Beatriz de Día, trovadora de la lírica femenina en el siglo XII francés miércoles 15 de diciembre de 2021, 08:21h
La condesa de Día forma parte de las trovadoras, trobairitz, plasmando en su obra unas bellísimas (y muy atrevidas) composiciones amorosas. La trovadora franca elige el género epistolar, el que mejor se avenía para la expresión de sentimientos íntimos y profundos: desde la felicidad plena hasta el vacío por el abandono. 1140, un año curioso y atractivo: en torno a esta fecha y en lugares dispares, se compone el Cantar de Mio Cid y nace la condesa de Día. Igual que 1212, momento dudoso en que muere en Provenza esta famosa poeta, Beatriz para unos, Isoarda para otros. Su vida se desarrolló entre el amor cortés que dominaba los salones señoriales: música, poesía, partituras y cantos; melodías y rimas que no fueron ajenas a nuestra protagonista. Dominaba a la perfección complejas paranomasias (trova hermética) y la sencillez musical más popular (trova leve). Todo ello en occitano. De origen aristocrático, interesada por la política, aprovechaba su vena artística para la crítica social y la plasmación de toda suerte de afectos y sentimientos. Compositora prolífica, poco tenía que ver con las juglaresas de su época, auténticas actrices e intérpretes que deambulan recitando textos ajenos para ganarse el sustento del público. Emociones íntimas y profundas acompañadas por la música de flauta. Mujer vitalista, habla del amor y de sus traiciones, de sí misma en A chantar, por ejemplo. Y no le duelen prendas en recriminar a los chismosos en Fin ioi me don’alegranssa, la envida y la vanidad. Trovadora muy reconocida en su tiempo: manuscritos, poemas y canciones famosos en Francia y el norte de Italia. Rimas y versos singulares con esquemas rítmicos muy característicos y fáciles de recordar y repetir. Huellas de poetas clásicos se dejan adivinar, síntoma de una amplia cultura cortesana. Su poemática, llena de puro estilismo, refleja el sufrimiento por el amor desaprensivo pero sin excesos retóricos, siempre manteniendo un tono de comedimiento y mesura, en apariencia. Pasiones sin apasionamientos populacheros como correspondía a una dama de su talla; lenguaje sincero y poco grandilocuente para un contenido tan expresivo como el que describe, cercano y personal: desafectos reales, vacío interior, rechazo de amantes. Observamos en su producción a una escritora muy sensual, nada temerosa, osada y sin recato: lejos de la imagen de fémina callada y sumisa, no escatima rigideces para cantar su alegría y satisfacción, para pedir y desear. Así de elocuente se muestra al final de una de sus canciones: se dirige al que se cree fue su amante (Rimbaud de Orange): “Sabed que tendría gran deseo de teneros en lugar del marido (Guillermo de Poitiers), con la condición de que me concedierais hacer todo lo que yo quisiera’’: sin pelos en la lengua; desinhibición pura y dura, para algunos desfachatez, seguro; poco decoro. Asume y defiende el valor y la iniciativa de la mujer en aquel siglo, siempre desde posturas de libertad y en contra de la visión moralista y castrante de muchos contemporáneos suyos.
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