Napoleón Bonaparte es un hombre del siglo XVIII y, sobre todo, del esplendoroso siglo XIX. En el texto de la obra el “Emilio” de Jean Jacques Rousseau, parece que se adivina la futura llegada imperial y autocrática de Napoleón I “el Grande”, y la desaparición de las anquilosadas monarquías europeas, la referida a Francia es paradigmática. El viento de guerra sangrienta iluminará los campos europeos, sensu stricto, y ya se tiene la percepción exacta de lo que va a ocurrir durante esa segunda mitad del siglo XVIII. “Nos aproximamos al estado de las revoluciones… considero imposible que las grandes monarquías de Europa vayan a durar mucho tiempo”. En este momento, en la pequeña urbe de provincias de Auxonne, en una modesta vivienda de este pueblo se aloja un joven y paupérrimo teniente de artillería, que se llama Napoleón Bonaparte. Este joven es un militar inteligente que ya apunta maneras, no es francés sensu stricto, ya que es el segundogénito de una familia de la pequeña nobleza de Córcega, donde nacería en su orgullosa capital, Ajaccio, el 15 de enero de 1769. Ya habían transcurrido tres meses desde la anexión de la isla a Francia, su padre, que fallecería pronto y joven, era un abogado reivindicativo de la identidad corsa, y se llamaba Carlo María Buonaparte (1746-1785), su madre María Letizia Ramolino (1750-1836) sería siempre su debilidad emocional y la voz de su conciencia. Cuando caiga el régimen imperial de su hijo se negará, con toda rotundidad, a seguir manteniendo sus rentas. Carlos Bonaparte era un hombre de derroche económico continuo, por lo que enseguida tuvo problemas pecuniarios con su exiguo presupuesto familiar. Sus dos varones mayores, José y Napoleón, fueron educados en Francia a partir de 1778. Conseguiría becas para que pudiesen estudiar a cuenta del Estado francés. “Después de una breve estancia en el colegio real de Autun, Napoleón fue becario en el colegio militar de Brienne, donde pasó cinco años. Según un testimonio de Bourrienne, su colega y amigo, Bonaparte puso de manifiesto cualidades extraordinarias en matemáticas, disciplina en la que siempre era el primero. Obtuvo excelentes resultados en historia, en geografía y en otras materias. Las únicas excepciones era el latín y el alemán: no tenía el don de las lenguas. En octubre de 1784 pasó a la Escuela Militar de París, que, al igual que en la actualidad, estaba situada en el Campo de Marte”. El joven militar destacaría como artillero; tras realizar exámenes con notas brillantes, conseguirá el grado de teniente de segunda en 1785, una vez terminados ya sus estudios. Comenzaría su servicio militar en el regimiento de artillería de Valence, en el meridión de la gran ciudad de Lyon. Hasta septiembre de 1786, Napoleón Bonaparte no volverá a visitar su Ajaccio natal. “Su llegada fue una gran alegría para nuestra madre”. Tanto en Brienne, como en París o en Valence su sueño y su deseo prioritarios eran conseguir la gloria, el honor y la felicidad de su Córcega natal. En su casa natal se quedaría hasta el mes de octubre del año 1787. Aquí se vio obligado a intentar resolver viejos litigios económicos familiares. En otoño de 1787 regresó a París, desde octubre hasta diciembre. En el mes de enero de 1788 volvería a su ciudad natal, para resolver nuevas cuitas de sus familiares; por esta causa se vio obligado a solicitar una prórroga del permiso militar que se le había concedido. Estos continuos viajes le mantuvieron entretenido, mientras en la metrópoli ardían las ideas revolucionarios que se llevarían por delante a la dinastía de los Capeto, llegando inclusive a guillotinar a los monarcas y a la propia estirpe regia. La narración es magistral, y se lee con un interés preferente como si se tratase de una novela histórica. El 14 de julio de 1789 se producía el asalto parisino a la fortaleza carcelaria de la Bastilla, y subsiguientemente tenía comienzo la denominada como la Gran Revolución francesa, la revolución por antonomasia a lo largo de todos los tiempos. El futuro emperador de los franceses acaba de cumplir los veinte años. “¿A qué aspiraba, en qué pensaba este joven oficial, relegado a ese rincón perdido de Auxonne? ¿Con qué contaba ese pobre teniente de origen desconocido, corso de tez aceitunada, que hablaba francés con acento, que hizo fortuna sin relaciones, sin conocimientos ni dinero, que vegetaba con el grado más bajo de oficial, en una guarnición perdida e ignorada por todos? Sueños audaces y grandes designios invadían la mediocre vivienda del joven teniente de artillería”. Era un ser humano osco y huraño, no permitía ninguna broma sobre su idiosincrasia o su patria corsa. En cierto momento de su historia, siendo un niño tal cual, respondió a uno de sus profesores sobre que era un ser humano ni más ni menos. No olvidaba que era considerado como un paria para los franceses metropolitanos; los corsos no eran libres, ya que cuando se liberaron de la opresión genovesa, por medio del héroe de los corsos Pasquale Paoli (1725-1807), en el año 1755; de nuevo en el año 1769 serían aherrojadas su libertad y su independencia por medio del Reino de Francia. En este momento de su azarosa vida, firma como Napoléone o Napolione di Buonaparte; de esta forma dejaba bien claro sus sentimientos patrióticos corsos. “Por otra parte, la tragedia corsa no era más que una de las sombrías páginas del duro libro de la vida. El mundo en sí mismo era imperfecto; pero, era malo. El tiempo de la austera y valiente virtud romana había pasado. En esta sociedad de costumbres corrompidas, que se mofa de los derechos naturales del hombre, no hay lugar para la virtud cívica, pensaba el joven patriota corso”. Su carácter es el patognomónico de un ciclotímico, pero siempre con unas claras convicciones, y hombre muy apasionado en todo lo que haga a lo largo de su vida. Los historiadores que han estudiado su vida, desde Stendhal hasta Chuquet, o Madelin, se acercan al gran Napoleón, militar y emperador, pasando de puntillas en el devenir vivencial del joven Bonaparte corso. Su capacidad de trabajo era asombrosa; en su juventud se levantaba no más tarde de las cuatro de la mañana y se ponía a trabajar con premura e inmediatamente. Siempre acompañaba con hechos sus palabras doctrinarias. “Caminaba junto a los soldados bajo el ardiente sol o aterido por el viento, verdadero ejemplo de resistencia”. Esto es todo, de momento, para este volumen fuera de serie, ¡sobresaliente! y de lectura obligada y necesaria. “Qui cum sapientibus graditur erit amicus stultorum efficientur similis”. Puedes comprar el libro en:
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