No obstante, y apartándonos de los muchos depredadores de esta clase de subterfugios mercantiles, recogemos aquí lo que particularmente me parece cumple con los requisitos mínimos de calidad que un libro de poesía debe poseer para su publicación. El orden con el que aparecen los poemarios no indica favoritismo o predilección alguna de los unos sobre los otros. No obstante, y aún reconociendo que tendría que haber atendido antes este libro, espero de la benevolencia de su autora y de los lectores a los que ahora me dirijo. El libro que merecidamente obtuvo el Premio Luis Carrillo de Sotomayor 2020, convocado por el Ayuntamiento de Baena (Córdoba) y un jurado compuesto por Ángeles Mora, Alfonso Berlanga y Antonio Enrique, se titula Jardín imposible y su autora es Marina Tapia (Valparaíso, Chile, 1975), si bien reside actualmente en Granada. Marina Tapia nos convoca para desentrañar un universo pletórico de formas y colores, de vida. La Naturaleza en carne y alma, ese lugar al que desgraciadamente, poco acuden los nuevos poetas. Sin embargo, en este mundo vegetal, la poeta halla el camino a seguir, ese que nos abisma a lo mistérico y desconocido para crear una realidad distinta, que aglutina y abarca los silencios de la existencia. Y lo hace unas veces en verso y otras en prosa poética, singular, como lo es su voz, al decir de Ángel Olgoso: ”Marina teje una melódica red verbal que atrapa al lector, levanta estructuras de una delicadeza prodigiosa, recoge las palabras en su intimidad de emociones para hacerlas fulgurar en un segundo eterno”. En el poema La guardiana, dedicado a su hija Camila dice: “Nunca encontrarás sosiego en este mundo, / nunca encontrarás justicia entre los hombres, / solo el saber del bosque, de la tierra, / y aquella perfección llamada savia / te ha de salvar”. Y en el poema “Cochayuyo” escribe: “Yo sé que he sido libre, por más que se empecinen las mareas del mar en conducirme hacia los hombres. Soy hija de un albor profundo, vestida algunas veces de reflejo, de pardo ofrecimiento, de vedeja. Crecí en la resistencia del que sabe, sin ver, lo que amanece en su interior. // Yo sé que he sido pez”. Un libro que, en sí mismo es ese jardín con el que todos soñamos.
Con otros registros y variados matices, en el cual el tiempo centra la reflexión poética, nos llega Hermosa nada, de la poeta catalana Rosa Lentini (Barcelona, 1957), publicado por Bartleby editores, colección que dirige el también escritor y poeta Manuel Rico. Lentini, en esta ocasión desnuda la nada para hallar lo absoluto o pleno. Para Antonio Méndez Rubio, autor del epílogo, “la poesía actúa en Rosa Lentini nada más (y nada menos) que como lo que une o junta, aquello que atraviesa el vacío construyendo un puente o abriendo un pasadizo inesperado, espectral, en todo momento amenazado por la posibilidad de su existencia, de su caída”. Pero también actúa en esta poesía la memoria, que trasciende en lo vivido, para crear universos nuevos. Es el viaje al interior de la nada, de esa hermosa nada convertida en majestuosos silencios que miran el mundo, el tiempo que lo sustenta, los recuerdos familiares, el pasado; el vacío en sí mismo desnudo ante el espejo: “…y por la puerta entornada del cielo / una atemporal luminiscencia / de una ligereza y un bienestar / anodinos y estériles / desvela que dar el paso / será también perder la memoria / y yo me niego a olvidar”. En una bella y cuidada edición llevada a cabo por el Grupo Editorial Olélibros se presenta, con traducción del inglés al español de Sanz Irles, The Waste Land / La tierra baldía, un clásico de la literatura universal, de T.S. Eliot. Sin duda un libro de referencia para todo aquel que quiera acercarse al hecho poético, que en Eliot se da de una manera sublime y que ennoblece y continúa ennobleciendo aún con este libro, convertido en ejemplo o modelo a seguir para todo poeta que se precie. En el prólogo, que Ernesto Hernández Busto titula Un río subterráneo, se establecen las claves de este archiconocido y extenso poema de Eliot, al que el propio Ezra Pound bautizó como il miglior fabbro.
