Ha ejercido su tarea como crítico teatral, cinematográfico, musical y literario. Es actualmente editor en el diario “Los Andes” de la ciudad de Mendoza. Junto con Hernán Schillagi es fundador y director de la editorial Libros de Piedra Infinita y de la revista digital de poesía El Desaguadero. Es creador y autor de los sitios de internet Razón Atea y Oído Fino. Piezas teatrales y otros espectáculos de su autoría fueron estrenados entre 2016 y 2020. En 2013 creó y dirigió el Primer Festival de Poesía de Mendoza, realizado en el marco de la Feria del Libro de esa provincia, el que tuvo sucesivas ediciones entre 2014 y 2018. Participó como invitado en encuentros de escritores de su país y de Chile. Obtuvo premios en los géneros poesía y novela. Poemas suyos integran antologías de la Argentina, España y Rumania. En formato electrónico se publicaron su crónica “Magia y pasión de Liliana Bodoc” y su colección de artículos y ensayos “Cruz y ficción”. Publicó las novelas “De Mendoza a Tokio” y “El mar de los sueños equivocados”, así como los poemarios “Hotel Alejamiento”, “Diapasón”, “Secuencia del caos”, “Viajero inmóvil” y “Mortal en la noche”. También, a través de la colección Pez Náufrago de Ediciones del Dock, fue publicado el volumen “Plano secuencia. Antología poética 1998-2018”.
¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
FGT: Los actos en cuestión son dos y se parecen tanto —por su distancia en el tiempo, por la precariedad del pensamiento de ese entonces— que tiendo a confundirlos. Uno de ellos fue por la vía de la escritura, cómo no. La composición que la maestra me pidió no era la del tema ganadero habitual (“la vaca”) y no recuerdo, justamente, el tema. Sí, en cambio, la sensación de hallazgo sonoro y de sentido que se abría ante mí con esa combinación de materiales que hacía poco estaba manejando. Resultó una faena sin sudor, pero que dejó un eco profundo que siguió sonando después cuando, al entregar los trabajos, la maestra dijo haberse sentido sorprendida por lo que uno de nosotros había escrito y procedió a leerlo en voz alta. Al terminar me miró y lanzó sus felicitaciones. Una lástima que aquello se haya perdido, tal vez sí valía la pena entre todo lo escrito.
El otro acto que recuerdo, como digo, fue similar, aunque sin testigos. Me permitió medir por mí mismo el hecho de lo creado cuando, tomando un juguete de mi niñez (piezas de Rasti) procedí a desarmar un modelo creado con la ayuda de mi padre y lo reproduje con variaciones propias. Allí entendí lo que con las palabras parecía ocultárseme: crear es, primero que nada, destruir.
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
FGT: La lluvia y las tormentas son un mero decorado para mí. Nada especial me sucede en cuanto a lo simbólico, no provocan un viaje en el tiempo (una lluvia, para mí, no sucede en el pasado borgeano), ni me asustan ni cambian radicalmente mi ánimo. La sangre me impresiona más por su olor que por su color: cuando llega al olfato es cuando se hace real y no una mera agua estridente. La velocidad es como la lluvia para mí: la siento al comenzar, la siento al acabar: en medio, me acostumbro a ella. La contrariedad y las contradicciones provocan una sola sensación: la de hartazgo. Aunque sea la primera a la que me enfrento.
“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?
FGT: La inspiración en su sentido romántico —el divino hálito soplado sobre el alma del artista a quien le es comunicado el arte que ha de compartir con los seres inferiores a los que su obra debe iluminar— me parece un simple mito. Sin embargo, la inspiración que no descarto es la que se parece a una conspiración, una conspiración creativa: cuando ciertas obras, paisajes, palabras, músicas, miradas, confusiones, o lo que sea, estimulan la producción. Una producción que obligará al trabajo de destruir y levantar de nuevo de entre los restos, con esfuerzo o con accidente, pero con trabajo de por medio.
¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?
FGT: Son tantos que aburriría su mención, sin contar con el hecho de que me sentiría tentado por narrar lo que sé de sus vidas. Artistas que van de Bedrich Smetana a Jackson Pollock, pasando por Alfonsina Storni o Juan L. Ortiz.
¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
FGT: Me gusta el sentencioso: “Eres esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios”. Debo de haberlo dicho a menudo.
¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
FGT: De muchas maneras diferentes, me he estremecido (y sigo estremeciéndome sin ambages) con Las ruinas circulares (Jorge Luis Borges), Sinfonía Nº 6 (Gustav Mahler), El jardín de las delicias (El Bosco), “Divina Comedia” (Dante Alighieri), Gnossienne Nº 1 (Erik Satie), Mi hija se viste y sale (Joaquín O. Giannuzzi), Un día en la vida (The Beatles), Fue sueño ayer, mañana será tierra (Francisco de Quevedo), Cerca del abismo (Yes), Guernica (Pablo Picasso), la Catedral Santa María de Toledo, La casa de los aduaneros (Eugenio Montale), Las meninas (Diego de Velázquez), Cuarteto de cuerdas Nº 15 op.132 (Ludwig van Beethoven), “A sangre fría” (Truman Capote), Sin ti (Paul Eluard), La canción de la tierra (Gustav Mahler), “Ética demostrada según el orden geométrico” (Baruch de Spinoza), La persistencia de la memoria (Salvador Dalí), “Caballo en el salitral” (Antonio Di Benedetto), El ciudadano Kane (Orson Welles), Las babas del diablo (Julio Cortázar), Catedral de la Sagrada Familia (Antoni Gaudí), La casada infiel (Federico García Lorca), El imperio de las luces (René Magritte), Cantata de puentes amarillos (Pescado Rabioso), “Hoy temprano” (Pedro Mairal), Persona (Ingmar Bergman), La urna (Enrique Banchs), La balsa de la Medusa (Théodore Géricault), “La tierra baldía” (T. S. Eliot), Réquiem (W. A. Mozart), “Edipo Rey” (Sófocles), Ys (Il Balletto di Bronzo), la Capilla Sixtina, Sunset Boulevard (Billy Wilder), En la corte del Rey Carmín (King Crimson), “Leviatán” (Paul Auster), El dios abandona a Antonio (Constantin Kavafis), El entierro del conde de Orgaz (El Greco), Mendiga voz (Alejandra Pizarnik), Sinfonía N° 8 (Anton Bruckner)...
¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?
FGT: No por ser pocas, sino por ser muchas es que no recuerdo ninguna en particular. Ahora se me presenta la siguiente: tras alguna indisciplina en la escuela secundaria, la preceptora y su peor cara me dijeron: “Mañana, si no venís con tu mamá, no entrás a la escuela”. Yo le repliqué, para cambiarle la cara: “Es que mi mamá está en el cielo”. Esperé a que su cara cambiara y cuando iba a pronunciar algo me di vuelta y le completé: “Es azafata”. A pesar de todo ha de haberle parecido bueno el chiste, porque no volvió a pedirme la compañía de mis padres para seguir en el colegio.
¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
FGT: Dado que presupone la muerte, es algo en lo que no puedo pensar si soy fiel a Spinoza: “El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es una meditación no sobre la muerte, sino sobre la vida”.
“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
FGT: Las rutinas no siempre aplastan, sino que ayudan, ordenan y evitan esfuerzos inútiles. Sólo cuando estas se alargan es cuando encorvan y aplastan. La mayoría tienen bálsamo con los descansos, así que prefiero decir que la rutina más agobiante es la del desgaste del tiempo.
¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.
