Este reputado hispanista, autor de diversos libros de viajes y de numerosos ensayos sobre distintas figuras literarias españolas, fue, al mismo tiempo, un gran impulsor de las relaciones anglo-españolas a partir de 1940, cuando se le nombró primer director del recién establecido Instituto Británico en Madrid. Aunque hubo otros candidatos al puesto, su conocimiento de la lengua y la literatura españolas, su catolicismo como buen irlandés –una de las condiciones establecidas por Franco para quien ostentara ese cargo era que el designado por las autoridades británicas debería profesar la religión católica romana—, y el decidido apoyo del duque de Alba le garantizaron el puesto. El duque, reconocido anglófilo, ya en 1923 había fundado en Madrid el Comité Hispano-Inglés, con el fin de promocionar actividades culturales conjuntas. Finalmente, todas las circunstancias resultaron favorables para que Walter Fitzwilliam Starkie fuera nombrado director del British Council en España con la expresa aquiescencia del Jefe del Estado.
Starkie, al igual que otros intelectuales irlandeses en esa época, creía que se podía simpatizar con los británicos y al mismo tiempo ser un buen patriota. No en vano era un hombre de mundo, dotado de una gran curiosidad intelectual y atraído por las diversas culturas –especialmente las mediterráneas-- que a lo largo de los siglos habían dejado su impronta en Europa.
Ya antes de 1940, año a partir del cual estableció su residencia en España, Starkie había viajado mucho por nuestro país. En Spanish Raggle-Taggle (1934) plasmó algunas de sus andanzas peninsulares con su inseparable violín como compañero de viaje.[1] El libro Aventuras de un irlandés en España sería traducido por Antonio Espina y publicado por Espasa-Calpe en 1937. Algo parecido a esas andanzas con el violín al hombro lo llevó a cabo unos años más tarde el poeta y novelista Laurie Lee, que llegó a Vigo a principios del verano de 1935 y con escaso equipaje y un violín recorrió el país desde Galicia hasta Almería.[2]
En el año 1921 Walter Starkie visitó Salamanca y durante dos días mantuvo encuentros con Unamuno. Conocer personalmente al “Maestro” –así se dirigía a Unamuno en sus misivas-- constituyó para Starkie todo un hito en ese periplo español[3]. Compartió paseos a orillas del Tormes y café en una de las terrazas de la Plaza Mayor, y le sorprendió el número de personas de todo tipo, discípulos y admiradores, que se acercaban a saludar al gran personaje que para Starkie encarnaba el símbolo y el espíritu de la “augusta ciudad universitaria”.[4] El 17 de octubre, tras su estancia en Salamanca, Walter Starkie le envía a Unamuno una tarjeta postal en la que le confiesa que su esposa está encantada con La tía Tula de la que Unamuno le había leído en voz alta fragmentos durante la estancia del matrimonio en la ciudad del Tormes; añade que ha encargado para la biblioteca del Trinity College de Dublín todas las obras disponibles de Unamuno para poder estudiarlas y escribir “definitivamente” sobre ellas. Starkie y su mujer quedaron maravillados ante la habilidad y sorprendente rapidez con la que Unamuno confeccionaba pequeñas figuritas de papel, ese arte tan personal unamuniano que él denominaba cocotología.[5]
No sabemos hasta qué punto Starkie refleja con exactitud sus impresiones acerca del “Maestro”, pero sí deja constancia del –a su parecer-- escaso sentido musical de Unamuno, de su vida austera, de la luminosidad de su estudio desde donde se vislumbraban las torres de algunos de los monumentos de Salamanca, de su especial y un tanto acerbo sentido del humor, que le recordaba al autor inglés Samuel Butler –novelista fustigador de las hipocresías victorianas--, en el sentido de tildar de prejuicios absurdos muchas de las ideas que siempre se habían tenido por incuestionables. Todo ello hace que el rector salmantino sea a los ojos del irlandés el más directo descendiente espiritual de Fray Luis de León y que se le pueda considerar con razón el “enfant terrible” de la España moderna.
