El pasado y su hiriente realidad se comportan como guadañas de los sueños, porque por más que intentamos esquivarlos éstos se empeñan en autodestruir los falsos recuerdos que nos hemos creado a lo largo del tiempo, sobre todo, si esos falsos recuerdos son de nuestra juventud. Una juventud cargada de canciones y chicas, locales y flashes apagados, neones y tribus urbanas que ahora se agolpan por salir de ese baúl en el que un día sin darnos cuenta los guardamos. El documental que el programa Imprescindibles de TVE2 emitió el pasado 7 de noviembre sobre el cantante y compositor del grupo Los Secretos, Enrique Urquijo, es una buena muestra de ese artefacto compuesto del binomio pasado-presente con el que vienen cargadas las exploraciones de un no tiempo que yace en un lugar —muchas veces perdido— de nuestra memoria. Volver a Los Secretos y a Enrique Urquijo, para quien suscribe, es regresar a su actuación para el programa El Gran Musical de la Cadena Ser en la discoteca Consulado de Madrid, una mañana de domingo rodeado de fans enfervorecidos/as. O hacerlo a esas cintas magnetofónicas de las que salían las notas de sus primeras canciones de su homónimo primer Lp, en el que canciones como: Déjame, Sobre un vidrio mojado o Niño mimado se peleaban por salir al aire y conquistar nuestros corazones. Pero también, sumergirnos en este documental es descubrir a esos hermanos Urquijo de niños y adolescentes; niños y adolescentes que ahora nos recuerdan que una vez todos fuimos niños, además de verlos crecer a través de las palabras de sus amigos, cantantes que compartieron escenarios con ellos, y vivencias vitales confesadas de nuevo por boca de productores, amigos y hermanos. Con sus palabras y recuerdos sentimos más de cerca la figura humana de Enrique Urquijo, un gran artista que, años más tarde, se unió a las sombras de Canito o Pedro Antonio Díaz, que con su marcha antes de tiempo le dejaron una profunda cicatriz en su vida. Lejos de esas sombras nos quedan sus canciones, y sobre todo, sus letras: poemas cargados con la munición más genuina de la verdad que se propaga por nuestras venas en compañía de la desnudez que toda confesión vital conlleva. Esos testamentos líricos y sonoros constituyen, sin duda, el mejor de los recuerdos que un artista puede dejar de su paso por este mundo. Un calendario infinito donde la sucesión de los días, aparte de aportarnos arrugas en la piel, dejan tras de sí las huellas de nuestras pisadas y el aroma de nuestro aliento. Un aliento que el inadaptado busca en soledad, como en soledad surgen las canciones de un Enrique Urquijo condenado a ser el protagonista de cada una de sus letras y canciones. Una manera de estar en la vida que te obliga a permanecer siempre desnudo ante los demás, lo que supone que partes con desventaja si no estás preparado a aceptar ese duelo donde tú ya sabes que acabarás perdiendo. Si bien es cierto que el mundo de los perdedores se aferra a nuestra memoria de una manera intangible a nuestros deseos, porque de una u otra forma, acabamos convirtiéndoles en héroes de aquello que nosotros nunca fuimos capaces de pensar, sentir o vivir. Caras de una derrota que, sin embargo, también poseen máscaras en las que cobijar todo aquello que nos da miedo compartir. Máscaras que se convierten en sombras que nos persiguen hasta la muerte y se transforman en las dos caras de una misma moneda.
Los Secretos ya forman parte de la banda sonora de varias generaciones de españoles que crecieron con sus canciones y éstos a su vez las hicieron partícipes con sus amigos, hijos, e incluso nietos. La melancolía, esa niebla que nos atrapa cuando menos lo esperamos, aquí se ha convertido en una fuerza que se levanta cada día al lado de esa última esperanza que marcha inherente al ser humano, pues no hay nada más genuino que la melodía de una canción para sentirnos únicos y retrotraernos a tiempos donde fuimos felices, porque ahí reside la magia de la música: hacer felices a los demás por más que nuestras mejillas en ocasiones se nos llenen de lágrimas cuando las escuchamos.
El rastro de los recuerdos me lleva ahora hasta finales de 1994 o principios de 1995, cuando vi a Enrique Urquijo con Los Secretos por última vez. Lo hice en una sala de Zaragoza, la ciudad en la que se encontraba Álvaro cuando su mujer le comunicó la muerte de Enrique. Casualidad o no, el destino va surcando nuestras vidas con la pericia de aquel que cree «nunca ha estado en ningún sitio al quisiera ir» como nos dijo Joan Didion. Entonces, el paso del tiempo se comporta como un boomerang que te golpean en la sien del alma….
… A veces, cuando alguien te dice Déjame lo hace Sobre un vidrio mojado húmedo por el caudal de nuestras lágrimas. Igual que aquella Otra tarde que ya No me imagino, porque ahora Solo quiero beber hasta perder el control. Y sí, sé Buena chica por más que te perdieras en La calle del olvido y me dijeras aquello de que Solo estás. A lo que yo te respondí: Soy como dos. Sin embargo, me di cuenta tarde de que Y no amanece porque estoy perdido entre tus Ojos de gata Buscando aquello que fui. Y Hoy no, no quiero Cambio de planes, porque tan solo me queda la compañía de mi Amiga la mala suerte. Colgado, pero a tu lado. Dos caras distintas de ti y de mí. Por eso te digo: Agárrate a mí María que todo Solo ha sido un sueño.
Este mes de noviembre salen a la luz los dos últimos proyectos de Los Secretos. Siempre hay un precio (editorial Espasa) una biografía del grupo escrita por Álvaro Urquijo —que llega a las librerías el próximo 18 de noviembre—, donde cuenta en primera persona toda la historia de Los Secretos desde sus orígenes hasta hoy. Y, el día 19 de noviembre, sale a la venta el disco Desde que no nos vemos; un larga duración como homenaje por el vigésimo aniversario del fallecimiento de Enrique Urquijo. Un CD+DVD grabado el 17 de noviembre de 2019 en el Wizink Center de Madrid.
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