En una edición especial que consta de 50 ejemplares para amigos -un honor contar con uno de ellos-, al cuidado del editor malagueño Rafael Inglada, me llega Resplandor, número 20 de la colección Arroyo de la Manía, del poeta Antonio Enrique (Granada, 1953). Con un primer poema manuscrito, Lucero, abre este extraordinario pórtico poético al que nos tiene acostumbrados su autor. Consta esta bella publicación de catorce poemas, excluido el ya citado. En ellos deslumbra su cuidado y sencillo lenguaje, que nos recuerda a la mística tradicional española “Y nada me aturde…Todo me falta, / sin ti” de Teresa de Jesús, pero que en Antonio Enrique toma forma y cuerpo, materia que se rebela hasta crear un estado espiritual que resplandece en su palabra y arde y se eleva al infinito de la nada absoluta de lo indecible. Es el amado y la amada en plenitud, en la entrega total, la luz de un éxtasis continuo: “Esto de amar / se parece a un relámpago. / Entra por los oídos, / sale por la boca. / Vuelve a entrar / y no sale del cuerpo. / Entonces lo calcina”. Uno de esos libros que te hacen sentir bien, donde una paz se apodera de todo cuanto te rodea una vez que inicias su lectura es Recado original, de la poeta sevillana María Sanz (1956), publicado por una de las editoriales de ámbito nacional de referencia, Lastura. Mucho es el trabajo realizado hasta ahora por María Sanz y muchos los premios importantes recibidos en su larga trayectoria poética. Sanz es una poeta de honda mirada, meditativa y generosa por cuanto su humanismo está presente y en estrecho contacto con la Naturaleza. Su lírica se ha construido siempre desde el rigor y la honestidad, y es por ello que, apartada de modas y bagatelas, ejerce de auténtica poeta. El amor, el tiempo, la libertad, los silencios o la soledad se hacen luz, verso limpio en Sanz, que escribe: “La soledad no hiere, desfigura / los cuerpos arrumbados con su lento cilicio”.
En Herencia del tiempo, al cuidado editorial de “Ánfora Nova”, hallamos la voz inconfundible del poeta Alfredo Jurado (Espejo, Córdoba, 1950). Como en casi todo poeta, el tiempo es como una obsesión que va creciendo en el interior hasta estallar en palabras, en vida. Con una poesía más desnuda que en entregas anteriores Alfredo Jurado nos propone un viaje interior para mostrarse sin máscara alguna, tal cual y siente: “Pasó la juventud, / se escapaba lo mismo / que una torcaz en vuelo; / lo mismo que el aroma / de un gladiolo fugaz; como el vuelo furtivo / de un gavilán que cruza / y va cortando el aire”.
El siguiente libro lleva por título Breve tratado para las casas con peces. Este poemario obtuvo el V Premio Internacional Francisco Aldana de Poesía; su autor, el poeta argentino Boris Rozas (Buenos Aires, 1972). Como viene siendo habitual en este poeta, en sus variados registros, trasciende la cotidianidad para ofrecernos, desde un lenguaje atractivo su experiencia vital, muy cercana a las influencias poéticas anglosajonas de las que se nutre. Una muestra de su escritura sean estos versos: “Habrá que inventar / otro cielo / donde desenvolverse mejor / en el silencio”. Hasta la ciudad dorada de Salamanca viajamos, donde la Diputación Provincial ha publicado el libro Catorce vidas y una más (Poesía reunida 1995-2012), de la poeta María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad salmantina. Podría decirse que la poesía reunida en este volumen pertenece a ese mundo infrecuente hoy del conocimiento y la hondura reflexiva, complementado por un extraordinario oasis sensorial en el que todo renace de un mismo fulgor, de una abierta mirada representada en lo cotidiano, la materia en sí misma, el cosmos. El cuerpo como sustancia matérica y espiritual, el amor, su rica sensibilidad femenina, el fragor de la memoria, su particular sexualidad y el ingenio hacen de la poesía de María Ángeles Pérez López un oasis en el desértico paisaje de la cruda realidad que vivimos. Señas de identidad que germinan de la reflexión profunda, de su mirada penetrante en el caos de los días. Seis libros (Tratado sobre la geografía del desastre, La sola materia, El ángel de la ira, Carnalidad del frío, La ausente y Atavío y puñal) que nos acercan a la esencia poética de una voz destacada del panorama lírico español, a la recreación de un mundo personal que nos enriquece a través de la palabra y el silencio interior que la aviva: “Reclamo demorarme en cada gesto, la lentitud feliz en las dos piernas / si tengo todo el sol sobre la nuca / y el tacto es una forma nutritiva / y exacta de sentir sobre la sangre / el viaje subterráneo de la dicha”.