En ese mismo mes de octubre de 1921 Unamuno le responde con una carta en la que, según el propio Starkie, abre su corazón y deja entrever la agónica personalidad del “Maestro”. Entre otras consideraciones, dice que le resulta imposible a esas alturas contestar con paz y serenidad a la misiva del irlandés, habida cuenta de su enorme preocupación por el estado en que se encuentra “esta España mía” (this Spain of mine, en la traducción que hace Starkie de la carta)[6]. Don Miguel reconoce que lleva un tiempo sin escribir sobre cuestiones de arte o filosofía, porque no corren buenos tiempos para la contemplación especulativa y prefiere escribir artículos de compromiso militante (articles of battle), a los que compara con las Epístolas de San Pablo, y puede que sean los que perduren para la posteridad. Añade, además, que nunca va a descansar, porque descansar es morir. Somos, continúa, un sueño de Dios, algo ya reconocido por Calderón (la vida es un sueño), por Shakespeare (la materia de la que están hechos los sueños) y Píndaro (el sueño de una sombra). Todo esto le lleva a Starkie a la conclusión de que los creyentes normales y corrientes tienen ya prefigurada la idea de que la otra vida está compuesta de paz y contemplación, algo que Unamuno rechaza. Para él, deduce Strakie, no hay paz eterna, sino una sociedad, ya diseñada por Dante, en la que tienen cabida tanto el infierno como el purgatorio y el paraíso.
En otra misiva del 29 de diciembre, enviada desde el Trinity College, le confiesa Starkie a don Miguel su satisfacción por haber cumplido el doble sueño de su vida: visitar Salamanca y haber sido agasajado por la hospitalidad del rector salmantino, a quien describe como “un gran hombre que llegará a brillar mucho más que cualquier faro”. Sabedor de la admiración de Unamuno por Shelley, incluye Starkie en esa carta una estrofa del poeta inglés alusiva al “Gran Espíritu que alberga todo un mar de inabarcable pensamiento”, cuyo contenido encaja perfectamente con la personalidad unamuniana[7]. Él será quien le proporcione a España días gloriosos, pronostica el hispanista irlandés.
El entusiasmo de Starkie por la obra de don Miguel es tal que le hace partícipe de su decisión de incluir El sentimiento trágico de la vida entre las lecturas obligatorias de su curso de Literatura Española en la universidad irlandesa, juntamente con la ya mencionada Tía Tula, que tanto había encandilado a su mujer, y también algunos de los ensayos. Para el hispanista irlandés El sentimiento trágico de la vida es uno de los libros más impresionantes de la moderna literatura filosófica europea por el coraje que destila, por su sinceridad y por su originalidad, cualidades que resumen la grandeza de la literatura española, esa literatura “de carne y hueso” que la singulariza entre otras europeas. Porque, reflexiona el irlandés, Francia ha reverenciado la razón, en tanto que Inglaterra ha despreciado la oportunidad de enfrentarse a las “verdades fundamentales” de la vida. En cambio, España, como demuestra la obra de Unamuno, “no ha perdido de vista esas verdades fundamentales que son el mal, la muerte y el amor”. Unamuno representa, en este sentido, “la hidalguía que no se avergüenza de pertenecer al país que dio tan gloriosas figuras del pensamiento”.
El “Maestro” salmantino sería uno de los temas recurrentes a lo largo de la trayectoria académica universitaria de Starkie. Por ejemplo, en septiembre de 1926 pronunció una conferencia en la Universidad de Uppsala sobre la obra unamuniana dentro de un ciclo en el que también abordaría otras figuras de la literatura española, como Cervantes y Calderón.[8] Entre sus inquietudes literarias como hispanista –además de los clásicos-- debe mencionarse la traducción que hizo de Tigre Juan, de Ramón Pérez de Ayala, a la sazón embajador de España en Londres. La novela, que lleva como subtítulo “El curandero de su honra” y narra las peripecias vitales de Tigre Juan, se había publicado en España en 1926. La versión inglesa apareció en el mercado en enero de 1933, y en el prólogo Starkie establece una comparación entre Don Quijote y Unamuno, cuando éste se preguntaba cuánto tiempo tendría que esperar aún para finalizar su exilio, poder cruzar la frontera de Hendaya y retornar a España: “How long must this endure?”[9].
Resultan curiosas e interesantes algunas de las ideas que Starkie expone en una de sus cartas a Unamuno sobre España y sobre Salamanca en concreto: “No tiene usted idea de cuánto significa España para los pueblos del Norte… Salamanca, madre de los ingenios del mundo y princesa de todas las Ciencias, siempre me atrajo, porque los irlandeses hemos tenido a Salamanca como la Meca de la Cultura. Incluso una de las razones para la fundación de nuestra universidad por la Reina Isabel en 1591 fue la de hacer que los estudiantes irlandeses pudieran quedarse en su patria”. Sabemos que, por desgracia, muchos de esos estudiantes católicos tuvieron que refugiarse en colegios como el Colegio de los Irlandeses de Salamanca por razones de seguridad más que evidentes.
