Una novela que comienza es uno de los escasos ejemplos de «novela buena» que nos legó Macedonio Fernández, con lo que se torna imprescindible para comprender la evolución del cuento durante el siglo XX, porque el reto que supuso cuanto contiene, aplicado por Jorge Luis Borges o por Julio Cortázar a sus relatos, cambió absolutamente la concepción del espacio y del tiempo narrativo hacia ámbitos tan fantásticos como sorprendentes.
De modo que Una novela que comienza es un texto tanto anticipador como prescriptor de la revolución que se producirá a mediados del s. XX en el arte de la ficción hispánica.
Macedonio Fernández nació en una familia aposentada el uno de junio de 1874, en Buenos Aires. Su padre, Macedonio Fernández Pastor, aunque abogado de profesión, procedía de estancieros en Santa Fe y, además, ostentó el título de oficial; su madre, Rosa del Mazo Aguilar, también provenía de una familia con lazos entre la aristocracia porteña. Se licenció en Derecho por la Universidad de Buenos Aires en 1898, mientras ya publicaba artículos políticos en distintos periódicos. Durante el inicio del s. XX sigue editando artículos, cuentos y poemas aunque se interesa por la psicología e incluso mantiene durante años correspondencia con el eminente William James. No será hasta 1921, cuando lo descubra viviendo en pensiones, donde se ha instalado lejos de su familia tras enviudar, Jorge Luis Borges. En ese momento entra en la literatura pues se convierte en el maestro de los jóvenes ultraístas bonaerenses, donde figuraban el mismo Borges, Oliverio Girondo, Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal o Xul Solar, que acudían a escucharlo los sábados en los cafés y le procuraron sus colaboraciones en las revistas Proa y Martín Fierro.
En 1928 publica urgido por estos vanguardistas No toda es vigilia la de los ojos abiertos y en 1929, Papeles de Recienvenido; luego vendrán Una novela que comienza, editada en Santiago de Chile, en 1941; en 1944 la reedición de Papeles de Recienvenido con Continuación de la Nada, precedidas de un largo prólogo de Ramón Gómez de la Serna y también su poesía, Muerte es beldad. Fallecerá en 1952 y, póstumamente, su hijo Adolfo, editará Museo de la novela de la Eterna (1967) y Adriana Buenos Aires (1975).
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