Me sorprende la contraportada de esta magnífica y conspicua novela histórica, por el enorme error histórico, absolutamente anhistórico. “Después de una larga vida de éxitos militares y fracasos del corazón, temido y respetado por príncipes a ambos lados del Estrecho, adorado por el pueblo de Castilla, inmensamente rico, Alfonso Pérez de Guzmán encuentra un final épico en las laderas de Gaucín. Su nombre está en boca de todos, que le apodan ‘El Bueno’, por su sacrificio a las puertas de Tarifa. Su hijo y heredero, don Juan Alfonso, encumbrado por la fama y la fortuna de su padre, quiere reforzar la posición de su casa, la casa de Guzmán, componiendo un relato de la vida del fundador que elimine los pasajes oscuros, como su origen bastardo o las turbulentas relaciones que tuvo con su madre, doña María Coronel. Pero un esclavo judío con ansias de venganza va a impedirlo”. He puesto este texto, que resume la esencia genial del personaje, para indicar, de forma taxativa, que es total y absolutamente imposible que fuese un héroe de Castilla, ya que el genial paladín de la Baja Edad Media nace en la urbe imperial y real de ¡León!, por lo tanto es leonés sensu stricto. ¿Qué ocurre, que sea como sea, parece en la identidad vivencial legionense casi siempre el falso concepto hostil de Castiella? “Nace un niño bastardo en la ciudad vieja habitado por gentes nuevas. Como tantos otros de su condición, es un niño que parece abocado a sumergirse en el limbo del olvido. Pero por puro milagro, el chiquillo desamparado burla los riesgos de las calenturas y las ratas, para subir a las cimas de una gloria nunca antes alcanzada por alguien nacido en sus circunstancias. Posee una fortaleza física y espiritual extraordinaria, gracia, belleza y buena estrella”. Está claro que nace en la parte medieval grandiosa y bellísima de la ciudad imperial legionense, León; donde Alonso Pérez de Guzmán “el Bueno” nació un 24 de enero de 1256. La agilidad estupenda de la escritura del autor nos acerca, en el testimonio ficticio de un hebreo, esclavo y cronista de la casa, llamado Zag ben Yuçaf Barchilón, que se encarga, de forma absolutamente inteligente, pero con una prestancia literaria fuera de lo común, de enaltecer la figura de este noble legionense fundador de la casa ducal de Medina Sidonia, y no permitirá la manipulación presionante inevitable que está padeciendo por parte del heredero del nuevo señorío ducal, llamado Juan Alfonso de Guzmán. Este joven tiene la certidumbre, y que ha llegado a la historia por el rico pecunio y la fama histórica de su progenitor, tiene la espuria pretensión de reescribir la historia de su linaje, la forma de hacerlo será la habitual, y no es más y menos que eliminar todos los pasajes más obscuros de la historiografía paterna; uno de ellos y el más destacado será el de la bastardía original de su padre, o las relaciones tormentosas que mantuvo con su madre, doña María Coronel. El libro se fundamenta, de una forma muy inteligente, en el global de la documentación conservada por la Casa de Guzmán. La obra, estupenda, nos permite realizar un acercamiento, necesario y obvio, para poder llegar a una concatenación entre ficción y verdad histórica. “Mi nombre es Zag ben Yuçaf Barchilón y escribo por venganza. Como pastor de almas, ya sé que vos debéis amonestarme por tomar el cálamo alentado por tan bajo sentimiento. Os ruego paciencia. Espero que después de leer esta crónica logréis entenderme y perdonarme”. El libro comienza con un preludio, escrito desde la ciudad de Sevilla la vieja, en junio de 1318; es la época subsiguiente a la muerte de rey Sancho IV de León y de Castilla; en el trono imperial legionense está María de Molina y Fernando IV “el Emplazado” de León y de Castilla. Indica que se encuentra encerrado en el Monasterio de san Isidoro del Campo, en la capital hispalense, donde nos manifiesta, sin ambages, el peligro real que corre al escribir este texto. La causa estriba, como he indicado con anterioridad, en que pretende algo que vilipendia el linaje ducal. El vástago del “Bueno” tiene miedo por su vida; estoy ante uno de los mejores prólogos o preludios de la literatura histórica novelada, que he tenido en la retina de mis ojos. “Mi señor... Os lo imploro… Compradme. Me venderán por poco… Soy lenguaraz: sé leer y escribir en árabe y en el ladino de Castilla, y también en latín y en hebreo… puedo seros de utilidad. Apenas necesito comer…, casi nada… Con un mendrugo de panizo aguanto todo el día… Por favor, señor, escuchadme, por Dios os lo pido, tened piedad de mí...” Espero que en su siguiente libro el profesor Pulido Begines se documente un poco mejor sobre lo que ocurría en las Españas de esa Baja Edad Media; sobre todo concebir que no existe la malhadada y anhistórica Corona de Castilla; ya que las cortes de León y de Castilla se reúnen y legislan por separado hasta Enrique III “el Doliente”; por lo tanto la historiografía correcta es precisa. Sea como sea, esta novela-histórica y su autor forman parte de esa abundante pléyade de escritores, que se dedican fehaciente y con un interés preeminente a completar lo mejor posible, y siempre de forma notable o sobresaliente, la historiografía que utilizamos los que, como un servidor, nos acercamos de forma profesional o rigurosa a la HISTORIA con mayúsculas, lo cual sería imposible de realizar sin la novela-histórica que se realiza actualmente. Por consiguiente, recomiendo vivamente, y sin ambages, este libro que deseo que obtenga, y merece, los mayores parabienes. Recomiendo la lectura del esclarecedor epitafio del noble leonés Guzmán “el Bueno”, sito en la página 455. ¡Magnífico! “Populi romani est propria libertas”.
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