Otro de los poetas cuya producción es significativa y avalada por numerosos premios es el extremeño José Antonio Ramírez Lozano (Nogales, Badajoz, 1950). Peccata mundi, publicado por Pre-textos y galardonado con el XXXIV Premio Internacional de Poesía “Antonio Oliver Belmás” es su última entrega. Tanto por su estructura, temática, variados registros y su lenguaje, merece la pena destacarlo aquí en este espacio. Pero sobre todo, y llama la atención por la recuperación de la épica como baluarte poético primigenio, por una épica rural en la que retrata los personajes de Torales, quizá trasunto de Nogales. Como si de la narración de un cuento se tratara, pero sin perder su esencia lírica Ramírez Lozano desentraña a esos personajes existentes en la España de interior, en esos pueblos olvidados y casi vacíos, como el suyo (el cura Elino, el pastor Juan Codino, el funambulista Tico de Moreira, los tíos Aurelio y Farinas, Fanio el enterrador, las monjas, santos patrones y otros correspondientes a la primera parte de pecados veniales), recuperando así en la voz del poeta otras voces, otras vidas. De la segunda parte, referido a los pecados mortales destacamos poemas como Salve, Letanía o La banda, del que se reproduce este fragmento: “Y detrás, / como ausente, el fagot / de don Sixto Rubianes, / con la caspa de Dios sobre su abrigo / marengo, jubilado / de latines, soplando / la eternidad en su instrumento, en ese / tizo oscuro, caoba en la que suena / la desventura de las generaciones”. Siempre atiendo complacido la llegada de un libro, su reciente y aromada tinta, la belleza de la simple grafía en la página, el tacto de su piel, su arquitectura. En ese continuo goteo de libros recibidos, sostengo entre mis manos Nuestro sitio en el mundo¸ cuyo autor no es otro que el poeta manchego Antonio Rodríguez Jiménez (Albacete, 1978), publicado por Eolas ediciones y galardonado, muy merecidamente, con el Premio Antonio González de Lama 2020. La propuesta de Rodríguez Jiménez tiene mucho que ver con la reciente crisis pandémica, con el hecho del lugar del hombre en el mundo, con las consiguientes preguntas que el poeta se hace para entender, si es que es posible ante tanta locura, cuál es verdaderamente el sitio de los seres humanos en la tierra. Con un lenguaje sencillo pero profundo, meditativo, el poeta se adentra en los detalles de la cotidianidad para fulgurar con su mirada cuanto acontece, significándolo, añadiendo valor a lo zaherido. De cada uno de los 43 poemas que conforman Nuestro sitio en el mundo, el lector queda prendido: luz y fuego en la palabra, como el poema que da título al libro, Naranjas, Poética, Terciopelo, Las leyes del mercado, Aquel verano antes, Balcones, Amado público, Noche de bodas, Poesía joven o Diésel, todos, sea dicho, procuran al lector momentos inolvidables.
Existe una poesía distinta a la que nos ofrece continuadamente las redes, incluso editoriales mediáticas cuyo objetivo siempre es el mercantil, pero en la vida, como se suele decir, debe haber de todo. Y ahí lo dejamos. Porque el claro objetivo de esta reseña es distinguir la calidad en ese marasmo de mediocridad existente en cualesquiera de los ámbitos de nuestra sociedad. Ese marbete singular sería cabalmente para un libro como Supersticiones, del poeta malagueño Albert Torés (París, 1959). Ya en la nota de autor nos adelanta, después de esa continua búsqueda de formas, estructuras, unas dosis de rebeldía y provocación por aquello de saltarse normas, que se alía con “el tridecasílabo, tan inusual, porque la poesía y sus combatientes cierran puertas con cerrojo para evitar el contagio de las supersticiones”. He aquí la razón de este poemario, en el cual una profunda reflexión impregna los poemas, como en este: “No salvaría nada salvo la memoria, / el recuerdo de haberte amado con certeza, / la enseñanza de mis mayores, la certeza / de mi hijo. Luego la muerte. La memoria”, o tal vez este testimonial: “Nací bajo lluvias errantes y tormentas/ otoñales, sonatas parisinas, pero / nunca culpé a los termómetros de mi muerte. / Volvía a nacer aunque supe prisionero / iba a ser en tiempos para maldita suerte. / No invento lenguaje nuevo para toda la / poesía, pero le confiero los ritmos, / la glosa, la historia, la música, llamada / de sentires extraordinarios. Soy mágico”.
