Una de mis debilidades históricas es este personaje, y desde siempre he pretendido tener alguna biografía del mismo; ahora está en mis manos una monografía magistral. El genial Cardenal Pole tuvo una ética fuera de serie, no fue corruptible y, junto a otros dos personajes contemporáneos, como Thomas Moro y el Obispo Fisher de Rochester, fue quien plantó cara a la amoral voracidad sexual y dinástica de Enrique VIII Tudor. Pero, por el contrario que los otros dos, Reginald Pole se libró de la muerte. El gran cardenal inglés nacería el 12 de marzo de 1500, en Staffordshire, y pasaría a mejor vida el 17 de noviembre de 1558, en Londres. Era primo del monarca Tudor. Fue Legado papal para la Reunificación religiosa de Inglaterra. Amigo personal de Erasmo de Rotterdam, de Pietro Bembo y del teólogo veneciano Gasparo Contarini. Fue el último arzobispo católico de Canterbury; primado católico de Inglaterra, substituyendo al anglicano Thomas Cranmer, este último quemado en la hoguera por la reina María Tudor el 21 de marzo de 1556 en Oxford. Durante tres años estudió en el continente europeo. Lo esencial de su vida es el enfrentamiento constante con el mayor de sus benefactores, que es Enrique VIII Tudor de Inglaterra. Ninguno de los dos contendientes cedería en su idiosincrasia. “Este conflicto determina su vida y trayectoria de tal manera que solo puede interpretarse a la luz de él. Sus primeros años, entregado a su formación, repartidos a partes iguales entre la Cartuja de Sheen, la Universidad de Oxford y Padua, le proporcionaron un conocimiento de la cultura clásica, lengua y pensamiento, de cuyos frutos gozaría el resto de su vida. Formación que fue sufragada por la generosidad de Enrique VIII, que le empujó a protagonizar uno de los mayores escándalos de la Historia”. Todo conllevará un cataclismo en la Iglesia Católica, y el hecho es el matrimonio desordenado entre Enrique y Ann Boleyn. A partir de ese momento nacerá una nueva forma de entendimiento con Dios Todopoderoso, que es el anglicanismo; varios católicos llenarán las filas de la nueva herejía, y algunos de los nobles serán decapitados. El Cardenal Pole, como Moro o Fisher, obedecerá siempre a su conciencia por encima del poder terrenal del monarca inglés, quien, por cierto, accedería al trono al morir el Príncipe de Gales, Arturo su hermano mayor. Los primos carnales, que hoy me ocupan, Enrique VIII y Reginald Pole se separarán sin remedio, por causa de la búsqueda de la nulidad del matrimonio entre Catalina de Aragón y el soberano Tudor. La debilidad dubitativa del Sumo Pontífice Clemente VII, muy dominado por los Habsburgo españoles, incrementó y enconó el problema. Sin solución de continuidad se exiliaría a territorios papales. Cuando regrese como Legado Papal para la reunificación de Inglaterra con la Iglesia Católica, le situará en una fuliginosa situación con el emperador Carlos V, quien estaba más por la labor de una mayor violencia. Estimo, modestamente, que soy uno de los pocos historiadores, fuera del Reino Unido de la Gran Bretaña, que tiene un interés preferente por este hombre, y por ello saludo efusivamente la aparición de este libro magnífico. En 1542 fue designado como uno de los tres delegados papales para presidir el Concilio de la Contrarreforma de Trento, y estuvo en un tris de llegar al solio de San Pedro, solo perdió por un voto para llegar a ser papa en ese cónclave. El brazo derecho del nuevo arzobispo de Canterbury será otra de las mejores cabezas pensantes de la Europa del momento, el luego primado de España, ahora enviado por Felipe II de España hasta Inglaterra, es decir Fray Bartolomé Carranza, luego injustamente perseguido con saña por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. “Católico en Inglaterra, inglés en Roma, siempre bajo la sospecha de pertenecer a los conocidos como ‘spiritualii’, murió bajo la sospecha de ser hereje; su vida es una concatenación de fracasos”. A pesar de sus esfuerzos no consiguió que el rey Tudor abjurase de sus bajas pasiones y se arrepintiese retornando al seno de la Iglesia Católica. Otro personaje coexiste con todos los anteriores, se trata de Nicolás Maquiavelo; y no existen muchas dudas de que el soberano inglés siguió las orientaciones patognomónicas del taimado monje florentino. Será otro personaje tórpido por antonomasia, Thomas Cronwell, el que aconseje al cardenal la lectura de Maquiavelo. “Y, como no puede ser de otro modo, nuestro valiente cardenal, tras analizar la obra, ofrece una valoración de ella en su opúsculo ‘Apologia ad Carolum Quintum Caesarem”. En este libro se realiza una estupenda aproximación a la vida y la obra de Pole, siendo su devenir vivencial el hilo conductor de toda la obra. Como es de rigor, en traducción sin mancha del latín, se nos aproxima al texto de su Analogía. La historia le señala como descendiente de familia regia por ambas líneas; señalando su sangre Plantagenêt como blasón hereditario importante. Como era de rigor fue destinado a la clerecía, al no ser primogénito. Sobre Enrique VIII escribió: “A causa de algunos beneficios de él hacia mí, le llegué a tener tanto afecto y veneración que nadie jamás había amado tanto a un hombre y nadie había rendido a un príncipe mayor piedad y observancia. Confieso que por su generosidad y cuidado conozco las letras y hoy puedo escribir esto, y que para mí solo de entre la nobleza inglesa cuidó de educarme e instituirme en la cultura”. Obra extraordinaria cum laude. “Timeo Danaos et dona ferentis. ET. Labor omnia vincit”. Puedes comprar el libro en:
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