Escribir microrrelatos es pecar de vanidad: enfrentarse a ellos es mirarse al espejo y reconocer que uno es lo bastante agudo como para dejar atrás los artificios y penetrar el corazón de las cosas, que en realidad encierra todo el universo. Este ejercicio de precisión quirúrgica despoja de todo contenido accesorio un conjunto de historias asombrosamente estéticas, intensas, conceptuales y al mismo tiempo cercanas que sorprenden y conmueven (o provocan ambas sensaciones a la vez), asoman una sonrisa a los labios del lector o lo invitan tanto a la reflexión como a la melancolía.
Shakespeare escribe en Hamlet que la brevedad es el alma del ingenio. Borges pensaba que había escritores capaces de cargar un cuento con todo lo que una novela podía contener. Ricardo Martínez es capaz de condensar toda una vida (la suya o la de sus personajes) en menos de una página.
No me extiendo más. Pasen y lean.
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