El sueño de Torba fue publicada por primera vez en 1983 en Ediciones Cátedra y treinta y ocho años después ha sido reeditada por la editorial valenciana Olé Libros. Con frecuencia hemos tratado la obra tanto poética como narrativa de Soler y podemos señalar un elemento común a toda ella que forma parte de su estilo: la capacidad de sugerencia, de exigencia al lector, de fragmentariedad y multiplicidad de puntos de vista sobre la realidad, un espíritu abierto que busca el ofrecimiento más que el fijar definitivamente el texto, que lo deja siempre a la interpretación y complementariedad del lector. Igual sucede en esta obra que, además nació en una época dominada totalmente por el experimentalismo puesto de moda por autores como Martín Santos con Tiempo de silencio, Martínez Menchén con Cinco variaciones o Torrente Ballester con La saga/fuga de J. B., entre otros muchos. Por tanto, el lector actual, muy habituado a que le den todo “masticado” y a la máxima simplicidad narrativa debe tener en cuenta de que estamos ante una literatura que nos aporta el monólogo interior, breves situaciones que son como secuencias cinematográficas de tipo fragmentario, diálogos breves, a veces de una sola palabra o una interjección, ruptura del proceso lineal de la narración y procesos estructurales acumulativos, aunque la novela esté muy estructurada en tres partes: El tigre en casa, La vuelta y La caricia, con cinco capítulos las dos primeras y tres la última.
La génesis de la misma es sintetizada por el autor en “Quede así escrito y rubricado” donde nos remite a Fuengirola durante un verano como génesis y el interés que tuvo en su momento el profesor Senabre por ella, así como la invitación de Cátedra para su publicación.
El sueño de Torba es una buena novela, seria, rigurosa, de un escritor inteligente que penetra en los mundos de los personajes con libertad y aparentemente los deja ser libres. Digo aparentemente porque ahí radica la maestría del escritor. La temática se centra en el complejo mundo de las relaciones personales y la convivencia pero también de los afectos, del descubrimiento del dolor y del proceso de configuración de una muerte cercana. Algo tan personal y evidente como la vida misma, el dasein heideggeriano. Pero esto que algunos escritores lo conciben con una enorme locuacidad, en esta novela es siempre pasto de la sugerencia, de las palabras que se leen entre líneas, del doble lenguaje, de la interpretación. No da nunca un discurso como definitivo, no hay ninguna tesis vivencial sino un profundo respeto al lector y a sus personajes que son reales, de carne y hueso, que sufren y aman con profundidad. Porque en esta obra lo profundo es un fiel reflejo de las existencias de todos ellos, desde el protagonismo de Jaime Sarduy Catania, este profesor de literatura sobre el que pivota la obra a través del que vamos reconstruyendo sus vivencias y su enfermedad. Una persona que necesita estar alimentado con sueños, pero que sabe ser consciente también de su soledad y del amor. Junto a él personajes como Berta O´Sullivan y esa recuperación de la memoria en torno a ella y la simbología del Rolls, que hasta el final será decisiva como una apariencia de lo que ha sido su vida, pero también Clara, su amante, confidente de sus sueños o su propia atonía vital, o el judío amigo Radeck, que toma nota de los acontecimientos fragmentarios de la vida de su amigo enfermo, o el médico de Jaime, Vicente, o su mujer Clara.
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