Poemas suyos fueron traducidos al portugués. Entre las antologías en las que fue incluido, citamos: “11 jóvenes poetas – Homenaje a Edgar Bayley”, “Los que siguen – Veintiún poetas rosarinos”, “Perras”, “Fin zona urbana”, “Café con letras – Poetas de Rosario”, “Retratos de poetas”, “Pulpa”, “Dodecaedro de poetas”, “Álbum de poesía mundial 2014”. Integra el CD “Voces de Poetas” (1999). Poemarios publicados: “Esta música abanica cualquier corazón” (1994), “Leña del árbol erguido” (2000), “Hobbies de hotel” (2004), “Intervalo lúcido” (ASDE Asociación Santafesina de Escritores, 2007; Primer Premio “José Rafael López Rosas” 2007), “Los cauces vacíos” (2011), “Política del otoño” (2013; Premio Nacional “Luis Di Filippo” 2013), “Poemas lumbares” (2014; Premio Provincial “José Pedroni” 2013).
Integraste un llamado proyecto de escritura colectiva: “El Aro en la Lengua”, junto a Ricardo Guiamet, Federico Tinella, Germán Roffler, Patricio Valverde, Fernando Marquinez, Roberto Lobos y el fallecido poeta Fabricio Simeoni. ¿Quiénes generaron la propuesta? ¿A qué resultados arribaron? Y ya en otro orden: ¿Por qué ocho varones… y ninguna flor?
LG — La realidad es que el proyecto, según creo recordar, no fue algo programado, sino que resultó consecuencia de una serie de cenas que en esa época se hacían en casa de Fabricio. No te puedo decir si nos reuníamos con regularidad, pero durante el 2004 nos juntamos bastantes veces. Laburábamos “en vivo”, pero puede haber habido alguna experiencia vía mail. Seguramente el que impulsó la idea fue Fernando Marquinez —él es un poeta que recién este año editó su primer libro en solitario y que participó en varios de manera colectiva—. Usamos distintos métodos, partiendo en general del clásico cadáver exquisito. Unos poemas también se generaron, a sugerencia de Ricardo Guiamet, tomando como base la serie del matemático Fibonacci. Se escribieron un buen número de textos —la mayoría de tono onírico— con la idea de poder publicarlos, pero llegamos a imprimir plaquetas que repartimos en la edición de ese año del Festival de Poesía de Rosario (y que acompañamos con remeras alusivas). Precisamente hace poco Fernando nos ha movilizado para ver si sacamos un libro ahora. La ausencia de damas se debió simplemente a que se trabajó en reuniones de amigos varones.
Hemos nombrado a Fabricio Simeoni (1974-2013). Los que como vos lo han tratado, agradecerán que lo evoques y nos des tu opinión sobre su poética.
LG — Al cumplirse un año de su fallecimiento realizamos un acto en una cortada de Rosario, la cual —merced a un proyecto donde tuvo mucha incidencia el escritor local Marcelo Scalona— ahora lleva su nombre. Es paradigmático, porque en la esquina hay un bar donde Fabricio coordinaba un ciclo, una parrilla donde se lo solía ver y un boliche donde también él era habitué. Como poeta laburaba sobre paisajes surreales urbanos; jugaba mucho con las palabras, tanto con los sentidos como con el sonido, en clave de distorsión. Era un tipo lúcido y de gran ironía. Yo veía que todos los años editaba más de un libro y consideraba si no debía dejar decantar más los textos. Pero creo que él percibía que, dada su condición física —padecía una atrofia muscular que lo confinaba a una silla de ruedas y no le permitía moverse—, no iba a tener demasiados años por delante y aprovechaba todas las posibilidades editoriales. Sostuvimos nuestra amistad durante alrededor de quince años. Te llamaba la atención su estado, pero enseguida, cuando entrabas en confianza, hasta se generaban chistes que él mismo propiciaba. Cuando sus actividades lo dejaban en el centro por la noche, te llamaba y te ibas a cenar con él y en esos encuentros conocías gente que él aglutinaba. La verdad es que la pasé muy bien, me divertí un montón y se lo extraña mucho —como poeta, pero yo, egoístamente, como amigo y compañero—.
