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"El tiempo de la rabia", de Nati Morata: en la venganza el más débil es siempre el más feroz

Huso editorial
lunes 16 de agosto de 2021, 09:00h
El tiempo de la rabia
El tiempo de la rabia

De manera casi instintiva me dirijo al armario donde descansan libros leídos hace algunos años. Lo hago porque, como si de un acto reflejo se tratase, tras finalizar la lectura de "El tiempo de la rabia", escrita por Mati Morata y publicada por Huso editorial, me vienen a la memoria algunos fragmentos de un libro que, en su momento, supuso para mí una revelación, me ayudó a ordenar dentro de mi cabeza ideas, entender un poco mejor todas esas sensaciones y circunstancias que me traspasaban, superaban y a las que no encontraba ni una brizna de lógica, como tampoco respuestas válidas.

Y me adentro en alguno de sus pasajes para comprobar que, efectivamente, por muchas generaciones que vayan pasando, la presión de cuanto nos rodean y el empeño de algunas personas por escribir el guión de vidas ajenas, manipulando y sometiéndolas a la voluntad de otros, no ha variado el rumbo. Encuentro en Cecilia, protagonista de la novela , muchas de las teorías que Claude Steiner defendía en su libro "Los guiones que vivimos". Ese asumir la incapacidad o la enfermedad como parte de ese guión de vida que, en la mayoría de los casos, imprimen en nuestro comportamiento desde que nacemos y con el que lidiamos el resto de nuestros días. Tan siquiera nos detenemos a contemplar la posibilidad de que, tal vez, sea cierto que el destino está trazado de antemano pero, la manera en que transitamos por él, eso sí es una elección que corresponde tomar, en exclusiva, a cada uno de nosotros. Y debería hacerse siempre exenta de coacción, abrazada a la libertad más absoluta.

Nos dibujan el patrón de un rol, nos etiquetan y, a fuerza de empeño y constancia, terminan consiguiendo que interioricemos dicho papel aunque realmente no nos corresponda, anulando la voluntad de ser nosotros mismos. A partir de ese momento, todo es una cuesta arriba, una lucha constante y continua para liberarnos de etiquetas y encontrar nuestra verdadera esencia, quiénes somos realmente y qué queremos. En ocasiones, como le ocurre a nuestra protagonista de El tiempo de la rabia, da menos miedo quedarse a vivir en el dolor de lo conocido que atreverse a empezar de cero.

Una novela, El tiempo de la rabia, que cabalga en paralelo a lomo de dos épocas diferentes, enlazando ambas a través de sus personajes. Por un lado recorremos el momento actual de la mano de Cecilia, una trabajadora social que decide, con cincuenta y dos años, desarrollar su tesis sobre los abusos sexuales que sufren muchas personas discapacitadas en alguno de los centros e instituciones donde los acogen desde pequeños e incluso en el propio seno familiar.

Cecilia es una mujer insegura, depresiva y con gran ansiedad. Está unida a un hombre de negocios —Ricardo, su marido—, el cual está a punto de ser nombrado vocal del Consejo General del Poder Judicial. La trayectoria de él, su ambición y ansias de poder, provocan que no pueda prestar demasiada atención a su mujer, o al menos eso es en lo que ella se ampara para justificar, de alguna manera, que se haya convertido en un cero a la izquierda en su relación. ¿O tal vez siempre lo fue? ¿Sería más correcto decir que él siempre quiso que así fuera? Ricardo es manipulador y, como tal, no tiene el más mínimo reparo en utilizar la enfermedad de Cecilia como arma arrojadiza, cuando esta hace el más mínimo intento de reclamarle un poco de afecto, atención, simplemente que la escuche. Recurrirá a su enfermedad mental para hacerla sentir cada vez más pequeña , frágil y así poder manejar fácilmente su voluntad.

—Necesito que seas generosa. —¿En qué? [...] —He cobrado algunas pequeñas comisiones [...] Lo he hecho por nosotros. — Eres un cínico. —¿Cómo? Llevas años sin pegar un palo al agua. No tienes en cuenta que me paso la vida trabajando y no como tú, que vives entre medicamentos y depresiones. —No hagas eso, Ricardo, por ahí, no.

"Se trata de un pequeño asunto". Capítulo 7.

Por otro lado, Mati Morata, nos remonta en esta novela, El tiempo de la rabia, hasta los primeros años de una posguerra española. Conoceremos a Lisardo, abuelo de Cecilia. Superviviente de la masacre de la carretera Málaga, en la llamada Desbandada, donde una multitud de refugiados emprendían la huída hacia la ciudad de Almería, siendo atacados por mar y aire, causando la muerte a cerca de 10.000 civiles. Lisardo se refugiará en las montañas, consiguiendo sobrevivir a cualquier precio. Dejándose olvidados por el camino el honor, la lealtad, la ética y cualquier atisbo de sentimientos o empatía. Un hombre en el cual la crueldad sale proyectada como misiles desde su corazón y recorre todas sus arterias. Personaje que, desde un segundo plano, terminará adquiriendo un papel importante respecto a ciertos acontecimientos que se suceden a lo largo de la trama y, al mismo tiempo, para alguno de sus otros personajes.

«No la mates, está embarazada, deja que se vaya —suplicaba Frasquito— Me acerqué con fuego en los ojos [...] disparé al pecho de la mujer [...] La miré con desprecio mientras paseaba el cañón por la piel sanguinolenta de la barriga. ¿Es ahí donde está la cabeza, eh? ¿O es aquí? [...] Y disparé otra vez»

"Desde las nubes de sus ojos". Capítulo 20.