Otro de esos libros que no pasan desapercibidos ha sido Un horizonte de significados, del poeta granadino Custodio Tejada (Purullena, 1969), un libro que nos adentra en la palabra y sus significados, tremendamente reflexivo, en esa búsqueda por la nombradía de las cosas, que es la existencia misma de las cosas, la vida que fluye en el propio Lenguaje como esencia pura y verdadera. Un viaje, sin duda, emocionante por el universo de la “palabra”, la que nos redime y condena, la que nos deslumbra y ciega al mismo tiempo, como así lo expresa en estos versos: “Solo veintisiete letras curan al mundo / del silencio desastre / como si fueran las flores de Bach / o la fe de un óvulo fecundado / en el mismo útero de la palabra”. Existe un paralelismo bíblico en su creación y así el poeta se convierte en demiurgo que busca la palabra justa para nombrar, porque, y así lo escribe: “Cuando nombramos hacemos visible lo invisible, le damos luz a la vida y le damos vida a la luz”. Un libro y un poeta, Custodio Tejada a tener muy en cuenta. Precisamente Ariana, de la poeta palentina Araceli Sagüillo (Venta de Baños) y editado por Torremozas, nos sumerge en el laberíntico devenir de la vida, la vida cotidiana de una mujer, Ariana, que es la propia poeta enfrentada al laberinto de la vida. Ariana representa lo femenino, las turbulencias y el sosiego que mana del interior para crear un espacio donde el amor sea y exista en toda su magnitud. La ausencia del amado es el elemento nuclear donde la poeta, que es Ariana, se resiste y vive para hallar alguna luz que devuelva a su espíritu la esperanza para seguir el camino. Ambas, se lee, “Estamos acostumbradas a escondernos de la dura realidad”, o, “Después de muchos días / sin escribir, veo que Ariana escribe un poema”. Los recuerdos, o mejor habría que decir, la nostalgia del pasado, provoca en la poeta desazón y miedo, porque la soledad se hace tediosa: “Si tú no estás / ni nadie en esta casa vacía de afectos…”
Otro poemario y otra mujer protagonizan las siguientes líneas. Al final del paisaje, es el texto y su autora Alicia Aza (Madrid, 1966), editado por Valparaíso. Con citas de los poetas Cesare Pavese y Claudio Rodríguez abre este nuevo universo poético, donde la poeta retrata un paisaje interior sensual, amoroso, humanista. enraizado en un creciente humanismo. Las seis partes del libro (La suerte no viene de fuera de mí, Despertar en esta época del año, Cada objeto cambia según la perspectiva, No sé en qué lugar nos perdimos, Amanecer y darte cuenta de que apenas has dormido y por último, Fui madre junto al río Yangtsé, conforman un texto muy sugerente, en el cual, la prosa que inicia cada sección describe un mundo personal de símbolos e imágenes encadenadas que convierten la lectura en un manjar para el pensamiento y las ideas. Aza sabe bien cómo trabajar la palabra, cómo pensarla, ahondar en su silencio para seducir al lector. En su propio decir: “La poesía es un volcán y el poema es la lava solidificada en la palabra. Como resumen me quedo con este breve ejemplo de su poema en prosa correspondiente a la tercera parte (sin que ello signifique renunciar al resto): “El olor es. El olor no engaña, solo perturba los sentidos del que está vivo. El olor es la infancia y es el instante ahora. El olor soy yo y eres tú. El olor tiene un presente. No hay olores futuros. El amor huele. La muerte no desprende aroma. Solo los cuerpos. Como el tronco en el camino con forma de mujer”.