FGT: El estilo de tal o cual autor no siempre aparece con claridad en el propio autor. Es como el propio rostro, que sólo puede ver uno mismo de manera indirecta: tal vez un rostro (un estilo) es tanto el que ven los otros como el que se construye el autor de sí mismo, o el que le va saliendo. En ese sentido, esos límites seguramente siempre van a existir, pero pueden ser elásticos, y cambiar según la percepción. Se solidifica recién cuando la obra acaba. Ahora bien, que un estilo tenga límites es una obviedad: no puede haberlo sin límites, sean los que se dibuja uno mismo o dibujan los otros. Y un estilo es una manera, pero no necesariamente un amaneramiento. Con lo cual, pienso, lo que decía Corpus Barga era más bien un intento por decir una frase ingeniosa. Ni siquiera lo era.
¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
FGT: No hace mucho hablaba de cuando, de joven, cuando uno está forjando su propia personalidad, me habían hecho esa pregunta y, tras un pequeño devaneo fundado en la intención de sonar inteligente, había terminado diciendo lo que impulsivamente me parecía lo más irritante: la hipocresía. Pero, ¿cómo puede ser que la mera hipocresía, practicada con unanimidad, cause mayor indignación que males mayores? Yo diría que todo lo peor indigna, sólo que hay cuestiones que lastiman quizá por lo obsceno de su práctica. Hoy en día me sigue indignando la hipocresía. Y, de manera instantánea, me parecen indignantes tantas ideologías acríticas al uso —practicadas con una carga adicional, que es la de censurar y atacar a quien se atreva a objetarlas— que seguramente, si me pusiera a enumerarlas, causaría indignación.
¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
FGT: Mi adolescencia fue pronta y sucesos inesperados o no tanto la interrumpieron rápido. No hay nada grave en esto, nada trágico. Así que tal vez deba mirar en mi niñez en San Martín (Mendoza), donde aún vivo, y son muchas. Pero hay una imagen que me ha perseguido por mucho tiempo: la de un pichón de búho que murió a pedradas por la banda de amigos con las que jugaba a diario en mi barrio. Las rapaces que cada noche aparecían sobre los cables nos provocaban fascinación y a veces temor. Una tarde, al caer el sol, sabiendo que pronto aparecerían, uno de los amigos —el mayor, acaso el líder— habló de que sabía de dónde salían los búhos. Un enorme terreno baldío que no había sido una extensión de viñas era nuestro terreno de juego usual, y él habló de uno de los rincones donde eso sucedía. De golpe, sin pensarlo, recuerdo que estábamos en camino hacia ese lugar, yo, el último de la fila, ignorante del interés de esa incursión. Luego todo pasó muy rápido: alguien gritó “ahí” y un búho, o una madre búho, salió a defender su nido. Me distrajo la imagen de esa ave que parecía saber que venía lo peor y ejercía su defensa como si se debatiera entre el miedo y el instinto de protección. Al parecer, la determinación de mis compañeros de aventuras, los que iban ya mucho más adelante, estaba clara en todos menos en mí, porque de golpe vi que arrojaban piedras que llevaban en las manos. Cuando ese búho quedó atrás, desde atrás vi que los cuatro o cinco amigos rodeaban algo y levantaban sus manos para arrojar otra lluvia de pedradas. Llegué justo para ver, pequeño y sin protección, un pichón de búho que, sin saber volar, no había podido salir de ahí; lo vi cuando le caían las primeras piedras, aterrorizado (un terror que sus ojos enormes parecían proyectar por delante, como único escudo) y vi, finalmente, y con el corazón encogido cómo, piedra tras piedra, su cabeza se escondía sobre el pecho, su ritmo de respiración se espaciaba y el pichón, muy rápido, acababa muriendo. Esa imagen, recortada en mi recuerdo como una cabeza de búho sobre un fondo negro, me ha acompañado por siempre, y cada vez que aparece, mis latidos se aceleran, como si quisieran sostener los de ese búho que moría.
¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?
