Aproximadamente unos 600 versos repartidos en 26 poemas. El libro tiene dos partes, la primera titulada VOSOTROS con 13 poemas y la segunda titulada ECCE HOMO, con otros 13 poemas. Una ilustración-autorretrato de Juan Praena Medina (padre del poeta) da color a la portada: Unos pies cruzados que nos invitan a imaginar la cruda realidad del camino. La gratitud es crucial para comprender la ofrenda que representa este poemario en cada parte y en su conjunto. Afirma Fray Luis de León en su libro De los nombres de Cristo que “La poesía… sin duda la inspiró Dios en los ánimos de los hombres, para, con el movimiento y espíritu de ella, levantarlos al cielo, de donde ella procede; porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino…”. También que “…las Escrituras que llamamos sagradas las inspiró Dios a los profetas, que las escribieron para que nos fuesen, en los trabajos de esta vida, consuelo, y en las tinieblas y errores de ella, clara y fiel luz”. En muchas ocasiones las lecturas de los libros se entrecruzan por caprichos del destino y nos ayudan a comprender mejor lo que leemos, estableciéndose entre ellos una conversación mutua y un canal de vasos comunicantes. Mientras leía Biografía de la luz y Cuerpos de Cristo, ambos se iban abriendo paso a la luz compartida del mismo misterio celebratorio y gozoso. Ambos se retroalimentaban entre sí. Dice la flamante Premio Reina Sofía de Poesía, la poeta portuguesa Ana Luisa Amaral, que la poesía puede mejorar el mundo, pero que “la poesía no sirve para nada y por eso es absolutamente fundamental”. Pablo D´ors manifiesta en una entrevista para ABC Sevilla: “La palabra cuando nace del silencio actúa. Las palabras si nacen del silencio, pueden cambiar el mundo. Escribir o hablar es un ejercicio espiritual”. También dice Pablo D´ors en su libro Biografía de la luz que “leer desde el interior es lo que de verdad alimenta”. Y leer a Antonio Praena es adentrarse en la voz del alma a través de la poesía, porque eso es lo que pretende el poeta de Purullena: mejorar el mundo con sus versos, como un buen hermeneuta nos ayuda a comprender y nos eleva. Antonio Praena con cada nuevo libro que publica se hace cada vez más grande. La poesía de Antonio se encarna en los nombres, los convierte en palabras mayores, son palabras llenas de vida y de fe. Sin lugar a dudas está llamado a ocupar un lugar destacado en el Parnaso. El propio poeta dice en la revista Secretolivo que “No veo llegar los libros hasta que ellos se van encarnando por sí mismos”, o, en una entrevista para Valenciaplaza.com: “Quiero cederme y ser medio para que la realidad llegue al poema”, “La poesía, que es palabra y, en una clave teológica, palabra en la Palabra, en el logos, en el Verbum, por supuesto que es una privilegiada en ese servicio, en esa diaconía, en esa servidumbre humilde de hacer no sólo llevadero, sino humanizador, el sufrimiento.” El poeta afirma con un deje metaliterario en la página 14: “Y aunque yo sé que mis palabras poco importan/ al resto de poetas y de críticos,/ que nada legaré para la historia/ de la literatura…”. Pero en mi modesta aproximación y opinión estoy en absoluto desacuerdo con él, Antonio Praena sí que importa, y pasará (ya está) a la historia de la literatura española como un gran poeta, ya se puede comprobar la importancia de su obra y los éxitos cosechados, así como el corpus crítico que hay detrás de ella. Tenemos ante nosotros a uno de los grandes poetas españoles actuales llamado a perdurar, con un estilo tan singular y pulido como exquisito. El libro Cuerpos de Cristo marca un camino, sigue un itinerario: el de la belleza, el de la fe y la resurrección, el del amor al otro, el de la gratitud y la esperanza, el del homenaje y la amistad, el de la transcendencia. En este poemario se percibe a un autor ungido por la fe cristiana que pone su don mayúsculo (el de ser