Vayamos al título de tu cuarto libro: es a modo de introducción que instalás una frase de “De la sucesión testamentaria” de nuestro Código Civil, donde aparece “intervalos lúcidos”, así, en plural, y enigmáticamente firmado con dos iniciales: V. S. Las secciones son “Cromático sombrío”, “Intervalo lúcido”, “Papeles personales”, “Mantel al viento” y “Bestiario”. ¿Cómo “se te fue armando”, por qué estas secuencias, por qué el “intervalo” prevalece y nombra al corpus?
LG — Sí, podría haber sido menos enigmático: “V.S.” no es nada menos que Dalmasio Vélez Sarsfield, redactor del por ahora vigente Código Civil. Dado que mi profesión es la de abogado y siempre trato de mantener separadas las actividades y sus campos respectivos, esto me lleva a exagerar, como en este caso. Las secciones en que se divide el libro responden a que intento agrupar los poemas con algún sentido —fue el poeta rosarino Hugo Diz quien me ayudó con gran generosidad cuando di mis primeros pasos en la poesía y me enseñó muchas cosas, el que me señalaba que los libros no debían ser meros agrupamientos de poemas y convenía procurar dotarlos de alguna entidad de obra—. “Cromático sombrío” son poemas de amor; “Intervalo lúcido”, textos vinculados al acto creativo (asunto que a mi pesar suele ser recurrente en mi poesía); “Papeles personales”, un par de poemas para mis padres; “Mantel al viento” corresponde a textos publicados en la antología temática “Pulpa” —que reunía precisamente poesía vinculada al alimento—; y en “Bestiario”, como el nombre lo indica aparecen animales —de manera bastante simbólica, ya que si bien los respeto y no apruebo el maltrato, no soy un amante declarado de ellos, y de chico sólo tuve una tortuga, y ahora, por mis hijas, unos peces—. Sobre la recurrencia del título “Intervalo lúcido” en varios poemas —además de darle nombre al volumen—, responde a una iniciativa que tomé de Eduardo D´Anna en su libro “La montañita”, donde titula varios textos precisamente así: “La montañita”. Me parece interesante pensar el lapso de la creación como un intervalo lúcido en el remolino de tantas otras actividades. Eso no quiere decir que la lucidez de los poetas se pueda dar únicamente en esos momentos. En mi caso, en el remolino, son sí intervalos —aunque uno procure tener las antenas atentas el mayor tiempo posible—. Es un libro al que le tengo particular cariño, y además la edición, un aliciente. Fue merced a la obtención de un premio; y la noticia la recibí en un año donde me encontraba en una muy mala etapa laboral —no por lo económico, sino por el agobio que sentía donde trabajaba en esa época—.
¿Quisieras ilustrarnos respecto de “Pulpa”, “Perras” y “Fin zona urbana”?
LG — Primero me voy a referir a “Perras”, porque las otras dos tienen una vinculación. Fue una antología temática de poetas argentinos que seleccionó Javier Cófreces a raíz del fallecimiento de su perra Mireya, publicada por el sello “Ediciones en Danza”. Como él explica en el prólogo, hay poemas sobre perros, de autores de su biblioteca, y otros que les fue pidiendo a poetas amigos, entre los cuales tuve el honor de ser incluido. En mi caso compuse un texto para la ocasión —que podría haber estado entre los del Bestiario de “Intervalo lúcido”—. Compartir un libro con Joaquín Giannuzzi, Juan L. Ortiz., Miguel Ángel Bustos, Héctor Viel Temperley, fue una alegría y orgullo enormes. La integran cuarenta y cinco autores, en su mayoría con un único poema.