FGT: Son muchos, pero creo que en todos me gustaría mantener esa inmunidad del lector, un espectador de lo que sucede, aunque inmerso. Serían muchas: de la búsqueda de la inmortalidad de Gilgamesh y Enkidu a las intrigas que animan el interés por dominar Arrakis (Dune); de los pasillos de una biblioteca borgiana a la París de Julio Cortázar; pero también, andar por los jardines del Bosco, las arenas de Dalí o los interiores de Velázquez o de Vermeer.
El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
FGT: Oscuridad y silencio han sido tonalidades de una escala que he interpretado durante gran parte de mi poesía, sobre todo la inicial. Creo que han estado allí y, por estarlo aún, cuando se los lee de nuevo, siguen resonando como un perturbador diapasón. Alrededor de esos sentidos he reflexionado y escrito, así que no creo que merezca en una respuesta a un cuestionario otra orientación, otro sentido, otra recomposición.
¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
FGT: Ese universo es tan grande que no queda más que preferir los que primero se amontonan en la lengua al pensar en esas características. Así, digo Quevedo, Larra, Unamuno y Borges.
¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...
FGT: Hay mucha palabrería en buena parte de la poesía actual, por ejemplo, que consiste en apreciar como valioso una mera enumeración, una invocación pretendidamente chamánica que se supone, por sí misma, podría producir el artefacto poético. Así, esa clase de apreciaciones no sólo carecen de mi aprecio, sino que merecen mi desprecio. Y si de imprecisiones hablamos, me gustan aquellas que están puestas con total intencionalidad, adrede.
¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
FGT: Lo he notado, ciertamente. Pero no me perturba en demasía, no me entristece y le busco solución. Uno no puede lamentarse por lo que no tiene remedio.
¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?
FGT: Son tantas las horas del día en que esa maldad insolente nos invade que es difícil no sentirse protagonista de una letra discepoliana. Pero también hay que decir que no tenemos término de comparación: este es el mundo que es, quién sabe si otro podría ser peor. No quiero adherir a Leibniz en esto, sino simplemente hacer confesión de ignorancia.
Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
FGT: Han de ser muchas. Por aparecer primero en la evocación, me asombra —como ha asombrado a hombres de todos los tiempos— el Sócrates que Platón nos presenta en su inmarcesible Apología. Luego, en un plano de mayor alcance, Alejandro Magno.
¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”?
FGT: Cosas sencillas y no siempre elaboradas. Sí: algunos momentos de Seinfeld, pero también los chistes bien narrados, los juegos de palabras y, sobre todo, la carcajada de otros.
¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
FGT: Con tozudez. Hasta que sangre la cabeza de tanto dar contra el muro. Si ni un ladrillo se ha movido, allí me quedo, mascullando la bronca y el orgullo. Luego, no queda otra que aceptar ese límite.
El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con esos tópicos?
FGT: Amor: en ese amplio concepto, y sin entrar en detalles, creo que mejor que a la mayoría; no muchos pueden haberse sentido amado como yo, aun sin merecer ese amor. Contemplación: debí contemplar más, aun después de contemplar mucho. Dinero: jamás me ha desvelado demasiado, excepto cuando ha sido escaso, es decir, en estos tiempos y este país, muchas veces. Religión: mi formación fue católica, pero arribé en un ateísmo esencial total; como muchos, por razones culturales, soy un ateo católico (como lo era, por ejemplo, Gustavo Bueno). Política: la profesión de periodista lo obliga a uno, muchas veces, a practicar el simulacro de lo exento en este campo; pero se es zoon politikón, se quiera o no: me interesan la historia y el proyecto de las izquierdas definidas y aborrezco el progresismo de las izquierdas indefinidas, delirantes o divagantes.
¿A qué obras artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
FGT: Si fuera prolijo al responder esta pregunta me convertiría en un insufrible más. Restrinjámonos al ámbito en que más me muevo, la poesía y la narrativa: es insufrible gran parte de la poesía chatarrera que dominó la escena hace unos años en la Argentina, y sobre todo sus apologistas. Y sus peores epígonos, algunos todavía activos, incluso en mi provincia (Mendoza).
