De entonces a hoy han pasado cosas tan peliculeras que no se las creería ni 007, licencia para incordiar. Fíjate que tengo imaginación, pero a mí me cuentas que en una ciudad de China (de cuyo nombre no quiero acordarme) que tiene el laboratorio más mega seguro y mega guay del mundo, se les ha escapado un virus asesino de la manera más tonta -como si dijeras cierra la puerta que se escapa el gato- y me vas a perdonar, tío, pero no te creo ni de coña. No solo no te creo, sino que te llamo conspiranoico a la jeta y te bloqueo en el guasap.
No te rías porque esto es lo que ha pasado. Nadie pide explicaciones, ni la OMS, ni la EMA, ni la ONU, ni Joe Biden, ni Bruselas, ni el resto de chupópteros y organismos internacionales que viven a tu costa como dios. También es verdad que no dan abasto. Han estado súper liados con el temazo del lenguaje inclusivo. Una durísima disquisición metafísica para discernir si en sus felicitaciones navideñas deben poner “Feliz Navidad” o “Felices Fiestas”, en genérico laico. Ese es el nivel que tenemos, colega. Pobre Ómicron estará acojonado. Le compadezco, no sabe a qué mundo desquiciado ha ido a parar.
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