Margaret MacMillan es una académica de reconocidísimo crédito, tal y como atestiguan los numerosos premios (entre ellos el prestigioso Samuel Johnson Prize) que ha ido coleccionando a lo largo de su carrera. En su última obra, “La guerra: Cómo nos han marcado los conflictos”, la historiadora canadiense consigue sintetizar con maestría el impacto de los conflictos bélicos en las sociedades humanas. El subtítulo de la obra de MacMillan refleja la visión holística de la guerra que presenta la autora. Las batallas son importantes, pero son vistas como una parte del todo. El objetivo principal es entender como las sociedades moldean y a su vez son moldeadas por la guerra. La estructura del libro, que no gira sobre un eje cronológico sino temático (con capítulos dedicados a los civiles, a los esfuerzos para limitar la guerra o al impacto de los conflictos en el arte) favorece el propósito de la autora. Escribir un libro sobre un tema tan amplio como la guerra requiere navegar un mundo donde las fuentes son prácticamente infinitas y los posibles enfoques se cuentan por decenas. MacMillan supera el reto con creces, en parte por su honestidad en reconocer las limitaciones de su obra. El lector hubiera agradecido una mayor atención a los conflictos que han tenido lugar fuera del mundo occidental. No obstante, la autora deja claro desde el principio que es consciente de la especial atención que el libro presta a Occidente. La Primera Guerra Mundial tiene un lugar privilegiado en la obra, un hecho no sorprendente teniendo en cuenta que dos de sus anteriores libros han tratado este período histórico. Mientras que el enfoque geográfico es muy tradicional, la aproximación de género es más novedosa puesto que presenta una interesante perspectiva acerca del rol de las mujeres en los conflictos armados, tanto en el frente como lejos de él. Es así como las temidas francotiradoras del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial, o la pacifista alemana Bertha von Suttner, encuentran su lugar en el libro. MacMillan muestra la guerra en todo su patetismo. En 1731, el capitán británico Jenkins perdió una oreja en un combate con unos marineros españoles que le tomaron por contrabandista. El capitán sería recibido años después por el parlamento británico, ante el cual se presentó con el malogrado cartílago. Londres utilizó la afrenta como pretexto y declaró la guerra a España. Si bien la guerra es terreno fértil para la absurdidad, también contribuye a un cierto sentido de trascendencia en los combatientes y las sociedades bélicas. En un barco que llevaba tropas británicas a luchar a Francia en 1914, Huntly Gordon, un joven soldado, citaba versos del Enrique V de Shakespeare que exhortaban a los soldados ingleses a partir con el mismo destino cuatro siglos antes. La última obra de MacMillan refleja también la influencia de la guerra más allá del momento en que los cañones enmudecen y los soldados supervivientes vuelven a casa. De sobras son conocidas las consecuencias del Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica en el uso posterior de tecnología nuclear en ámbitos civiles. Más sorprendente es como palabras de origen militar han acabado integrándose en nuestro vocabulario diario con un significado que se aleja de sus origines. Por ejemplo, el término moderno freelance proviene del nombre dado a grupos de mercenarios medievales conocidos como free lancers (lanceros libres) debido a que ponían sus lanzas a disposición del mejor postor. MacMillan argumenta que la guerra está llena de paradojas. “Nos inspira miedo, pero también nos fascina”, escribe la historiadora canadiense. Una de las paradojas que MacMillan no identifica explícitamente pero que el libro saca a relucir es que en la guerra frecuentemente son los civiles quienes exhiben una mayor valentía. Victor Klemperer fue perseguido por los nazis por sus orígenes judíos, sobrevivió al bombardeo de Dresden y recogió en su diario personal como la sociedad alemana vivió el ascenso y caída del Tercer Reich. Si el diario hubiera sido descubierto lo habría pagado con su vida, pero Klemperer estaba convencido de la necesidad de prestar testimonio (sus dietarios se editarían luego bajo el título “Quiero dar testimonio hasta el final”). Con posterioridad, los escritos de Klemperer han representado una fuente de incalculable valor para muchos historiadores de la Alemania nazi. La historiadora canadiense con toda seguridad no suscribiría el adagio latino Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepara la guerra). No obstante, el libro empieza y concluye con el convencimiento de la autora sobre la importancia de prestar atención a la guerra: “tenemos que conocer sus causas, sus efectos, saber cómo ponerle fin y cómo evitarla”, remarca la historiadora. En definitiva, “si quieres la paz, entiende la guerra.” El último libro de Margaret MacMillan contribuye sin duda a la noble empresa de comprender mejor como los conflictos afectan las sociedades humanas. Puedes comprar el libro en:
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