El título, con dos sustantivos en aposición, configura una metáfora potente en relación a lo que nos espera dentro: una memoria que no quiere caer en el olvido sino formar parte de la historia. Madre lluvia, un título lleno de fuerza expresiva y cierto animismo concomitante. Una fotografía a página completa del autor nos mira con cordialidad en la página 7, está realizada por Ramón Torres Piernagorda. Después tres citas predisponen la lectura, una de José Ángel Valente, otra de Pablo García Baena y la última de Antonio Colinas. A continuación una introducción de Alfonso Berlanga Reyes coloca las primeras señales faro del sendero que vamos a transitar. El poemario está dedicado a su madre, in memoriam, con Iponuba-Baena al fondo, como geografía matriz. Después un poema largo partido en 23 fragmentos, más una plegaria y un epílogo a modo de epitafio reparador, y una nota biobliográfica del autor al final. Y detrás, el colofón y cuatro páginas con todos los títulos y autores publicados en esta colección. La Guerra Civil y la memoria enmarcan la poética de este libro estanque que viene acompañado con un marcapáginas y una postal con la fotografía del autor en luz sepia. Texto y paratexto conforman un libro delicadamente escrito y editado donde contenido y continente se dan la mano.
Inmersos como estamos en esta posrealidad posmoderna, que es tierra movediza que nos traga y hasta devora, inmersos en esta cultura de la cancelación que no es otra cosa que la dictadura de lo políticamente correcto, espero y confío en la divina providencia para que la Justicia y la Verdad siempre prevalezcan y no la maledicencia o la envidia (como diría el bueno de Gaspar Melchor de Jovellanos). Ojalá ninguna cultura, por hegemónica que sea, logre silenciar a la Verdad con mayúsculas, que es de todos y para todos. “Hoy puedes perder tu trabajo o ser rechazado en tu propia familia si no aceptas la ideología dominante” –asevera el estadounidense Rod Dreher.
¿Es la historia un constructo en el que participamos todos, cada uno con su parte de memoria y emociones, o es la visión privilegiada de la élite hegemónica dominante de cada momento la que moldea la historia? Ante la pregunta ¿Qué es la Historia? Por Edward H. Carr, podemos leer en la introducción del ensayo: [Dada la relatividad del saber histórico, ¿en qué sentido se puede decir que existe la historia objetiva? Ningún historiador puede reclamar para sus propios valores una objetividad más allá de la historia, se puede decir que un historiador objetivo es aquel -con capacidad para elevarse por sobre la limitada visión de su propia situación en la sociedad y en la historia-, y con -capacidad para proyectar su mirada hacia el futuro de modo de formarse una idea del pasado más profunda y duradera-. Ello no significa que la consideración de la evidencia por el historiador esté libre de la influencia de su medio social y cultural.” Para Carr “La objetividad en la historia, no descansa, ni debe descansar, sobre ningún patrón de juicio fijo e inamovible, existente aquí y ahora, sino sólo sobre un patrón localizado en el futuro y que evoluciona de acuerdo con el paso de la historia”. Por lo que deberíamos dejarnos guiar por el “sentido común de la historia”], si es que eso fuera tarea fácil, añado yo. Si como dice Joan Margarit: “Una herida también es un lugar donde vivir”, un libro también puede ser ambas cosas, una herida y un lugar donde perdurar y existir desde un nuevo paradigma. También dice Juan José Téllez que “los recuerdos son gasolina para el futuro”. Y nos dejó dicho Lupercio Leonardo de Argensola, entre otros, que “los libros han ganado más batallas que las armas”. Carlos Alcorta afirma que “hay quienes escriben poesía para exorcizar sus fantasmas, los hay que lo hacen para cauterizar heridas y quienes depositan en la escritura un antídoto contra el olvido”. Y Alejandro Amenábar se atreve a decir que “Parece, por momentos, que los españoles estemos deseando que se quiebre la convivencia. Nos denostamos y nos tiramos muchas piedras a nuestro propio tejado. También mostramos un desprecio continuo por la cultura”. Hay, incluso, quienes piensan que los artistas escriben la Historia como “ingenieros del alma” que son. Rodolfo Enrique Fogwill explicaba que “Los libros van fabricando sus lectores y su mito” y añadía que “no hay mejor mito que la desmitificación”, o, “La ética, no es hacer o no hacer, sino decidir”. También se atrevió a decir que “La literatura, como todo ámbito comercial, necesitaría una inyección de prejuicios, supersticiones, preferencias