No hace referencia el hispanista irlandés a la visita que casi con toda certeza tendría que haber realizado al Colegio Fonseca, donde hubiera sido bien recibido por sus compatriotas. El padre Mc Cabe tampoco menciona el encuentro en sus diarios, lo cual puede haberse debido a que cuando Starkie estuvo en Salamanca los irlandeses del Colegio disfrutaban de las bien merecidas vacaciones en la costa asturiana.
En la Introducción al libro de Kerrigan Our Lord Don Quixote. The Life of Don Quixote and Sancho, Starkie alude a varios encuentros con Unamuno. Uno de ellos tuvo lugar en Madrid poco antes del inicio de la Guerra Civil, y rememora un paseo por la Gran Vía durante el cual el rector salmantino se puso a despotricar con la acostumbrada vehemencia contra las teorías de Marx y Lenin tal como eran entendidas por sus devotos seguidores españoles. La tiranía de las ideas era para Unamuno la peor de las tiranías, a decir de Starkie, quien pone en su boca las siguientes palabras: “Detesto todas las etiquetas; la única que podría tolerar sería la de ‘ideoclasta’”, algo que el irlandés relaciona directamente con el “penoso deber” que Unamuno se impuso de agitador de espíritus, un agitador que consigue “irritar a todo el mundo”. Por eso, sostiene Starkie, si Unamuno hubiera vivido en Atenas, habría tenido que apurar la cicuta reservada a los más peligrosos enemigos del Estado.
Otro de los encuentros tendría lugar en 1928, cuando Starkie visitó a Unamuno en Hendaya. Recuerda que no estaba en su alojamiento, sino que dio con él en un café próximo al hotel Broca. Allí se encontraba don Miguel en solitario leyendo sus propios versos en voz baja en la apacibilidad de un salón del que era en ese momento el único ocupante. También en Hendaya, reconoce Starkie, los vecinos se dirigían a él con respeto y los muchos visitantes que acudían desde España le decían “Maestro”.
En 1931, varios meses después del retorno a España, Walter Starkie se desplaza a Zumaya y mantiene un grato encuentro con Unamuno en el jardín del pintor Zuloaga. Allí está también el gallego Valle-Inclán. Recuerda Starkie algunos fragmentos de la conversación mantenida a propósito de la diversidad de España en sus distintas regiones y cómo don Miguel fustiga las veleidades de algunas de ellas –en particular Cataluña, Galicia y el País Vasco— por convertirse en pequeños Estados, algo sobre lo que el poder central debía estar en guardia con el fin de proteger a sus ciudadanos frente a esas tentaciones disgregadoras. Zuloaga hace alarde de su patriotismo vasco y argumenta que, al igual que Unamuno, Valle-Inclán y otros muchos artistas y escritores, ellos supieron trascender el regionalismo inicial para convertirse en valores universales[10].
Con respecto a la Guerra Civil, Walter Starkie simpatizó con los sublevados, que para él representaban los valores políticos y religiosos en los que creía, y no desdeñó ocasiones, en años posteriores, de mostrar sus simpatías por Franco y su régimen. De hecho, en los primeros meses de 1938 publicó una serie de artículos en el periódico irlandés The Irish Independent sobre diversos aspectos que llamaban su atención, tales como el desarrollo de la contienda, la idea que para él constituía “la nueva España”, el papel de los irlandeses en la contienda o la imprevista relevancia de Salamanca como capital temporal del país, debido al hecho de que Franco había establecido en la ciudad su cuartel general. En diciembre de 1937 coincidió Starkie en España, en el frente del Ebro, concretamente, con el entonces alto rango de la inteligencia británica y luego famoso espía a favor de la Unión Soviética Kim Philby, que acababa de salir levemente herido de un percance en el que otros tres colegas reporteros tuvieron peor suerte y murieron en el incidente. Walter y Kim aprovecharon para fotografiarse juntos y parece ser que, hablando de Salamanca, Philby le recomendó un restaurante en la ciudad que Starkie no debía dejar de visitar cuando cayera de nuevo por la ciudad del Tormes.[11]
Starkie Volvió a abordar la obra unamuniana en diversas charlas y conferencias impartidas por él mismo o programadas entre las numerosas iniciativas culturales que desarrolló el British Council en sus tres sedes de Madrid, Barcelona y Valencia. Expertos en la obra unamuniana serían invitados en distintas ocasiones, junto con otros muchos estudiosos de la literatura española y británica de las diferentes épocas. En este sentido, la actividad de la prestigiosa Institución Británica tuvo en Starkie su primer impulsor y personaje más carismático. Después de dejar el cargo, se estableció en Estados Unidos y colaboró con varias universidades norteamericanas. A mediados de los años sesenta, cuando ya llevaba un tiempo en California, escribió el ensayo introductorio ya mencionado para la traducción que el hispanista Anthony Kerrigan hizo de Vida de Don Quijote y Sancho.
