Eliot, en verdad, en este libro, nos ha acercado un poco más al secreto entrañable de la poesía, donde todo es real y soñado a la vez, donde el hombre sí tiene un lugar en el paisaje de la realidad, donde el tiempo muestra sus dones desiguales y en ello da cabida a la sombra y la luz, la alegría y la ingrávida tristeza que supone el aliarse a la vida, el vivir.
“Quédate inmóvil, dije a mi alma,/ Y espera sin esperanza./ Porque la esperanza sería esperanza/ en lo que no debe esperarse;/ Espera sin amor/ Porque el amor sería amor/ A lo que no se debe amar./ Sin embargo, queda la fe./ Pero la fe, el amor y la esperanza/ radican en la espera”. El destinatario ha de ser, necesariamente, el hombre: el que ama, el que vive íntimamente la realidad que le afecta y circunda, el que espera. “Espera sin el pensamiento/ Aún no estás dispuesta para él./ Así, las tinieblas serán la luz/ Y la inmovilidad será la danza./ Susurro de corrientes y relámpagos invernales./ El tomillo silvestre no visto y la fresa silvestre,/ La risa en el jardín, eco del éxtasis” Hay una comunión permanente con el paisaje, la realidad circundante como argumento de vivificación, como destino sensible del que lee y piensa.
José Emilio Pacheco, un traductor excelente –tal como poeta él mismo- nos hace llegar un texto imperecedero de comprensión del hombre crítico, del hombre nuevo, y el libro, a un tiempo, se enriquece con algunos apartados que aumentan su valor para todo aquel que se acerque al elegido mensaje: son éstos el apartado Notas, extensamente alusivo a cada uno de los cuartetos, y una Cronología que sirven para orientar de una forma muy fructífera la lectura que se nos propone; donde el lector-recreador se siente en todo momento seguro en una tierra firme donde le es dado habitar-interpretar un paisaje que no solo le alude y conmueve, sino que le confirma, de algún modo, en su identidad, en su significativa soledad. La Bibliografía mínima, una preciosa biblioteca Eliot manualmente elegida.
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