Su contenido pareciera antiguo pero no por los temas aludidos, tratados, sino, acaso, por la forma de hacerlo. En variadas formas distintas se nos advierte, siempre con un lenguaje distinguido, alusivo y directo, y con una voluntad didáctica cargada, en algunos momentos, de pasajes emocionantes, de los distintos avatares con que nos mueve (o conmueve) la vida y en ello se nos revela el secreto del vivir, las razones de una cultura, la necesidad del aprendizaje, el diálogo y el bien decir para sentirse ubicado y en equilibrio en ese escenario tan sencillo (aparentemente) e inexcusable (siempre) que es la realidad.
Algo de ello se nos advierte en la presentación cuando se nos dice que las 207 consideraciones o máximas aquí recogidas “integran un recorrido panorámico maravilloso, en el más amplio sentido del término, acerca de la sociedad y los tiempos en que fue escrito” (y cuya vitalidad permanece, como bien podrá comprobar el lector) Y continúa: “En el caudal de informaciones de suma amenidad e interés que aporta se encuentra desde folklore árabe preislámico, magia, ángeles, profetas, genios y alquimia, a leyendas y cuentecillos sin precio, creencias de las distintas gentes que poblaban el califato, botánica, zoología…, en lo que acaba constituyendo un fresco incomparable de la cultura del siglo IX abasí”.
Y la didáctica se obtiene al poco: “Cierto es que las ínfulas que alberga Satán de triunfar en quienes son como tú no las tiene con otros; ni tampoco halla en otros las razones que para tal triunfo encuentra en ti” (70) En otro tenor: “Ah, tú que me escuchas, no te asombres ni pienses que soy exagerado; que si lo vieras sabrías que me quedo corto al referir sus merecimientos, pues es un hombre de naturaleza libre, generoso de raíz, plantado en buena tierra, de encomiable crianza; que se alimentó de bondades y vivió en la dicha. La educación lo refinó; la amplitud de ideas lo templó; el saber caló profundo en él (105).
En otras ocasiones, invoca de una forma educada y constructiva al necesario interlocutor, que es la forma que tiene el texto de llegar a nosotros: “Hazme saber de tu opinión tocante a la poesía que recitamos en el sueño, más bella que la cual aún no hemos oído otra ni despiertos; a la poesía que creamos en el mismo curso de la plática, al comparar unas cosas con otras, al dormir, al estar mermados o menguados de fuerzas; esa poesía cuyo autor nos es desconocido o casi, sin que pueda andar en cálamos noticia suya, ni ser felicitado o reprobado”(142) O bien: “La razón, hoy en día, es cosa peregrina; se ignora a quien la posee” (207).
En fin, como conclusión, parece inevitable la expresión de despedida: “Que Allah nos otorgue la justicia y nos guarde de agravios (…) ¡Qué excelentes son Su ayuda y su confianza!” Un texto, cabe decir, acaso, como un precedente al modo de aquellos “relox de príncipes” que circularon unos siglos más adelante en nuestra España donde se trataba de instruir a quien había de tener la potestad de hacerlo (y que poco caso hizo de ellos, a tenor de los resultados que la historia nos ha ido revelando).
‘Homo homini lupus’, reitera la historia.
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