caprichosas, hostilidades arbitrarias. Porque sin prejuicios casi no se puede pensar. Y sin enemigos, no se puede pensar”. Ojalá nunca vuelva aquella España de los “hunos” y de los “hotros” donde el odio se apoderó del destino, porque vencedores o vencidos todos seremos perdedores y dará igual quién empezó primero o tiró la primera piedra, porque en cada hogar de España hay una memoria guardada con alcanfor esperando su momento de gloria. Dictaduras no, gracias, nunca más, ni de caudillos ni de proletarios. Dice Luis García Montero en ABC Cultura: “Hay que asumir la Historia, no manipularla creyendo que hay buenos y malos”. Entonces cabe preguntarnos por todo, y como diría Antonio Escohotado: “¿Pero por qué no nos han dicho esto en la escuela?”. Hay tantas cosas que no nos han contado en la escuela o en la tele, que las han escondido o censurado, en uno y otro lado, que ya va siendo hora de poner todas las cartas boca arriba para buscar la concordia sincera y la verdadera reconciliación, la definitiva, si es que es posible y es lo que buscamos realmente. La situación privilegiada de nuestro siglo, de la que a veces uno duda, y la globalización cosmopolita internacionalista que vivimos nos obliga a tener perspectivas más amplias y completas. En la introducción ya nos advierte Alfonso Berlanga que “La lluvia… es aquí la protagonista absoluta y sirve como leitmotiv de la memoria del poeta, cuya única compañía es el sillón de orejeras en que se sienta la madre y que asiste como testigo mudo de un mundo triste, dolorido y silencioso que, marcado por la soledad, recita el autor a modo de letanía”. También añade que es una “poesía comprometida, de alto contenido social y gran contención expresiva”, “es el libro de la lluvia, la lluvia madre e inefable en multitud de formas y presencias”, “una sucesión de versos, entre los que predomina el heptasílabo, que, a manera de letanía, se engarzan como un poemario”. En la sinopsis del libro que encontramos en la red, y que también están en la introducción de Berlanga, leemos: “Es como si la lluvia que cae despertara la memoria del poeta y, una vez éste consciente de su poder, la transfigurara y la personificara para convertirse en la fiel acompañante y consejera del autor por un lado y en testigo presente y constante de la realidad que denuncia el poeta por otro”. Alfonso Berlanga explicita en República de las letras, “Memoria y elementos sobre Madre lluvia”: el autor “no se contenta con la mera visión poemática de un tiempo y una historia, sino que participa plenamente en la secuela de estos y reivindica la memoria histórica de los perdedores en la contienda y la crueldad del exilio.” “En cuanto al léxico destaca… el léxico del dolor, de la angustia y el miedo… en lo que sigue fiel a su estilo es en la adjetivación… una doble adjetivación”. “La madre y la lluvia. Dos referentes, emocionales y sentimentales que se engarzan en un mismo plano para sugerir juntamente la indisolubilidad”. Blas Muñoz Pizarro en Todoliteratura.es dice que “la letanía, casi oración laica, de los primeros versos de los poemas, van adensándose hacia el final… Será en los dos versos finales del Epílogo donde aparecerá la paz”. Paloma Fernández Gomá dice en Aceandalucia.es: “Un libro de poemas que aproximan los recuerdos del poeta hacia su madre, desde su admiración… Vivencias que van marcando la existencia del propio poeta como coprotagonista. Su madre vivió la guerra y la posguerra…” “José Antonio Santano es un poeta de calado con una trayectoria amplia y fructífera”. José Luis Morante en su blog Puentes de papel dice acerca de Madre lluvia: “hermoso paratexto”, “José Antonio Santano opta, en general por el poema breve y despojado para dar cauce al sedentario estar de la evocación y su fuerte latido emocional. El poema se empeña en construir ejes de simetría entre pasado y presente”, “Como una letanía, como un mantra insistente y cálido, los poemas pronuncian…” Manuel Peñalver en Diario de Almería escribe: “Los poemarios de Santano no pretenden averiguar el sí o el no, antes bien buscan que el sol brille en la noche con el fin de que el día siga sucediéndose a sí mismo” “¿Ha querido Santano ser Borges sin pretenderlo o César Vallejo, reflexionando en el reloj de las horas, mientras el tiempo se hace Proust, Kant y Hegel, para descifrar el laberinto del observador, que invoca y acude para desvelar el misterio de los poemas de Rilke, cuando la prosa es ya la fugaz literatura?” “Este cordobés de piano y saxo… no sé si sabe que Petrarca y Garcilaso están