Respecto a “Pulpa” y “Fin zona urbana” tienen un antecedente que fue “Los que siguen”, una selección de autores rosarinos de 2002. En este volumen, inspirados por “Poesía viva de Rosario” de 1976, junto a Abelardo Núñez intentamos reunir a poetas locales que nos fueran afines generacionalmente —con un criterio bastante laxo— y así llegamos a los veintiuno. Hubo gente que no quiso, por diversos motivos, participar, y otros no incluidos que deberíamos haber convocado, pero, así y todo, creo que dio un buen panorama de autores que en aquel entonces rondaban los treinta años. Dos años más tarde apareció “Dodecaedro de poetas”, que reunió a once poetas que ya habían sido incluidos en “Los que siguen” más la prologuista de aquel libro, Beatriz Vignoli. La edición la hizo el Concejo Municipal merced a la gestión de María Paula Alzugaray y tuvo como eje temático la ciudad. A partir de ese libro, y siempre a través de la convocatoria, gestión e impulso de María Paula, se editaron otras tres antologías temáticas: “Pulpa” en 2006, “19 de fondo” en 2008 y “Fin zona urbana” en 2010. Los temas fueron respectivamente el alimento, la construcción y el campo. Y está próximo a salir “Abat-jour”, sobre la noche. El elenco de cada uno de los libros ha permanecido, en algunos casos, y en otros ha ido mutando, pero siempre con las características de ser autores locales y con alguna proximidad generacional. Si observamos los integrantes de “Los que siguen”, nos mantenemos once poetas de los diecisiete que van a aparecer en “Abat-jour”. Siempre se han incluido varios poemas por autor. La gráfica de los cinco libros ha sido muy cuidada y, además, salvo “19 de fondo”, que se abre con un breve texto de Clorindo Testa redactado para la ocasión, cada libro incluye un prólogo escrito por críticos locales (Claudia Caisso, Vignoli, D´Anna y Diego Colomba).
Démosle un lugar al CD. ¿Las voces de qué otros poetas integran “Voces de Poetas”? ¿Quién lo produjo, cómo se distribuyó…?
LG — Fue un proyecto que llevó a cabo Guillermo Ibáñez —de entre muchos otros donde generosamente me ha dado cabida, como en la revista “Poesía de Rosario”, que edita desde el año 1993 y cuyos últimos números han sido digitales—. EL CD incluyó la voz de veintiún poetas rosarinos (Omar Aguiar, Alzugaray, Marcela Armengod, Adrián Oscar Bussolini, Ana María Cué, D´Anna, Diz, Ibáñez, Victoria Lovell, Abelardo Núñez, Jorgelina Paladini, Héctor Roberto Paruzzo, Héctor Aldo Píccoli, Alejandro Pidello, Ana Russo, Armando Raúl Santillán, Hugo Sciambarelli, Uribe, Eduardo Valderde, Alberto C. Vila Ortiz y yo) y la edición se hizo en el estudio de una radio local (“FM Tango”). De los detalles técnicos no te puedo decir demasiado y en cuanto a la distribución se encargó el propio Guillermo. A propósito de tu pregunta, ahora hay un sitio web llamado “Sonidos de Rosario”, sostenido por Adolfo Corts y Diego Colomba, que funciona como un archivo digital de sonidos y posee una sección específica que es “Salón de Lectura”, en la cual llevan registrados más de cien escritores, entre poetas y narradores. Al principio fuimos convocados los locales, pero se ha ido expandiendo. Ambos proyectos (el CD y el sitio) tienen, en mi opinión, un enorme valor documental.
¿Cuánto hace que colaborás en algunos medios con comentarios bibliográficos? ¿Qué debe preponderar en un digno comentario?
LG — Los primeros comentarios de libros que publiqué fueron incluidos en el antiguo suplemento literario de “La Capital” de Rosario, en la década del ‘90. Siempre me he limitado a reseñas bibliográficas de libros de poesía. Aclaro que lo mío son impresiones de lector y que al carecer de formación académica no tengo el bagaje para incursionar en la crítica. También recientemente me ha tocado presentar una serie de libros, de Fernando Marquinez, Martín Carlomagno, Diego Colomba, Orlando Valdez y Carlos O. Antognazzi. Me parece que una reseña no debe abrumar, sino hacer de puente a la obra, señalando tanto lo bueno como lo malo. La crítica contemporánea ha caído en excesos que han provocado que el crítico degluta al escritor en algunos casos. De todos modos, hay mucha gente que trabaja y muy bien, pero, para nombrar a un par, en este momento se me vienen a la cabeza los poetas Colomba y D´Anna. Diego, con una mirada muy atenta sobre la producción actual, publicó recientemente un libro de reseñas y críticas, “Mesa de novedades”, y Eduardo ha estudiado concienzudamente la literatura de Rosario, de una manera exhaustiva y orgánica.
