Estamos ante una obra esencial para el conocimiento de los movimientos religiosos reformados en la Europa de los siglos XVI y XVII, y su confrontación con el catolicismo. Sobre todo porque se trata del enfrentamiento cruel y bélico entre católicos y protestantes; detrás de todo ello estará la lucha por el poder absoluto, político y religioso. El católico y apostólico emperador Carlos V se enfrenta a un ex-fraile agustino llamado Martín Lutero. Está claro que los hombres y las mujeres de la Edad Moderna tenían la espada de Damocles, siempre pendiendo sobre ellos, que era el juicio y el castigo pertinentes a su comportamiento social y religioso. Los cristianos siempre tenían la consciencia prístina de que, cuando pasasen a mejor vida serían juzgados en un auténtico Juicio Final ante el tribunal de Yahvéh-Dios Todopoderoso, cuando les llegase el momento de que los muertos se levantasen de sus tumbas, las trompetas sonasen y Jesucristo separase a los réprobos de los buenos o justos. Aunque lo prioritario y lo perentorio era su devenir vivencial en La Tierra. “De hecho, miles de hombres y mujeres de procedencias dispares se vieron obligados a comparecer ante los tribunales eclesiásticos de la Edad Moderna, como consecuencia de las acusaciones por supuestas creencias heréticas o transgresiones morales. Todos se enfrentaron a un proceso judicial; muchos de ellos sufrieron castigos que iban desde el rechazo y la humillación pública hasta el destierro o los latigazos, e incluso, en algunos casos, la muerte”. Con todo ello se pretendía generar un nítido sentido identitario entre los diferentes grupos cristianos, tanto para los católicos como para los reformados o protestantes, en aquél momento histórico en que se estaba produciendo un auténtico conflicto religioso europeo entre católicos y protestantes. Estamos en una época histórica en la que se están produciendo un número muy importante reformas y reestructuraciones, al lado de las continuas críticas a las diversas jerarquías eclesiásticas; sobre todo contra el papado dentro de los católicos. Se realizaron diversos protocolos penitenciales esenciales para la reconciliación y el consuelo. “La confesión y la penitencia se sumaron a las labores de vigilancia, a los tribunales eclesiásticos y civiles, a las parroquias y a los sacramentos. Por consiguiente, la disciplina religiosa, ejecutada a través de la confesión y la penitencia, fue una marca distintiva del cristianismo de la Edad Moderna”. Existieron muy numerosos y diversos tribunales disciplinarios eclesiásticos, que estaban encargados de realizar, sensu stricto, los necesarios programas de reforma religiosa, a saber eran: la Inquisición para la iglesia católica, y los denominados consistorios protestantes reformados o calvinistas. En estos siglos XV y XVI, la Inquisición existente en los territorios españoles, portugueses e italianos o papales se hizo tribunal permanente para realizar control procesal contra los casos de unas supuestas herejías. Los consistorios fueron simposios medievales católicos o cónclaves de clérigos, y sobre todo refiriéndose a reuniones doctrinales de los cardenales en la propia Roma. Cuando nace el protestantismo, sobre todo en la Alemania de Lutero, los tribunales son reformados y comienzan a ser cualificados como ‘consistorios’. Pero, alguien tan dogmático como Juan Calvino no iba a dejar pasar la oportunidad de realizar una reforma más concienzuda y profunda; tal es así que la Iglesia calvinista de Ginebra desarrolló estos consistorios, como una serie de juntas de pastores calvinistas y de ancianos laicos, encargados de perseguir a los acusados de diversas transgresiones morales. “La idea de Calvino sobre la función disciplinaria y la estructura organizativa del consistorio arraigó en las Iglesias reformadas y en algunas luteranas, extendiéndose de este a oeste, desde Polonia y Lituania hasta Francia y el otro lado del Atlántico, y de norte a sur, desde Escocia hasta Suiza, pasando por muchos territorios intermedios”. Los consistorios y la Inquisición tenían comportamientos muy diferentes. Los tribunales de la Inquisición eran tribunales estatales con autorización papal, conformados por un enorme número de jueces, de abogados y de funcionarios, tanto clérigos como laicos; lo llamativa estribaba en que podían utilizar la tortura para obtener confesiones, finalizaban enviando a los acusados y condenados al brazo secular, que se encargaba de finiquitar la vida del condenado, naturalmente en la hoguera. Los consistorios eran como una especie de junta de gobierno de las diversas iglesias calvinistas y luteranas, y no eran tribunales independientes. “Además, eran los pastores, que cargaban con múltiples responsabilidades ministeriales, y un grupo de ancianos no remunerados, que tenían sus propios trabajos a tiempo completo, quienes constituían el personal de los consistorios. No podían torturar ni encarcelar a nadie por decisión propia, aunque trabajaban estrechamente con los poderes estatales que sí podían hacerlo”. Estamos ante un libro muy importante en cómo se fueron conformando las identidades religiosas, y, a la par, como se aprovecharon los diferentes Estados de la época para hundir sus raíces en aquello de ‘cuius regio, eius religio’. Magnífica obra y recomendable absolutamente sin ambages. “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?” AUTORES: SARA BEAM; EDWARD BEHREND-MARTÍNEZ; CHRISTOPHER F. BLACK; PHILIPPE CHAREYRE; JOHN F. CHUCHIAK IX; TIMOTHY FEHLER; BRUNO FEITLER; CHRISTIAN GROSSE; LU ANN HOMZA; MARTIN INGRAM; KIMBERLY LYNN; RAYMOND A. MENTZER; MARK MEUWESE; E. WILLIAM MONTER; DORIS MORENO MARTÍNEZ; WILLIAM NAPHY; HENDRIK E. NIEMEIJER; ALLYSON M. POSKA; KIM SIEBENHÜNER; JOKE SPAANS; KAREN E. SPIERLING; MARGO TODD; JAMES E. WADSWORTH; JEFFREY WATT. Puedes comprar el libro en:
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