en su obra como huella de la tradición… La poesía de Santano no es Byron, más se asemeja a Aleixandre y a Otero”. Desde el mismo título el agua ya nos invoca, pero no de cualquier manera, sino como madre, con todo lo que ello implica de origen y destino, de parto y legado. Tres citas abren el poemario como agua de mayo. Una de José Ángel Valente, otra de Pablo García Baena y la última de Antonio Colinas. La lluvia cala nuestros huesos desde el comienzo, como una especie de bautismo lector y purificador, y nos prepara para emprender la marcha de las honras fúnebres que el autor rememora y reconstruye. Madre lluvia, un título mantra que se repite a lo largo del texto en numerosas ocasiones, como si fuera un “om” místico o una muletilla simbólica que hace referencia a la misión que el autor tiene encomendada. La lluvia como símbolo o ritual de purificación, fertilidad, liberación, de vida… El agua de la lluvia como un don sagrado. A veces la lluvia, como mar de lágrimas o como llanto, puede significar caos, tristeza, pena y dolor, pero también destino, puerta a la resurrección de la vida, esperanza, alegría e incluso paz, como nos manifiesta en el epílogo del libro: “Nuevamente la lluvia por su pálido rostro/ en rumor de silencios y una leve sonrisa”, porque esa lluvia ha sido ya escrita-sembrada para que no se olvide. En ciertos momentos percibes el libro como si fuera una oración, una letanía de nombres que transcienden, que elevan la voz del poeta a un rango de plegaria o súplica, a un réquiem que convierte la lectura en una ceremonia de recuerdo funeral y de conmemoración. “Porque solo ya los recuerdos/ mantienen vivo el cuerpo” –predica en la página 32. La espiritualidad del poemario es evidente desde el título y luego a lo largo del extenso poema que es Madre lluvia. Es un solo poema partido en 23 fragmentos que a veces suenan como una retahíla de palabras rituales, letanía de emociones y sentimientos donde el autor manifiesta una pluviofilia-recuerdofilia. Lo superior cae sobre lo inferior, fertilizando maternalmente nuestra lectura, convirtiendo sus versos en un regalo próspero, mitificando su memoria, que es un eco de la de su madre y “del hermano/ desaparecido a los dieciocho/ y del que nunca más se supo” y de toda una época. Todas las voces se funden con la del autor, que se erige en portavoz y testigo. Su versos supuran además de un dolor infinito, cierto deje animista que va más allá de los objetos y los lugares, “invisible a la lluvia/ a su tacto de diosa” –reza en la página 58. Pero se perciben también, por simbiosis, connotaciones irónico-religiosas como el poema Plegaria con el Padrenuestro, transmutado éste a “Madrenuestra que habitas”, o en palabras como persignas o santificado o palio... Madre lluvia, dos sustantivos en aposición, que se funden en una sola entidad personificada para significar el encuentro de la fecundidad suprema: la vida, una vida eterna que permanece en los recuerdos y en las emociones. “Madre nuestra de lluvia/ Madre Lluvia la vida”. Tiene un componente telúrico que nos arrastra con él: “lluvia en las entrañas de la tierra/ en el centro mismo de la nada/ abisal en su figura de espectro” –expele en la página 32. O “Ya no existe el paisaje/ de los campos de olivos/ solo el triste recuerdo/ de una tarde de otoño/ que en la muerte fue sino” –en la 54. El poemario a veces se presenta “como una losa en las sienes” y otras como “esa luz que nos habita”, pero siempre como la Madre lluvia que nos acoge como un “vientre maternal”, como un líquido amniótico. Es un poemario vientre que sirve de homenaje a su madre y su dolor atesorado, cuyo cordón umbilical es ahora un “sillón de orejeras”, punto de partida de “todos los recuerdos que sangran” como destellos de una época y un tiempo, y donde el lenguaje se hace luz y corazón, pero sobre todo “tránsito hacia el abismo” o “presagio de otra luz”. En él habita la liturgia latido de una vida rota por el dolor, una añoranza que asfixia si no se comparte, es una oración pagana donde la lluvia puede asimilarse a una idea de divinidad primigenia, del origen de los tiempos. “Madre lluvia corriente/ lluvia clara de otoño. Madre lluvia tu nombre/ entre gotas de lluvia” –nos susurra esta anáfora de la página 56 con vocación de cántico espiritual o mantra. Madre y lluvia, dos palabras fusionadas en una metáfora que hacen referencia a las vivencias de una Guerra Civil y una posguerra que están más vivas que nunca en la memoria del autor y en los versos de este poemario que pretende ser también lluvia, en este