Coloquios con Arturo, del poeta granadino Enrique Morón (Cádiar, 1942) es todo alma, como la poesía con la que desde siempre nos alimenta Morón. Su experiencia vital, su atenta observación del mundo y sus paisajes, tanto interiores como exteriores provocan en el lector esa sensación de oasis, de paz que reconforta y alimenta el curso de los días. Su variada temática que aplica como enseñanza a su nieto Arturo obedece a los afectos, a ese lugar llamado ternura del que sin saber por qué el hombre se aleja habitualmente. En Coloquios con Arturo, Enrique Morón retoma su labor docente para conversar con el presente que es, el pasado que fue y el futuro que será, y lo hace con el verso limpio y cristalino al que nos tiene acostumbrados, con la humilde mirada del gran poeta que es y será siempre: “Si alguna vez, Arturo, / te sientes perdido / en el naufragio de la pena, / pues el dolor también invade el musgo / de los labios de un niño, / acude sin tardar hacia el refugio / de mis cansados brazos. // Si alguna vez, Arturo, / sospechas que perdiste / tu ingenuidad altiva / en los pasillos de ajedrez que van / hacia el nevado edén del dormitorio, / llámame sin tardanza, / que yo sabré acunar en mi regazo / un sueño de astronautas / que sonrientes te miran / desde una luna de melón que brilla / en la profundidad de tu ventana”. Donde arraiga destierro y La tierra y el cielo, son dos poemarios pertenecientes a la Trilogía de la reencarnación, del poeta alicantino José Manuel Ramón (Orihuela, 1966). El primero con prólogo de Anna Rossel, que escribe: “Su poemario viene a ser, de hecho, un único poema en el que cada aparente unidad puede leerse como una continuación de la anterior o encadenarse con la estrofa siguiente” y el segundo de Miguel Veyrat quien dice del poeta: “Él no espera escuchar el crepitar de una luz exterior que le dicte los versos, sino la pulsión de los latidos de la sangre propia activada por el golpear de sus pies en la tierra”. Uno y otro libro muestran una profunda mirada del poeta que conversa con la Naturaleza y el desasosiego interior, con la vida. De Donde arraiga el destierro, cito: “oscura redención / que a fuego marca incertidumbres / desde la tierra quemada / que procuro”, y de La tierra y el cielo, reproduzco estos versos: “nieves perpetuas / la existencia protegen / aunque desvividos vivamos / por humanizar lo que / deshumaniza”.
La mariposa en el buzón, del poeta cordobés Manuel Molina González (Priego de Córdoba, 1966) incide una vez más en el haikus, en esta ocasión 111 son los que integran este libro. Molina González, atraído por esa tradición japonesa de composición poética propicia el acercamiento a su experiencia vital, con la brevedad profunda que el haiku expresa. Con anterioridad otros poemarios de referencia nipona fueron Haikus del olivar, Y volverás abril (sernyus). Algunos ejemplos de estos haikus son: “La poesía / vaivén instantáneo / nos sobrevuela”, “Sobre la página / un profundo abismo, / vacío blanco”, “Un primer verso, Siete sílabas más / y tres: un haiku”, “Llega la noche / y en en cielo otra vez, / brilla la nada”.
La editorial granadina Nazarí me hacía llegar Desde Al-Ándalus (Cartas a Oria), del poeta Pepe Varos (Granada, 1949), que lamentablemente fallecía en los primeros días de agosto. La bonhomía de su autor y su capacidad de vislumbrar los afectos como signo de humanidad inapelable hace de este libro, que ya fue publicado en Santa Cruz de Tenerife allá por el año 1990, y ahora se edita revisado y ampliado con cuatro cartas más. Para su prologuista, Alberto Linares Brito, “estamos ante un libro cuya misma estructura da lugar a su título o más bien a la mentira que lo sustenta: Cartas… Cartas para explicar también, desde otro espacio que, a propósito de tejidos, crear es también la constatación de que el mismo mundo aparece, más veces de las que uno desea como lo que oculta la visión de lo verdadero, de lo que el autor desea plasmar”. Y así escribe: “Querida Oria: He ido de los ruidos a los mitos, a otras tierras, regresando después al misterio de lo escrito. He buscado los campos funerarios en pergaminos, olores de plantas olvidadas y humedades de oficina reteniéndome el pulso”. Flores de la inocencia, llega por gentileza del propio autor, el poeta José Luis Vidal Carreras (Vitoria, 1954). En este poemario la voz del poeta toma forma de flor, de variadas flores y paisajes. Un poema preámbulo y siete partes (En este asombro, Ojos, Mi voz en pie, Tres flores tristes, Con otros ojos, Oración y Despedidas) integran esta entrega de Vidal Carreras. Poemas breves en su mayoría, pero de una gran hondura. Su mirada trasciende el paisaje, y todo se eleva y sustancia en el asombro ante lo que sucede frente a sus ojos, en el silencio revelado tras una hoja o un pétalo, una hormiga o un buey. El poeta frente a sí mismo y la Naturaleza que brama en lluvia de colores y luces: “Y vuelve mi entusiasmo / con tus ganas de luz / esta urgente mañana. Ocurre / tras la fuga del sueño / que me hurtaba de ti. Sucede, / porque he cargado sobre mí / tu pesadumbre, tu locura, / tu fantasía / que inocente nos mata”.