Entre 2000 y 2003 coordinaste un Ciclo de Lecturas: “La Poesía en los Bares”. ¿Fue tu única experiencia como organizador?
LG — Sí, diría que fue mi única experiencia, al menos sistemática, en coordinación de lecturas. Era un ciclo que sostenía la Municipalidad de Rosario. En general, y como la frecuencia era semanal y durante la mayor parte del año, se trataba de dar cabida a todos los poetas locales. Lógicamente que teníamos algún mínimo criterio de selección, pero la idea era que fuera un espacio abierto. (Recuerdo que por no incluirlo me gané la antipatía de un colega abogado, cuyos textos eran impresentables.) Las lecturas no pasaban de tres o cuatro poetas y, en ocasiones, con la compañía de algún músico. Seguramente se ha leído alguna prosa breve también. Los bares iban mutando. No había micrófono libre —nunca se me ocurrió tampoco—. La verdad es que fue una linda experiencia que me permitió conocer y escuchar diversas voces. Lo pude hacer, en realidad, porque era soltero y no tenía hijos en esa época, y contaba con mayor disponibilidad horaria nocturna. A veces era un poco cansador y no siempre la convocatoria resultaba la esperada —incluso en un par de oportunidades los propios poetas faltaron—, pero el balance es positivo y me quedan muy buenos recuerdos. Tengo en mi casa todavía un cuaderno —de esos contables de tapas duras—, donde dejábamos que el público escribiera sus sensaciones. Valió la pena. Unos años después hubo un ciclo que disfrutamos mucho, “Poetas del Tercer Mundo”, que se hacía los días lunes y que condujo con mucha energía y buena onda la poeta Alejandra Méndez Bujonok junto a Leandro Llul. Culminó incluso con la publicación de una antología de las lecturas que se hicieron.
“Hobbies de hotel” está hilvanado a través de varios sectores. Sin esmerarse, cualquiera advierte una rareza: el sector “Política” está constituido por un único verso en la página 67 (y no resaltando en el centro de la página, sino en el ángulo superior izquierdo): “los tuertos abdican” (las comillas son mías). Y esta contundencia la instala un poeta que es abogado (y abogados con fuerte inclinación por el ejercicio de la política, siempre hubo). ¿Está todo dicho, Lisandro, en ese verso solitario?
LG — Si bien mi poesía no es política —sin perjuicio de la posibilidad, en definitiva, de que “todo” sea político de algún modo, por acción u omisión— me pareció que no podía dejar pasar por alto el descalabro del año 2001 y en ese verso traté de volcar mi escepticismo e ironía. Mi actividad profesional, a propósito de la pregunta, no ha estado nunca vinculada con la militancia ni con la actividad política. Y en cuanto a mi poesía en general, creo que dos o tres textos que incluí en “Fin zona urbana” estarían vinculados a lo “político” concreto, en tanto la temática del campo me permitió volcar alguna crítica al sector rural.
Y hay otra política, la del otoño: en efecto, por “La política del otoño”, con un jurado integrado por Marcelo Leites, Liana Friedrich y Carlos O. Antognazzi, la Asociación Santafesina de Escritores te otorga el Premio Edición en el Certamen de Haikus “Luis Di Filippo” para poetas argentinos. Consta en el volumen: el poeta entrerriano Marcelo Leites “fundamenta su decisión en que el trabajo presenta no sólo una métrica ajustada al haiku tradicional, sino que además contiene imágenes transcendentes”. ¿Cómo se fue generando esta colección? ¿Quiénes son para vos los principales cultores de esta estructura poética?