poeta) al servicio de Dios y su mensaje. Nos revela Pablo d´Ors en Biografía de la luz que en Jesús se dan “Los tres carismas por excelencia: la palabra: escucharla y anunciarla; la visión: ver y enseñar a ver; y la sanación: atravesar el dolor y redimirlo”. Y esos tres carismas/itinerarios son los que también se pueden percibir de alguna manera en la lectura de este libro. El poeta resignificándolo todo nos aproxima a su poesía que es “palabra en la Palabra” para que la escuchemos y de paso nos anuncie la Buenanueva resucitada del mandamiento nuevo: el amor a Dios y el amor al prójimo, pero no se queda solo ahí. La visión del poeta, la forma en que su mirada genuina y particular nos presenta la realidad y los poemas, nos enseña también a ver lo que él ve y a guiarnos hacia lo sagrado (solo basta con leer entre otros muchos el primer poema del libro para comprobar lo que digo) compartiendo con nosotros su testimonio/magisterio y su don. Y además el poeta que atraviesa el dolor, a través de tantos nombres y experiencias, lo redime/transciende a través de sus versos, a través de una sanación que resucita con cada lectura que puede llegar a ser hasta salvífica, por lo que tiene de autoayuda y meditación inductora. Es, por tanto, desde esta perspectiva, desde esta poética del ascenso, un libro carismático, una guía espiritual. En este poemario en concreto su poesía establece una “union mística, una visión beatífica (que dentro de la concepción doctrinal de la mística cristiana es un privilegio divino que consiste en el conocimiento inmediato de Dios)”. La alteridad (esa poética del otro) funciona en este poemario como un campo magnético que ejerce su influencia conductora a través de los nombres, y es que la fórmula que halla el poeta para llevarnos a Cristo es la de transcender lo anecdótico a un rango superior de consciencia que por elevación nos seduce y guía. El libro se abre con esta dedicatoria “Cada poema de este libro está dedicado a alguien. Cada una de esas personas, vosotros, sois los Cuerpos de Cristo”, y además una cita bíblica (Mt 25, 40) que nos lleva directamente al prójimo. Porque Cuerpos de Cristo es un libro de amor y entrega que da gracias por lo recibido, lleno de guiños a la biografía del autor. Además, es, quizá, su libro más sacerdotal y catequético (funciona como un retablo, donde la identidad y el tono cristiano es más que evidente). En él se percibe la vocación de fraile dominico al servicio de su compromiso religioso. El propio jurado del Premio Alarcos afirma que es “un poemario elegiaco, producido por la muerte de un ser querido y mezclado con profundos y heterodoxos conocimientos teológicos”. Según la numerología, el número 13, presente en este poemario, lejos de la superstición, es un número sagrado y se relaciona con la muerte, no como algo malo o negativo, sino como signo de cambio o transformación, y aquí en este poemario, en concreto, como algo más positivo, la resurrección en Cristo Jesús. “También nos resucitan” dice el poeta en la página 45, o “Pero este es el sentido de la muerte:/ manifestar resurrección” –reza en la página 34 del poema Vosotras. O en el poema Jueves santo dice: “Vivo o muerto,/yo sé que estás resucitado”. Nada más abrir el libro, un magnífico y emotivo primer poema (Mujer con pastilla de jabón) nos zarandea, nos recibe a porta gayola y nos avisa de que hemos entrado en un territorio sagrado, en un poemario mayúsculo escrito con el corazón, pero también con la habilidad de un poeta que domina el oficio y el idioma con especial maestría. ¿Qué es lo que nos encontramos aquí en este libro, cuál es su piedra angular? El poeta nos presenta una vida (la suya diluida en la de otros) entregada al prójimo y a la poesía, nos encontramos “un terreno sagrado” lleno de dolor agradecido que diría Oscar Wilde y que Antonio lo incluye en su poema Junto a la carretera como