¿Qué calle, qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?
FGT: Ese largo pasillo de la calle Almirante Brown que terminaba en la puerta gris del patio de mi primera casa; las mañanas o las tardes en casa de mis abuelos paternos; mis juegos entre los yuyos de los baldíos del barrio al que me mudé a mis nueve años. Todo eso lo recuerdo con nostalgia y con cariño, por la simple razón de que los he perdido para siempre.
¿Cómo reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una microficción.
FGT: No encuentro ordenamiento posible, sino que se me aparecen, tal vez, como títulos de poemas de un libro ajeno, imaginario, pero que tal vez alguien escriba algún día.
“Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?
FGT: Mueren en el ruido y en el silencio, en la impotencia, en el error. Mueren muy seguido. Pero, ante eso, frente a esa tumba (como he dicho en un poema) yo “Vuelvo a escribir ¿Para mí? ¿Para un otro? / Nadie lo sabe: igual vuelvo a escribir / Hasta escarbar Hasta desenterrar”.
¿Podés disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
FGT: Por mucho tiempo defendí, como una cosa que merecía su defensa, la idea de que se debía disfrutar de la obra y prescindir de los datos biográficos desagradables de quien la producía. Pero practicarlo lo predicado me era más fácil antes que ahora. Me cuesta un poco más en la actualidad, o tal vez sea que no quiero hacer el esfuerzo porque lo considero un premio para quien no lo merece. Igual, lo intento. Me convenzo de que aquel que yo era tenía razón en su defensa.
¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
FGT: Si se trata de algo grave (pocas veces, de verdad, lo es) simplemente ni lo olvido ni lo perdono.
No concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
FGT: Esas áreas son tantas que, para evitar la prolijidad, mencionaré sólo a tres de esas áreas y sólo a tres representantes de cada una. En el ámbito filosófico, a Platón, a Spinoza, a Gustavo Bueno. En el histórico: a Alejandro Magno, a Adriano, a Isabel la Católica. En el futbolístico: a Diego Armando Maradona, a Juan Román Riquelme y a Lionel Andrés Messi.
¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
FGT: Una de las empresas personales ha de ser someter a las pasiones al dominio de la razón. Eso no significa inhibir las pasiones, sino que estas no deriven en pasiones enfermas.
¿Qué artistas estimás que han sido alabados desmesuradamente?
FGT: Muchos. Prefiero no mencionarlos, a ver si eso contribuye a menguar la desmesura.
¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
FGT: Desde la perspectiva de Aristóteles, entiendo que el único amor simétrico sería el de Dios. Así como su Dios es νόησις νοήσεως (un pensamiento que se piensa a sí mismo, dado que un ser infinito no puede dejar nunca de hacerlo), sólo podría amarse a sí mismo, dado que ningún otro ser merecería su amor, y este sería perfecto e interminable. Lo que nos queda a nosotros, que (a diferencia de ese Dios) somos posibles y existimos es amarnos con imperfección y asimetría.
¿El amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino, la noche plena o la madrugada?
FGT: No es tan fácil elegir. Como escribió Juarroz: “Las distancias no miden lo mismo
de noche y de día. / A veces hay que esperar la noche / para que una distancia se acorte. / A veces hay que esperar el día”.
¿Qué dos o tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las artes nos propondrías?
FGT: El Bosco y Salvador Dalí. Dante Alighieri y Miguel Ángel. Gustav Mahler y Leonard Bernstein.
Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?
FGT: He perdido piezas antes de tiempo. Así que juego a resistir lo más que pueda, aunque viva en jaque.
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Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en las ciudades de Libertador General San Martín y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1000 kilómetros, Fernando G. Toledo y Rolando Revagliatti, noviembre 2021.