De la soledad a la luz, del poeta Ángel Portolés Navarro (Estercuel, Teruel, 1960) es el siguiente de los libros recibidos. Es el primer poemario de este poeta. En él se muestra la experiencia de quien ha vivido y sentido la tierra en sus propias entrañas, de ahí su lenguaje sencillo, coloquial a veces, en ese intento de fundirse al mundo que lo rodea. Parte el poeta de la oscuridad de la noche para mostrarse desnudo como un recién nacido, y en él nace esos amargos silencios de incertidumbre y miedo a los que nos abocó la mortal pandemia que padecemos, pero también nacerá la esperanza de las heridas y el regreso a la luz de los sueños. “La vida, en su continuo andar, sigue, / es nuestra esperanza”, sentencia el poeta. Esta obra, Todo cuanto es verdad, del poeta Diego Medina Poveda (Málaga, 1985) ha sido merecedora, primero del Premio Adonáis 2019 y posteriormente, en 2021, el premio de la Crítica andaluza “ex aequo”, que en muy pocas ocasiones conceden los críticos andaluces. Avalan, pues, a este poemario dos premios de prestigio. Pero lo realmente significativo es que, la juventud del poeta y su manera de mirar el mundo, desde una modernidad contenida, nos sugiere una nueva forma expresiva, en la que de forma natural combina hechos u objetos cotidianos, con una reflexión cuasi filosófica. Sorprende ese juego de espejos que la propia experiencia vital del poeta trasciende al hecho poético con una carga de profunda meditación, que hace de este poemario un lugar que habitar, un oasis de luz. Creo, con Jesús Cárdenas y José Antonio Olmedo, que esta voz singular de Diego Medina conseguirá en un futuro no muy lejano, asombrarnos de nuevo, y así lo espero, pues su juventud en este caso, es sinónimo de madurez y rigor poético. De su poema Cambio de piso extraigo estos versos que resumen lo dicho hasta ahora: “En todas las mudanzas se nace y resucita, / cuántos recuerdos van a la basura, / nos llevan de la mano a otros momentos, / pero un impulso misterioso logra —en un alarde estoico / o simplemente por desidia— / borrar las huelas de unos pasos firmes / que creíamos perpetuos, pero nada / permanece…”. Trasunto de la obra Epístolas a Lucilio, de Séneca, pero sin etiquetas morales ni consejos, Diego Medina escribe desde la vital experiencia de lo cercano, pero desde una particular filosofía o modo de entender el mundo.
Ha tiempo que vengo afirmando que la joven poesía latinoamericana goza de muy buena salud, como viene a demostrarlo este poemario, Monólogos desde Babel, del poeta peruano Mateo Díaz Choza (Lima, 1989) y publicado por Alastor editores. Con anterioridad vieron la luz los poemarios Av. Palomo y Libro (2013) de la Enfermedad (2015). Caracteriza a este nuevo poemario su tendencia a una singular espiritualidad, derivada posiblemente de la preocupación del autor por los temas de corte bíblico, que surge de una experiencia personal, digamos de mediación entre lo divino y lo humano. Lo desconocido y misterioso provocan en Díaz Choza, la curiosidad primero y la indagación serena luego de la existencia humana. Babel es un territorio de absoluto mestizaje, de sombras y de luces, donde el lenguaje metaliterario irrumpe ofreciéndose al lector en toda su pureza y fuerza expresiva, a veces en poemas breves, otras en poemas en prosa, para culminar con la (re)creación de la realidad y la multiplicidad de símbolos e imágenes, tan rica en matices. El poeta se rebela y revela lo que se oculta en esa Babel confusa que hospeda toda condición humana. Como ejemplo de todo ello podría resumirse en los siguientes versos: “Escucha, extranjero / de lo que se trata es de atravesar las dunas / recorrer los médanos / para volver con los ojos hinchados de visiones / & la boca preñada de palabras nuevas”. Tal vez sea esta búsqueda de “nuevas palabras” en el recorrido interior del silencio lo que da prestancia a este poemario del limeño Mateo Díaz Choza. Con estilo propio el poeta ingresa en un universo donde la diferencia lírica explicitada conforma un nuevo concepto de la escritura, que parte de la deconstrucción para llegar a una voz sugerente, capaz de convocar a los lectores a un nuevo espacio expresivo.
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