sería bueno no olvidarnos: “Eres libre porque otros no lo son, porque a veces tú tampoco lo eres”; y, la frase, es al menos para meditarla, para rumiarla.
De una prosa deslumbrante, Miguel A. Zapata ataca los fundamentos, los pilares de la sanidad, la historia, el conocimiento compilado (las más de las veces ninguneado o modificado), la educación, la economía, la filosofía, los textos sacros, las ideologías… con el único objetivo de “crear” una nueva religión consistente en la aceptación de la norma y en la imposición del silencio.
Una interesante novela para los amantes de la ficción.
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