El tiempo de la rabia nos adentra y descubre, de manera sutil, poco a poco, en ese mundo de sombras que se mueve a plena luz del día. Esa valentía que se alimenta de la cobardía de otros. Esa caridad y generosidad que en realidad esconde depravación y perversión, dominio y sometimiento de los más débiles e indefensos.

Escrita en tercera persona. La figura del narrador va dando paso a los diálogos entre personajes. Estos se suceden de manera ordenada, con un lenguaje claro, profundo y en ocasiones doliente. Cada diálogo es una puerta que abre un montón de interrogantes y ofrece, a su vez, muchas respuestas. Duro en ocasiones, porque duro es el tema de fondo que nos narra. No puede ser de otra manera. Abusos sexuales con o sin daño físico, pero siempre con secuelas psicológicas que se adhieren a la víctima como una segunda piel, sin posibilidad de ser arrancada. Se trata, en cualquier caso, de violencia, vejación y dominio, utilizando el miedo como arma.

«Ella enseguida apoyaba las piernas en el brazo del sillón y así con las piernas abiertas me colocaba el coño en la boca. Y yo tenía que chupar y, si no lo hacía como le gustaba, me gritaba [...] me cogía la cabeza con las manos y me la movía ella misma»

"Naranjas". Capítulo 5.

Me resulta curioso y original , y de ahí que le dedique las siguientes líneas, la materialización que hace la autora de la novela del propio subconsciente de Cecilia, de ese Pepito Grillo que todos tenemos, esa voz interna con la que, en ocasiones, llegamos a mantener un auténtico coloquio y que en esta ocasión, Mati Morata, le da forma de hormiga y la instala, tras un pequeño accidente, en el hombro de Cecilia. La hormiga se convertirá, tal y como señalan en la contraportada del libro en: «Una interlocutora crítica que a partir de un momento dado la acompañará a través de toda la historia»

«Es una Formica Lugubris. No son muy hospitalarias [...] Pero ahora está ahí, mirándola como un extraterrestre comprensivo [...] Fue sin querer, sin querer, de verdad, lo siento. La hormiga inclina su cabeza triangular varias veces y ella escucha su tornillo metálico. Un tornillo que la reconforta»

"El tornillo metálico de la hormiga". Capítulo 1.

Mati Morata utiliza bastante, a lo largo de todo el texto, el recurso de la metáfora y en alguna ocasión sus palabras pasean por el sendero de la prosa poética, pero en cuanto a la descripción de sucesos traumáticos utiliza un lenguaje exento de adornos que lo suavicen. Directa y sin tapujos. Hago aquí un inciso para hablarles de la vía de escape que nuestra protagonista, Cecilia, utiliza como forma de canalizar el estrés en situaciones límite. Me ha resultado interesante, original y desde mi punto de vista, muy efectivo, la manera en que gestiona y resuelve ciertos momentos que la superan. Se trata de visualizar la escena de lo que le está produciendo tensión y hacerla saltar por los aires, literalmente, incluyendo en dicha explosión a las personas que lo provocaban. Así soluciona, sobre la marcha, de manera efectiva, rápida y pacífica —precisamente es pacífica porque en la visualización descarga toda la agresividad y violencia que le genera— evitando entrar en mayor conflicto con la persona en cuestión.

«Cierra los ojos e imagina el gesto del camarero al cobrar. Sus dedos recogiendo las monedas que en ese instante se convierte en una granada[...] lo ve desmembrado en el aire[...] sus restos chocan en el pavimento[...] golpea la cabeza que tiene a sus pies. Su boca pide clemencia...»

"El tornillo metálico de la hormiga". Capítulo 1.

El tiempo de la rabia no trata solo de los abusos sexuales a discapacitados. Nos invita a recapacitar sobre la influencia extrema que tienen la figura y el papel de la madre, padre o tutores, en los años de infancia, principalmente. Esos espejos en los que los niños se miran y de los que aprenden. En esta novela, nuestra protagonista es claro ejemplo del desequilibrio emocional como resultado, en parte, de un padre para quien su hija nunca fue prioridad y al que nunca pudo disfrutar y de una madre a la cual, si tuviese que describir con una palabra, sería "ausencia".

«No me digas que te preocupaba que estuviera sola, que se burlaran de mi y que cuando llegaba el fin de semana y todas se marchaban con sus familias, yo me quedara en el colegio» —No podía hacer nada [...] porque tu padre no lo permitía. Él nunca se ocupó de ti, ni de mí.

"Curioso, el corazón". Capítulo 3.

El texto nos muestra también esas cicatrices invisibles que dejan los zarpazos de quienes ostentan el poder a toda costa. Individuos que sienten la imperiosa necesidad de brillar cada vez más y más, dejando de lado cualquier escrúpulo, pasando por encima de todo y pisoteando la dignidad y el orgullo de muchos. Personas que, al igual que las monedas, poseen dos caras diferenciadas. Interpretan diferentes papeles en su vida. Con mentes brillantes en la mayoría de los casos, capaces de tejer un entramado casi perfecto . Telas de araña donde quedan atrapados todos aquellos que les muestren un ápice de debilidad, alguna carencia, una mínima grieta por donde puedan colarse y anular la voluntad de su presa. Con todo y con eso, aunque a veces se nos olvide, la vida no suele quedarse con nada y tiende a devolverlo todo. La vida, en ocasiones, hace justicia. Una novela, El tiempo de la rabia, que sin duda merece ser incluida en la lista de lecturas para este verano.

«Los dos acabaron chocando contra aquel horizonte, no porque hubieran llegado por fin, sino porque era un obstáculo, una viga que había que apartar del camino»

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