Seguramente el carácter complejo y en cierta medida contradictorio de Unamuno constituyó uno de los objetos de estudio de este irlandés que vio en el rector salmantino una figura única en el panorama intelectual de la España del primer tercio del siglo XX, y por el que sintió auténtica veneración. Una figura que no puede explicarse sin recurrir a las fuerzas que moldearon el devenir de España a lo largo de los últimos veinte años del XIX y sobre todo a partir de la gran convulsión que produjo el desastre de 1898 en la intelectualidad del país, ejemplificada para Starkie en nombres como Joaquín Costa, Galdós, Baroja, Azorín, Maeztu, Machado y, por supuesto, Unamuno.
Walter Starkie falleció en Madrid en noviembre de 1976 y está enterrado, junto a su esposa, en el Cementerio Británico de Carabanchel. Allí se encuentran otros compatriotas suyos, irlandeses y británicos, que hicieron de España y su cultura una segunda patria de adopción.
NOTAS
[1] Este primer libro en el que describe sus andanzas de vagabundo por el Norte de España, y que llevaba como subtítulo Adventures with a Fiddle in North Spain, tendría su continuidad en un segundo volumen dos años más tarde: Don Gypsy. Adventures witth a Fiddle in Barbary, Andalusia and La Mancha.
[2] Resulta curiosa la analogía de estos dos violinista y escritores y, en el caso de Lee, reputado novelista también. Cuando comenzó la Guerra Civil, Laurie Lee se encontraba en un tranquilo pueblecito de la costa malagueña y allí fue testigo de los primeros momentos del conflicto. Escribió algunos poemas sobre los horrores de la guerra y plasmó sus experiencias viajeras en As I Walked Down One Midsummer Morning.
[3] Puede consultarse la correspondencia en la Casa Museo Miguel de Unamuno, de la Universidad de Salamanca, a cuya directora, Ana Chaguaceda, agradezco la disponibilidad y el acceso a dichos documentos.
[4] Así lo refiere el irlandés en la “Introduction” para la versión inglesa que el hispanista Anthony Kerrigan editó en las Bollingen Series de Princeton University Press, en concreto la obra unamuniana Our Lord Don Quixote. The Life of Don Quixote and Sancho with Related Essays,1967.
[5] “Introduction”, op. cit., pág. xviii. Starkie utiliza también este término y no el de papiroflexia.
[6] Se cita textualmente un largo párrafo de la carta de Unamuno traducida al inglés por el propio Starkie, destinatario de la misma, que queda recogida en la “Introduction” del libro mencionado en la nota anterior.
[7] La estrofa que Starkie transcribe en su carta a Unamuno dice literalmente: “Great Spirit whom the sea of boundless thought / Nurtures within its unimagined caves, / in which thou sittest sole, as in my mind, / Giving a voice to its mysterious waves”.
[8] Para una completa visión de la vida y andanzas de Starkie, puede consultarse el exhaustivo libro de mi colega, Jackeline Hurtley, catedrática de la Universidad de Barcelona, Walter Starkie, An Odyssey, Four Courts Press, Dublin, 2013.
[9] W. Starkie, “An Introductory Essay”, en R. Pérez de Ayala, Tiger Juan, Macmillan, 1933, pág. 37.
[10] Véase “Introduction”, op. cit., págs. 23 y 24. Starkie remacha su remembranza del encuentro en el idílico jardín de Zuloaga reproduciendo en inglés unas sentencias de Unamuno bien conocidas y citadas: “I am Spanish by birth, education, spirit, language profession; Spanish above all and before all; Spanish is my religion; the heaven in which I wish to be is a celestial Spain and my God is a Spanish God – the God of Our Lord Don Quixote, a God who thinks in Spanish and who said in Spanish, ‘Let there be light’, and the Word was the Spanish Word”.
[11] Como curiosidad, el nombre del restaurante que aparece en una nota a pie de página del libro de J. Hurtley es “El Gorujo”. Ignoro cuándo desapareció, si es que alguna vez llegó a existir más allá de esta anécdota del encuentro con uno de los espías más famosos del mundo.
Enviado por José Antonio Sierra