LA LUZ articula el último poemario de Blas Muñoz Pizarro (poeta nacido en 1943 en Valencia). En este libro de versos tanto el tema principal (el paso del tiempo y lo efímero de la existencia) como la estructura elegida para la ocasión (doce poemas encadenados mediante el recurso del leixaprén, donde cada uno de los poemas comienza con la repetición del último verso del poema anterior) están fuertemente cohesionadas. Insisto: todo está muy ligado en este libro, desde el tema que es siempre el mismo, el meditar del yo lírico sobre el tópico del tempus fugit aprovechando la realidad que le rodea; paisajes diarios que van cambiando según las estaciones aunados a sus recuerdos, vivencias y reflexiones más íntimas (justo en dos momentos del día que son el amanecer y el mediodía) y que se dan sobre todo en dos espacios físicos (uno, abierto y exterior como la playa; otro, interior que pertenece al ámbito del hogar, y aún podríamos hablar de un tercero, espiritual, que sería el de la conciencia del poeta). En este lento transcurrir y deambular la mirada del poeta va cambiando a lo largo de los doce meses del año, poema a poema, mes a mes, paisaje a paisaje. De este modo, el poema fechado en enero se acomoda a su paisaje cuando nos dice: “Clara mañana. Y fría, / en su reciente claridad” y en el poema fechado en febrero hace lo mismo al manifestarnos el yo lírico lo siguiente: “por eso toco / la corteza rugosa de los árboles / y digo sol y sombra y frío (y amo)”. Y es que el yo lírico hace un recorrido que en un principio va desde un deambular mucho más solitario (Mi ausencia está mirando hacia lo alto, / donde crece la luz y alguien la canta) y contemplativo que incluye cierto halo de nostalgia hacia una forma de mirar y ver el mundo más cercana y universal. De hecho, el poemario finaliza con una escena cotidiana con la amada que sintetiza muy bien todo el proceso de reflexión y autoconocimiento llevado a cabo por el poeta a lo largo de este significativo poemario: “Quiénes somos tú y yo, si ya no somos / aquellos que aún se aman, como siempre”, lo que nos ratifica que de algún modo todo ha cambiado, pero algo siempre permanece, perdura y trasciende. De ahí que al finalizar este poemario tendremos la extraña sensación de que se ha recorrido el camino correcto, que de alguna forma todo está bien, donde debe estar, cada cosa ocupa plácidamente su sitio. Sólo hay que aceptarlo, asumirlo y, por supuesto, disfrutarlo. Por otra parte, todos los aspectos que conforman el libro han sido primorosamente cuidados y tenidos en cuenta, ya que este viene acompañado por una introducción (palabras del conocido crítico José Antonio Olmedo López-Amor); en cuanto al texto de la contraportada, ha corrido a cargo de otro gran poeta, Gregorio Muelas, e incluye también una nota final del propio autor en la que en su párrafo final nos comenta que este libro está dedicado a Ricardo Bellveser “Por todo y por tanto (él lo sabe)” más una nota final del editor. Además, y por si faltara poco, cada poema dialoga con una imagen creada ex profeso por Pablo Santin, pintor argentino (rioplatense) de corte expresionista que posee un magistral dominio de la tinta china y que sabe reflejar a la perfección estos juegos de luz y sombra que tan bien ha dibujado el poeta en palabras. Recordemos: poemas endecasílabos y encadenados. Versos contemplativos, profundos e íntimos que buscan trascender y trascienden. Y que además van in crescendo hasta alcanzar un clímax lleno de sentido. Ritmo pausado y sereno como las olas de un mar en calma. Paisajes llenos de sugerencias y descritos con un lenguaje embellecido que nos invita a revivir junto al poeta todos estos recuerdos de juventud e infancia, amenizados al mismo tiempo por escenas cotidianas actuales en las que un pasado le da la mano a un presente luminoso para que este siga cantando porque como nos dice el poeta en uno de sus versos: “Donde crece la luz y alguien la canta / vuelve a nacer el universo”. Puedes comprar el libro en:
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