LG — La realidad es que tenía algunos haikus escritos de manera dispersa, pero cuando vi la convocatoria al concurso me pareció una buena oportunidad para sistematizarlos y generar otros, a veces sobre la base de poemas ya escritos. El trabajo con métrica, si bien no es mi ámbito natural ni donde me siento más cómodo, me interesa e incluso en “Los cauces vacíos” publiqué una serie de sonetos. El otoño del título hace referencia a esa estación del año 2012, cuando se fue gestando el libro. Debo confesar que la poesía oriental siempre me ha interesado, pero no soy un erudito en materia de haikus. No puedo dejar de mencionar a Basho entre los clásicos y más cerca en el tiempo al mejicano José Juan Tablada (1871-1945).
En 2009 tuviste tu blog. ¿Por qué no lo proseguiste? ¿Cuáles son tus revistas y sitios de literatura favoritas? ¿Qué pensás de la utilización del espacio virtual como soporte para la publicación de revistas literarias, páginas personales y libros electrónicos? ¿Advertís mayores ventajas que desventajas comparativas en el uso del espacio digital, en lugar del soporte tradicional (papel)?
LG — Respecto al blog, en aquel momento era el formato virtual más en boga. Ahora creo que por la difusión de otras redes —fundamentalmente facebook—, ha perdido alguna relevancia. Lo armé ese año y lo debo haber actualizado sólo dos o tres veces, más que nada por pereza. Incluso los comentarios se han llenado de spams. La verdad es que no tengo pensado cargar nuevos contenidos. Utilizo bastante la web e incluso leo bastante a través de la tablet o también del teléfono, pero no hay páginas que siga demasiado. Me valgo de los buscadores para dar con determinados contenidos. Igualmente quiero destacar un sitio que sostenía la poeta rosarina Ketty Alejandrina Lis (“Poéticas”, el cual me parece que ya no está en el éter), que tenía muchos libros completos, de difícil acceso en papel, y que aproveché mucho durante el episodio de mi hernia de disco (recuerdo concretamente la lectura de los acmeístas rusos). Y en la actualidad la “Biblioteca Parlante Haroldo Conti”, que posee una cantidad muy importante de archivos de libros para bajar y además grabaciones. En cuanto a la comparación, entiendo que cada soporte tiene sus ventajas y sus posibilidades, pero, al menos al día de hoy, supongo que el libro en papel conserva una mayor jerarquía, además del valor sensorial en sí. Personalmente, si tengo verdadero interés en que alguien lea algún material mío, salvo que sea algún amigo de confianza, creo que lo comprometo más al enviarle un libro (o al menos un ejemplar fotocopiado si no me quedan más) antes que un archivo digital.
Participaste en el Festival Internacional de Rosario en 1997 y en 2004: ¿cómo recordás aquellas ediciones —V y XII— y cuál es tu visión de cómo ha seguido desarrollándose?
LG — El formato general de esas dos ediciones fue bastante similar, ya que los organizadores eran los mismos y la mayoría de las actividades se hacían en el Centro Cultural “Roberto Fontanarrosa” (en ese entonces “Bernardino Rivadavia”). La lectura del ‘97 tuvo como particularidad que fue en el marco de una mesa de poetas jóvenes, muchos de los cuales son, al día de hoy, compañeros generacionales. Me tocó también participar en la edición del año pasado, a raíz de haber obtenido el premio provincial José Pedroni. Fue trascendente leer con Mirta Rosenberg, quien obtuvo el premio por obra édita. Desde hace unos años cambió la conducción e incluso se dejó de centralizar las actividades en el Fontanarrosa (aunque en 2014 retornaron a esa sede). Quizá tenga que ver con los recursos, pero antes se veían más voces extranjeras y una mayor heterogeneidad en los registros. Ahora predomina un discurso más postnoventista. Creo que un buen ejemplo es “30.30”, una antología nacional de poetas de hasta treinta años, editado y presentado en el marco del Festival en 2013.
Dice Raúl Gustavo Aguirre en “Las poéticas del siglo XX”: “El poeta nos da otra cosa: una palabra que —fácil o difícil, accesible u oscura, escrita para unos pocos o para unos muchos— es, todavía, la palabra de un ser humano.” ¿Poetas que admires de palabra fácil o difícil, de palabra accesible u oscura, de palabra escrita para unos pocos o para unos muchos…?
