Su inteligencia fue el hacernos creer que hay que buscar el conocimiento en la red, una respuesta a nuestras inquietudes, de las metafísicas a un terrible dolor de muelas.
Nos separaron de la realidad creando una realidad virtual, artificial, y al mantenernos día y noche conectados a la red nos hizo sentir menos miserables, más importantes sin que nos demos cuenta de que estamos aislados, desconectados, desorientados, “desorienta y orientarás”.
Nos acostumbraron a responder para ser parte de, nos venden el existir en la red, “publico, luego existo”, y en el fondo no somos parte de nada, inexistentes, un ingrediente insignificante en un algoritmo.
Navegamos soñando con un “like”, pidiendo “likes”, mendigando un “like”, símbolo de que existimos en la red, en la red, no en nuestra sociedad, no en nuestros trabajos, a veces ni siquiera en casa o en un amor fugaz de esos creados en la red.
Nos invitan desesperadamente a decidir los destinos de las naciones como si en ello se nos fuera la vida, “voten por fulanito, la vida, tu futuro está en tus manos”, y nos ocultan el por qué estamos votando. Nos hacen sentir parte de algo que está tan fuera de nosotros, alejaron la política de la realidad, alejaron el pensamiento, deciden en las alturas de una elite y nos mantienen en la base, en el primer escalón de una escalera que destruyeron para decidir por nosotros, ¡y más encima se atreven a hacernos sentir culpables!
El sistema neoliberal perfeccionó el libre mercado de bienes, un falso libre mercado del trabajo, un falso sueño de meritocracia donde “tus capacidades serán recompensadas”. Nos hundió en la masa para aislarnos como individuos, nos convirtieron en un “soy yo” que pierde su valor al enroscarse como gongolíes, al ser atrapados en una competencia que no tiene meta ni recompensa, en una vida cuyo rumbo es incierto, en una derrota sin dar batalla.
El sistema socialista nos vendió la igualdad, el sueño de a cada uno según sus necesidades, y en la masa nos aislaron como individuos, nos hicieron desparecer como individuos, nos dominaron como individuos, nos inmovilizaron, pensaron por nosotros, y al pensar adormecieron el pensamiento y castigaron todo pensamiento que aflorara distinto para dar color a un sueño.
Nos impusieron innumerables e interminables reuniones para que no tengamos tiempo de pensar, para que cada uno se sienta participando con su granito de paja molida, “hablo paja, luego existo” y al hablar paja me controlan, por lo que soy individuo en observación.
En nombre de la libertad condenamos a los otros, la democracia se tambalea peligrosamente al enroscarse en el individualismo y esconderse en la decepción, en la desesperanza, en el ni ni —ni soy, ni me interesa—.
Por sobre el interés colectivo, soy yo, el individuo, y el “Yo, el supremo”, el autócrata se frota las manos.
En lo personal pertenezco a una generación fallida, una sociedad fallida, un sistema fallido, triunfante en la injusticia, fallido en la justicia.
Soñamos y no supimos transmitir el sueño a las nuevas generaciones, y ahí nuevamente fallo y pienso a la antigua, no se trataba de transmitirles el sueño, se trataba de permitirles soñar.
* Escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Reside en los EE. UU.