Esta historia comienza hacia finales de los noventa y termina cristalizada veinte años más tarde. Al inicio la idea era hacer un documental sobre la visita del joven Hemingway a los lugares que se mencionan en París era una fiesta. Por diversas razones esa idea no prosperó y decidí escribir un libro. No se trataba de ensayar una nueva biografía ni de escribir una ficción más sobre la vida del escritor americano. Pensando en que mi narración debía lograr algo diferente a París era una fiesta, comencé a leer de nuevo aquel libro. Al ojear sus primeras páginas se me reveló el secreto de lo que buscaba en la nota introductoria de su autor: “Por razones que son suficientes para el escritor, muchos lugares, gente, observaciones e impresiones han sido excluidas de este libro. Algunos secretos dejaron de ser tales y otros fueron muy conocidos por la gente y cada quien ha escrito sobre ellos y sin duda seguirá haciéndolo”.[1]
Al terminar de leer esta nota un chispazo iluminó mi mente y apareció de súbito cómo debía enfrentar la novela: ¡contaría en ella lo que había dejado de contar el propio Ernest Hemingway en su libro! Fue un hallazgo afortunado. Hasta ahora ningún libro sobre el escritor enfocaba su argumento desde esa perspectiva. Sin embargo, era importante responder una pregunta: ¿Quién narraría esos encuentros y situaciones dejados por fuera por el propio autor? Fue entonces cuando apareció el nombre de Max Sterling, personaje de ficción, un año mayor que su colega, periodista franco americano, que contaría lo no contado por el joven Hemingway en su libro de memorias.
Otra fuente de inspiración de mi libro fue la lectura de la novela de Enrique Vila-Matas, París no se acaba nunca, que me regaló una cierta mirada sobre el personaje y la manera de construir su relato. Había en ella un ritmo que me interesaba, aunque el mío terminó siendo distinto. Cuando tuve plena conciencia de haber logrado la forma de narrar la historia, pensé en el título del libro en ciernes. Recurrí de nuevo a la fuente originaria: París era una Fiesta. Ojeándola me detuve en la página final y descubrí por azar que Enrique Vila-Matas había sacado de aquella última página el título de su libro: París no se acaba nunca, cinco palabras como eran cinco las mías: París siempre valía la pena, también tomadas de la última página de A Movable Feast. Era un guiño al escritor de Doctor Pasavento, una suerte de complicidad sobre el tema Hemingway.
En la ficción creada todos los hechos descritos proceden de la realidad, aunque manipulados y trastocados por la necesidad de construir ese templo maravilloso de la escritura llamada ficción, centro neurálgico de la arquitectura de la mentira. De él partí inventando el hecho de considerar que Hemingway no escribió sus pequeñas memorias en Cuba, como lo refrenda la nota introductoria escrita por él, sino en el París de los años veinte, cuatro décadas antes (!). Así sucedió con la segunda nota escrita por su cuarta esposa, Mary Welsh, que confirma lo expresado por Hemingway, cuya fecha alteré para hacerla concordar con la de su esposo. De allí que el Proemio de mi novela constituya el templo que dinamita la realidad verdadera para imponer otra y evitar que ese edificio construido de materia clarividente se derrumbe.
Notas
[1] Hemingway, Ernest, A Moveable Feast. Prefacio. EpubBooks, 2017(Traducción libre, N A).
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