Las Navas del Marqués es la cuarta población en importancia de Ávila por número de habitantes, supera con creces los 5.000 habitantes y es famosa por los embutidos y la leche que produce. “En verano se cuadriplica la población navera”, nos dice Tomás García Yebra a la entrada de su librería-museo que se llama igual que dos libros que escribió sobre la historia del pueblo y que es una visita obligatoria para todo buen amante de los libros, sobre todo de los antiguos. “En la librería se dan cita tanto novedades como libros de viejo o de lance. Y tengo una mesa donde están todos mis libros”, señala el escritor y librero. Para llegar a Las Naves del Marqués hay dos caminos principales, ambos igual de bellos. Uno de ellos, parte desde Ávila y va hacia hacia el sur, no se tarda más de 20 minutos en el trayecto. Pero el que hemos utilizado nosotros parte de San Lorenzo del Escorial. Subimos hasta el puerto de la Cruz Verde, paraíso y parada obligatoria de moteros que suelen asomarse a las impresionante vistas de la sierra del Guadarrama desde el Mirador Ángel Nieto. En la bajada del puerto hacia Las Navas nos encontramos desviaciones hacia Peguerinos, Santa María de la Alameda, Villacastín y otras poblaciones igual de hermosas. Es un punto donde las provincias de Madrid, Ávila y Segovia se unen en un precioso y recóndito lugar del Sistema Central. Atravesando el acueducto sobre el río Cofio nos acercamos a Las Navas donde el castillo-palacio de Magalia es de visita obligada si estuviese abierto, ya que últimamente han relajado las visitas por culpa de la Covid. Tres kilómetros más al norte nos encontraremos el desvio hacia la Estación de Ferrocarril de las Navas y un poco más allá la Ciudad Ducal, primer lugar de veraneo de los nobles madrileños; en esta ciudad destaca su precioso lago, bueno más bien es un embalse, y una atalaya de hierro utilizada para la vigilancia de incendios y que es atribuida al gran Eiffel, está documentando que se construyó en los talleres del ingeniero francés a finales del siglo XIX. Pero lo que hoy nos interesa es la librería de Tomás García Yebra, situada a pocos metros de la Estación de aquellos ferrocarriles del Norte. Paso obligado para ir a Irún desde Madrid. Cerca se encuentra una de las fábricas de embutidos más prestigiosas de nuestra piel de toro y el bar Martigón, famoso por sus patatas revolconas y su terraza de sombras relajantes, una buena parada después de visitar el establecimiento del autor y así poder comentar los descubrimientos hechos en ese remanso de paz y cultura. Va para diez años que Tomás García Yebra decidió abrir su librería. La ha decorado a su gusto y con sus propias manos. “La reja de la puerta fue en su día un somier a los que he añadido diversos elementos, entre ellos una herradura”, apunta señalando a su creación y continúa diciendo “he pintado toda la librería como Dios me ha dado a entender, pero creo que lo que mejor me ha salido ha sido el techo. Me he marcado un Miquel Barceló navero que ya les gustaría tenerlo en la ONU en Ginebra. Como veis tiene una escalera colgada del techo. Si viene una inspección les digo que es la de incendios”. En el centro de la librería se encuentra el carro que durante décadas utilizó la señora Felisa para vender pipas, caramelos, fósforos y “hasta bombas fétidas” a los zagales de la localidad. “La gente del pueblo se asombra cuando lo ve y exclama: ¡andá, el carro de la señora Felisa! Pero no sólo tengo eso, tengo un banco de fontanero y varios utensilios utilizados por personas del pueblo. Poseo los útiles de barbero del señor Pedro. Con ellos, le cortó las barbas a Cela cuando veraneó aquí, también tengo la jeringuilla del practicante Honorato Rodríguez. Antes no eran desechables y las tenían que hervir antes de utilizarlas. Y otro elemento fundamental en una librería es la caja registradora, una auténtica pieza de museo”, nos cuenta este gran recuperador de tradiciones olvidadas que es Tomás. También destacan unos baúles, uno de ellos perteneció a su madre. "Todo el mundo tiene los baúles cerrados. Eso es un error. Cuando un baúl lo llenas de libros, resucita", afirma. Ha creado la noche de los libro vivientes. Lo más gratificante de este humilde negocio es, para Tomás, “la gente que conoces en el establecimiento. Todos te cuentan historia increíbles”, apunta. También consigue mucha información para sus libros. Hoy estaba charlando con un señor que vio cómo mataron los guardias civiles a unos maquis. Cuando sucedieron los hechos en 1945, el relator contaba con unos siete años y no recuerda bien si fueron cuatro o cinco los muertos. Dentro de poco estos recuerdos caerán definitivamente en el olvido. De ahí la impagable labor de García Yuste. El escritor deja para el final el plato fuerte del museo: la maqueta de tren. Ocupa toda la planta baja con el pupitre que él utilizo en el colegio de Las Navas. El tren que tiene es sencillamente asombroso, hay varios máquinas de tren, entre ellos un talgo, que discurren por la vías a paso lento. Tomás se pone una gorra de factor, silba el pito de jefe de estación y agita la bandera dando la salida a los ferrocarriles. “Cuando vienen niños a visitarlo hay que hacer un poco de teatralización, así es mucho más divertido y se hacen una idea de cómo funcionaban los trenes hace cincuenta años”, nos describe. Para finalizar me dice una sabia frase que tendría que estar inscrita a la entrada de la librería-museo: “Es más divertido compartir que tener”. “Me gusta compartir todo lo que tengo y todos los conocimientos que me comunican la gente del pueblo”, se despide el escritor que me confiesa que escribe tantas cosas sobre Las Navas del Marqués porque “quiero que me entierren en el cementerio viejo junto a mi madre. Tengo que reconocer que les hago un poco la pelota”. Creo que se lo merece y que sea dentro de muchos años para poder seguir aprendiendo y disfrutando de este gran escritor. Su frase última me la llevo bien aprendida y grabada a fuego en el corazón. ¡Qué importante es compartir! Y dejar a un lado tanto egoísmo de esta sociedad actual. P. D. Se me olvidaba. Los libros más vendidos en la librería son las enciclopedias Álvarez. Con la que muchos alumnos aprendimos en aquellos años sesenta.
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