LG — Precisamente Raúl Gustavo Aguirre junto a Edgar Bayley son poetas que admiro —y, por extensión, a la “generación del ‘50”—. (No entiendo por qué razón al día de hoy no se han podido editar las obras completas de R. G. Aguirre.) Sin utilizar palabras difíciles y evitando el hermetismo han escrito una poesía radiante y profunda, de grandes imágenes. Y en la dicotomía “fácil-difícil”, con todas las comillas que puedan caber, podría pensar en Nicanor Parra y César Vallejo. En nuestro país, dos poetas que resultan fundacionales, en cierto sentido: son Juan L. Ortiz y Oliverio Girondo, con registros y paisajes tan diferentes cada uno. Digamos que, de modo general, me interesa cuando la oscuridad surge de las imágenes más que de una sintaxis quebrada o de un léxico culterano. Y no puedo dejar de mencionar, no sólo por la ayuda personal que me brindó, sino por la admiración para con su obra, a Hugo Diz.
Julio Cortázar revela por ahí que un amigo suyo por el que se sentía querido, José Miguel Oviedo, en la época cuando sólo conocía de él unos pocos poemas que le habían sido publicados, afirmaba que ellos eran “conmovedoramente malos”. ¿Ubicarías poemas “conmovedoramente malos” entre tus propios textos?
LG — Ya que mencionás a Cortázar, me quedo con el narrador. Y algunos textos de “Salvo el crepúsculo”, por ejemplo, me parece que se quedan en meros juegos de palabras inocentes. Pero en cuanto a mi escritura, desde ya que encuentro innumerables textos malos y “conmovedoramente malos”. El adjetivo “conmovedoramente” me da a pensar en algo escrito demasiado desde el sentimiento y el corazón y que, por esta razón, desbarranca. Concretamente, hace unos días mis padres encontraron unos haikus de hace muchos años que le escribí a mi padre, los cuales son muy flojos. Y para textos malos sin la excusa de la emoción, pienso en un poema que incluí en “Los que siguen”, que pretendió ser “experimental”, basado en recortes de un texto en prosa.
¿Con qué poéticas dialoga tu obra? Y a dos décadas de tu primer libro: ¿cómo describirías el desarrollo de tu poesía desde “Esta música abanica cualquier corazón” hasta el último?
LG — Resulta un tanto complejo establecer los posibles parentescos con otras poéticas, no porque no los haya, sino porque me falta la objetividad para hacerlo. He tratado de prestar atención a lo que han escrito los poetas rosarinos que me preceden y también a mis compañeros de generación. Hay gente de mi edad fuera de Rosario con la cual mantengo vínculos, como Emiliano Bustos, Martín Carlomagno, Lautaro Ortiz y Carlos Juárez Aldazábal. Me referí además a la generación del ‘50. La posibilidad de la imagen del surrealismo, de manera atemperada, ha estado presente también. Sí creo que mi poesía es claramente urbana y me siento muy influido por la música —el rock fundamentalmente y algo de jazz—. En lo que hace al desarrollo, supongo que los primeros poemas eran un poco más inocentes y etéreos, pero no sé si he podido despegarme de determinadas imágenes y temas que de algún modo están siempre presentes. Y la ironía podría ser otro de los recursos de los que intento valerme.
¿Cómo te cae, cómo procesás la decepción que te produce cuando una persona te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
LG — Es amplia la pregunta, porque me ha pasado no sólo en la poesía, sino en mi vida afectiva y laboral. Estas situaciones me generan ansiedad, luego paso por un período de semi-incredulidad y finalmente termino en la etapa de resignación. Acotándolo a la poesía, me ha pasado que se me ha convocado a proyectos que luego se han frustrado por diversas razones o incluso donde luego se me ha excluido. Lógicamente que estas cosas molestan y decepcionan, pero he tenido enormes —y siempre más— satisfacciones, además de las que brinda la escritura en sí de la poesía.
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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Lisandro González y Rolando Revagliatti.
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