“¡Otra historia ambientada en los años 40!”, dirán algunos. ¿Aún quedan rincones y acontecimientos que visitar y recrear? JGR: Quiero creer que quedan tantos rincones y acontecimientos como personajes para abordarlos. Nosotros entendemos que el trasfondo histórico, ya sea la Segunda Guerra Mundial, la Edad Media o el Paleolítico, es solo el decorado en donde se desarrollan unos personajes cuya historia nos parece bonita. A veces, además, el trasfondo te permite situarlos en situaciones que serían imposibles en otro marco. El de Elsa Braumann nos parecía un rincón que merecía ser visitado: el de una persona normal capaz de afrontar lo extraordinario. GI: En ese momento Madrid era una ciudad devastada por la guerra, pero allí se cocían las intrigas del resto de Europa: nazis que campaban a sus anchas, espías ingleses, conspiradores políticos que querían hacerse con el poder de Franco, y gente desesperada que lo había perdido todo. No se me ocurre territorio más novelesco. La entrevista entre Hitler y Franco en Hendaya ha sido motivo de interés para los historiadores. ¿Qué atractivo tiene para los novelistas? JGR: Resulta evocador e intrigante el encuentro secreto entre dos de los hombres más poderosos del siglo XX. Cómo no preguntarse sobre las historias protagonizadas por los secundarios que revolotearon alrededor de ese encuentro. La historia de nuestra traductora es una de ellas: la historia de una mujer enfrentada a su destino. La protagonista es una mujer, alemana. Elsa viene a sumarse a un cada vez más amplio elenco de mujeres que protagonizan novelas ambientadas en los terribles años 30 y 40. ¿Es una manera de hacer justicia? GI: Todo el mundo sufre en las guerras, pero a las mujeres les toca una dosis extra. En la posguerra, muchas mujeres encontraron también una oportunidad de probarse a sí mismas. En cómo se sobrepusieron al hambre, al miedo y a la violencia, hay una heroicidad que fascina. Como novelista quieres entrar en ellas, saber qué sentían en un mundo desmoronado y qué soñaban para el futuro. No vamos a revelar su peripecia, pero sí diremos que es presionada para robar unos documentos. ¿Estamos, pues, ante una novela de espías? JGR: Entre otras cosas, pero sí que lo es. La traductora es una novela de espías como lo podría ser alguna película de Hitchcock, y, como esas, es también una historia de amor, de aventuras, de suspense... El tercio final de la novela describe lo (supuestamente) ocurrido durante apenas 8 minutos en la vida real. ¿Cómo “alargasteis” el tiempo? JGR: Supuso un reto, pero era tan divertido estirar esos ocho minutos para generar suspense que no fue de lo más complicado. Lo cierto es que nos divertimos mucho escribiendo esa buena cantidad de páginas. La historia fluía sola. Fue una experiencia creativa estupenda. GI: Nos ayudó mucho lo que sabemos de montaje cinematográfico, porque en el cine, gracias al montaje, puedes jugar con el tiempo, estirarlo, encogerlo... Solo que aquí trabajábamos con palabras en vez de imágenes. Lleváis muchos años trabajando juntos, creando ficciones juntos. ¿Nos podéis describir el proceso creativo? GI: Fluye ya muy natural. Entre los dos decidimos el siguiente avance de la trama: si nuestra protagonista va ser convocada para una reunión secreta discutimos si la llevan un par de policías malencarados, quienes estarán esperándola en la sala etc. También hablamos de los personajes: qué carácter va a tener él, si es reservado, si le gustan los libros de Salgara o ir al cine... Decidido esto, nos repartimos las escenas y ya escribir en sí lo hacemos por separado. Como luego hacemos mil correcciones y lecturas, el estilo se va unificando tanto que a veces olvidamos quién escribió qué.
¿Es diferente ese proceso en función de lo que tengáis entre manos, un guion o una novela? JGR: La diferencia fundamental estriba en la importancia que en la novela tienes que prestarle a la forma, y no solo al fondo. Respecto de la manera de trabajar, es la misma. En la novela hay más correcciones, creo yo. Seguramente el 70% del trabajo sean correcciones. ¿Qué os enseñan los guiones que podéis aplicar en una novela, y qué la literatura para mejorar la escritura cinematográfica? JGR: Nosotros nos valemos de algunos recursos muy cinematográficos, como el montaje paralelo. Para nosotros, sin embargo, que hemos estado tanto tiempo atados al audiovisual, ha terminado suponiendo un reto precisamente lo contrario: desvincularnos de todas las técnicas y narrativas asociadas al guión. Cada medio tiene su lenguaje propio, sus leyes y sus caminos. Entiendo que una novela os permite ser dueños y responsables absolutos del producto final, cosa que no ocurre con los guiones. Que es más vuestra, por decirlo así. GI: Es muy cierto, en una novela puedes ser al fin el director, el director de fotografía, el de arte... todo a la vez. En La traductora a veces nos sorprendíamos dirigiendo a algún personaje como si fuese una actriz: «Cuidado, la hermana de Elsa está muy intensa, bájala un poquito» o Jose me pedía crear un efecto de luz o un decorado: «Aquí necesitamos un espacio más evocador». En el cine, además, estás siempre cuidando cuánto va a costar hacer cada plano, en esfuerzo y en dinero, aquí lo tienes todo a tu disposición ¡y gratis! La literatura universal es rica en ejemplos de parejas de creadores que han trabajado juntos, a cuatro manos. ¿Os identificáis con alguna? ¿Alguna os inspira o, al contrario, es ejemplo de lo que no se debe hacer? GI: La pareja que hicieron Borges y Bioy Casares nos encanta y también que creasen un alter ego: el misterioso Honorio Bustos Domecq, al que Borges describía como una tercera persona real. Ejemplo de lo que no se debe hacer serían Burroughs y Kerouac, que fueron declarados cómplices de un asesinato y después lo novelaron juntos. O Dumas, que escribió con Maquet novelas como Los tres mosqueteros o El conde de Montecristo, sin que constase nunca su nombre. Tengo entendido que “La traductora” nació durante el confinamiento. ¿Fue una manera de escapar? JGR: Para mí, leer y escribir siempre lo es. De todos modos yo ya salía poco antes del confinamiento (risas). GI: En realidad la novela había nacido antes, primero como guion de una miniserie llamada Operación Wagner y luego como novela, pero la terminamos durante el confinamiento. Por mi parte me cogió el encierro sola en una pequeña buhardilla, y poder sumergirme en otro mundo me ayudó muchísimo. No es de extrañar que nos haya salido una novela intensa. La última: he leído una frase vuestra: “en esto de escribir, se trata no solo de seducir al lector, sino de engañarle —y cuanto más engañes a tu lector, qué curioso, más satisfecho queda—”. Eso merece una explicación, ¿no? JGR: Es como en el caso del mago o del director de cine. Uno sabe que eso que tiene delante es mentira, que todo es un truco, y sin embargo cuanto mejor conseguido esté el truco (y por tanto más elaborada sea la mentira), el espectador más disfruta de la película. En el caso de la novela es igual, uno se vale de ciertos recursos para ir conduciendo al lector aquí y allá, en la mentira y, si lo hace realmente bien, el lector disfruta más porque está más inmerso en la novela. Estamos trabajando en un artículo, por cierto, donde desarrollaremos bien estas viles artimañas, para compartirlas con el lector. Puedes comprar el libro en:
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