caso de palabras y sentimientos, de reparaciones y homenajes. El poemario, como un chorro de agua viva pendiente abajo, avanza sus versos en delicado oleaje, con un ritmo casi magnético, lleno de musicalidad envolvente e hipnótica. Abundan los versos heptasílabos en su mayoría. Tanto los sustantivos en aposición (Madre lluvia, entrañas refugio, tierra madre, madre sangre, calle humedal, versos guadaña…) como la adjetivación tan característica de Santano dotan al texto de una fuerza expresiva singular, rebosante de imágenes sugerentes y connotaciones. Un estilo el suyo “inagotable/ en soledades, carnoso fruto,/ creciente grito” que recorre el dolor de la ausencia para “contar los muertos/ y restituirlos del olvido/ ahora y para siempre”, en definitiva, para saciar una sed de justicia y reposición. Cuando lees “Madre lluvia” el lector recuerda aquellos versos de Anna Ajmátova y el doloroso Réquiem para su hijo: “De madrugada vinieron a buscarte./ Yo fui detrás de ti, como en un duelo.” Y así es como va el lector sobre este texto, con esa misma sensación de llanto y duelo, unos versos que “En los días primavera” están “abrazados en llamas/ del amor en su nombre”. Porque eso es también “Madre lluvia”, un réquiem por la madre y su hermano asesinado en la guerra. Un réquiem sosegado, una cripta o un mausoleo de palabras que deja en testamento “la verdad del ausente”, “de su carne en cenizas” y en versos. Y la madre convertida en símbolo del dolor y la angustia, de la pérdida, del nexo, de la resistencia, de la nostalgia de todos los recuerdos llave, pero también de la lucha cotidiana por la supervivencia que nos acoge a todos en su regazo de sillón con orejeras. Este poemario, que es muy importante para el autor, es un territorio sagrado por lo que tiene de camposanto y de intrahistoria, un territorio lleno de geocaches, de trozos memoria o palabras cripta que el autor recibe en herencia y a los lectores nos deja en ofrenda para que crucemos su orografía biográfica y sentimental, esa donde las emociones y los pensamientos se funden en un magma lírico que no cesa de fluir por la herida abierta que sangra esa lluvia metáfora. De la misma forma que el agua de lluvia busca la fecundidad de los campos, así estos versos, en su paralelismo de Madre lluvia, buscan regar al lector con la semilla fértil del recuerdo convertido en huella y manual de historia. Porque “los libros son el mejor lugar donde vivir” –como diría Paul Auster. ¿Y cuál es la esencia última que pretende la poética de este libro? Pues construir un proceso de mitificación de la memoria familiar y colectiva. Si has llegado hasta aquí, estimado lector, te invito a que te adentres en Madre lluvia sin paraguas, porque los versos de este poemario son riachuelos donde el agua lo mismo brota que cae, y el libro entero se convierte en caudal de un río navegable para el lector atento y sensible. Por él fluye el agua camarada de las acequias que riega los frutos de una memoria, la de José Antonio Santano, que no olvida, pero que necesita descanso, “la vida retoña al vientre/ maternal/ de la liberadora madre lluvia” –nos dice en la página 29. Madre lluvia es un libro legado, un libro testamento que pretende dejar por escrito una memoria para que perdure en el tiempo, quizá su forma de entender la “memoria histórica”. “Madre lluvia tu nombre/ cada día como el pan/ alimento de lluvia” –recita en la página 57. Si la voz del autor es la voz de la madre y de una época, al final el lector se hace también líquido amniótico “en las entrañas refugio,/ las tuyas/ madre lluvia”. El poeta nos lleva paso a paso, verso a verso y recuerdo a recuerdo “allá donde la tierra madre,/ donde la madre lluvia” consigue emocionar y crear un nuevo territorio origen donde la lluvia regeneradora hace crecer la cosecha del amor filial convertido en memoria: “Para siempre recordar lo que fuimos/ lo que seremos aún en el futuro/ lo que somos tras esta otra cortina/ que envuelve huesos y memoria” –certifica el autor en la página 17. Porque un lector qué es sino también “carne y barro y lluvia/ que no cesa” y portador de todas las antorchas que lee. Y si decides hacer este viaje en el tiempo, que recomiendo, espero que la lectura te sea fecunda porque disfrutarás del buen hacer poético de José Antonio Santano, que se ha abierto en canal y en amoroso trance. Y sin lugar a dudas, con su lectura revivirás “aquella infértil guerra” que a todos sin excepción nos dejó rotos y doloridos. Puedes comprar el poemario en:
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