Siempre he sido un gran lector de Diarios y también de las recopilaciones de Cartas que se escribieron otrora -hoy el género epistolar no existe- y que me hacen comprender con más exactitud cómo eran, cómo vivían y cómo pensaban autores a los que admiro por su obra narrativa, poética, ensayística, filosófica o política.
Ernst Pfeiffer ha escogido, en este texto publicado por Laertes como se dijo, doscientas cincuenta cartas cruzadas entre Nietzsche, Lou von Salomé y Paul Rée, o de cada uno de ellos con otros personajes de la época en que vivieron. Las cartas comienzan el 22 de octubre de 1875 y finalizan el 15 de octubre de 1885. Casi una década, en la que los miembros de “la trinidad” -como se hacían llamar-, mantuvieron un contacto estrecho, y muchas, quizás demasiadas divergencias entre sí.
El encuentro se mantuvo en 1882, pero, los antecedentes y la preparación del choque entre estos tres cerebros, porque eso es lo que fue en realidad la unión de lo que se denominó la trinidad, dadas las suspicacias existentes entre ellos a la hora de interpretar las obras y los comportamientos de los otros dos, los llevaron de forma inevitable a romper esa unión epistolar e incluso la amistad trabada que se manifiesta en las cartas, por cuestiones las más de las veces absurdas, otras por celos de unos con otros, por divergencias teóricas tanto filosóficas como psicoanalíticas o simplemente por la fuerza de los caracteres de ese trío de personas tan especiales.
Los tres escritores de estas cartas, que fueron reconocidos en su época y aún lo siguen siendo, como individuos de una lucidez fuera de lo común, al final vinieron a chocar por ser humanos. Tanto Paul Rée como Nietzsche estaban enamorados de la jovencísima Lou von Salomé, y ella siempre se mantuvo independiente en su forma de ser y de estar en el mundo, sin ataduras que la ligaran a hombre alguno.
Los tres debieron pasar largas temporadas de sus vidas, en establecimientos de la época, tratándose los terribles dolores de cabeza que padecían, así como las ansiedades que los desgobernaban, no pudiendo controlar en el día a día las inteligencias y las lúcidas capacidades de las que fueron dotados muy tempranamente, por las exquisitas formaciones recibidas o la incesante búsqueda de elementos que pudieran confirmar o negar, los supuestos saberes de la época, anquilosados según su forma de ver las cosas, en un pretérito que ni los explicaba ni explicaban a la sociedad europea en que vivían, cercana al derrumbe de los imperios que entonces gobernaban el mundo y que menos de dos décadas después desembocaría en la gran guerra que vendría a poner manga por hombro a Europa y al asentamiento de nuevos códigos, fronteras y símbolos.
Por las cartas cruzadas transitan Sarah Bernhardt, Bismarck, Bizet, Byron, Descartes, Auguste Comte, Dante, Darwin, Daudet, Diderot, Eliot, Empédocles, Epicuro, Freud, Garibaldi, Goethe, Gógol, Hegel, Heine, Heráclito, Heródoto, Hesíodo, Hölderlin, Homero, Kant, Lamartine, Liszt, Mendelssohn, John Stuart Mill, John Milton, Pitágoras, Platón, Pushkin, Rilke, Romain Rolland, Rousseau, Schopenhauer, Walter Scott, Spinoza, Turguénev, Marc Twain, Voltaire, Richard Wagner o Émile Zola entre otros muchos.
Una verdadera gozada leer el intercambio de ideas de estos tres monstruos del pensamiento, que, sin duda, cambiaron el posicionamiento de la mujer en el mundo en el caso de Lou von Salomé, o modificaron las posiciones de la filosofía, la biología y la medicina imperante en la época, así como el nacimiento de la psicología y de la psiquiatría como ramas necesarias de entrar en las aulas académicas y en los centros hospitalarios.
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