un verso-cita. Unas pérdidas o un dolor que son fuentes de conversión, puertas que abren a la salvación por la fe y el testimonio, convertidos en poemas para gozo artístico, porque la belleza es también otro camino de salvación. Aquí nos encontramos un conjunto de ausencias que al nombrarlas el poeta las hace presencias compartidas, desde Santa Teresa, San Juan de la Cruz, 43 estudiantes desaparecidos en Méjico, Amy Winehouse, Federico, Francisco José Pujante, Pablo García Baena… todos Cuerpos de Cristo unidos por la muerte, pero también por la resurrección cristiana que el poeta proyecta sobre ellos, a través de la fe que profesa y del lenguaje que utiliza. Varios hilos entretejen la poética de este poemario. Y es su foco el que ilumina centrando la atención donde le conviene y convirtiendo su mirada microscópica o telescópica en un acto de revelación, según la necesidad de cada momento y aunándolas a veces en el mismo instante. “…fabricado/ con sodio palmitato, glicerina,/ evernia furfurácea y extracto de lavanda./” , “El más valioso don que he recibido,/ tan solo comparable al acto/ que crea el universo de la nada” (p. 13). O “y abraza en lo concreto lo intangible,/ lo eterno en el instante, el todo en parte alguna./ (p.57). Y así nos encontramos lo cotidiano y lo sagrado, la vida y la teología, el lenguaje y la mística, la poesía y el testimonio, lo existencial-autobiográfico y lo elegiaco, lo fugaz y lo eterno, lo meditativo y lo artístico, la alteridad y la voz singular del poeta. Pérdidas que son ganancias en esa otra escala de valores que el libro propone. Citas-referencias y dedicatorias establecen otro diálogo interno y paralelo que proyectan el poemario a otras esferas que van más allá del texto, del lenguaje y del poema, que nos llevan a la misma vida. “No sabe del amor quien sale indemne/ de la carne del otro” –exhorta en la página 18. Cuerpos de Cristo es un acto de iluminación que ha sido escrito para ser compartido como la luz que se saca de debajo del celemín. Basta con leer el poema Las cinco llagas. Porque como diría Pablo D´ors: ¿Y qué sucede cuando se ve a Dios en alguien o en algo de este mundo? Que se reconoce que esa luz de la que se disfruta no puede ser solo para uno”. El propio autor de Purullena nos confiesa sobre Cuerpos de Cristo que espera “que cumpla el destino que Dios, que es quien ha movido este libro tenga para él. Aunque ello incluso a mí me cueste más de un disgusto”. Y es que como dice Pablo D´ors: “Al verdadero maestro se le identifica por esta triple misión: propicia el desasimiento y la experiencia del misterio (es un mistagogo); experto en la tradición, dibuja un sencillo y sugerente itinerario formativo (es un pedagogo); desaparece para que aparezca la vida (es un místico)”. Y eso es lo que ha hecho Antonio Praena en este poemario, actuar como un mistagogo, como un pedagogo y como un místico al mismo tiempo, en una especie de misterio trinitario: tres misiones en un solo poeta. El poeta consigue en Cuerpos de Cristo que Amado y Amada (Cristo y poesía) se unan en una relación íntima y espiritual más que en ningún otro de sus libros anteriores. Detrás de cada poema hay un “ángel” que actúa como un arquetipo, y los poemas convertidos en ofrendas líricas llegan a ser oraciones o templos donde la conciencia se redimensiona y se comparte. El propio Antonio nos dice en una entrevista que “Si un libro no da pistas él solo, es que algo falla”, y añade que “No es un libro neutral”, que “Cuerpos de Cristo, mejor o peor, habla clarito por sí mismo si no intentamos forzar, sobre interpretar, imponer expectativas…” Así que lo mejor que podemos hacer es leerlo y dejar que su poesía nos hable, porque como dice en el último renglón de su último poema: “Solo es cuestión de andar sobre las aguas”, en este caso, sobre sus versos.
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