No solo, entiéndase, son las obras propias de Fray Luis las que se nos ofrecen aquí, en este libro siempre cuidando el esmero editorial, sino las traducciones de autores sagrados y profanos y, también, imitaciones de autores profanos. Un compendio natural y a la vez exquisito en cuanto que el poeta propio, por sí, toma de otros autores para re-crear la voz poética. Valórese, tal vez, aquí, la transmisión de una forma de belleza de carácter místico, la belleza literaria y enriquecedora elaborada por otros. Pero belleza al fin, mensaje ético y estético (En este sentido, y sin alejarnos de la figura de Fray Luis, es recomendable aludir a un libro reciente, de título subyugante: ‘Jardines, palacios y moradas espirituales en la España de los siglos XV y XVI’, de la autora Dominique de Courcelles, donde comenta con riqueza de ejemplos cuánto ocupó el Cantar de los Cantares a autores españoles –y nuestro agustino fue buena muestra de ello, sino también san Juan de la Cruz y la propia Teresa de Ávila, sino también Petrarca, Marsilio Ficino o el propio León Hebreo. Se trataba de establecer fundamentalmente la asociación amado-amada como vinculo figuración místico-religiosa). Estamos, una vez más (muy adicto a la riquísima tradición de la poesía mística española) ante un discurso espiritual que toma su fundamento de la naturaleza (donde la verdad se disimula en lo oculto, según Heráclito) y del tiempo. Y, por comparación natural, se deriva la didáctica de la vida en su ‘lógica’ derivación, en su lógico destino como camino y aspiración espiritual: “Con paso presuroso/ se va huyendo, se va huyendo, ¡ay, Póstumo!, la vida;/ y, por más religioso/ que seas, no dilatas la venida/ a la vejez, ni una hora/ detienes a la muerte domadora” El fin está marcado (¡qué hermoso, aquí, el recuerdo y memoria de los versos de Manrique!), pero en la aceptación está la humildad y la buena promesa de la gloria cerca de Dios. Libre de lo terrenal: “Y que dejes muy presto/ la casa, tierra, y la mujer amada;/ y que solo, funesto,/ el (‘oscuro’) ciprés te acompañe en la jornada,/ solo de todas cuantas/ plantas, para dejar, en breve, plantas”. La vida de un hombre trazada con rasgos de naturaleza cuyo bien oculto reside en la proximidad divina, su consumación. Una manifestación de amor. Poesía, aquí, es comprensión de la naturaleza, el paisaje de todos los seres vivos, la obra de Dios. Y la palabra elegida por la imaginación creadora humana prolongaría así el poder que tiene la naturaleza de crear formas. “Porfirio explica –sostiene la citada Dominique de Courcelles- que el alma humana está envuelta en el cuerpo sutil de la imaginación” Ello como poética, como alusión siempre, a la hora de considerar la obra de nuestro fraile, pues “en sus excelsos versos se armoniza la cultura clásica, la sabiduría bíblica y la elocuencia cristiana”. No ignoremos, no obstante, que el poeta fue encarcelado por su traducción del Cantar de los cantares (canto de amor en lo más prístino, como viene demostrando la investigación y estudio más recientes). Aquí estaríamos también ante un ejemplo de la imitación de los autores profanos al romance. Leemos en la introducción, “en este cancionero reconocemos una voz propia que sigue la sutileza de la poesía latina para dignificar la lengua romance”. Sutil herencia que hoy, en los mismos bancos de la universidad de Salamanca donde enseñó Fray Luis, queda todavía en el espacio sobrio, en la madera natural de sus bancos, de su aula, como un resabio de verdad y sencillez. Discurso emotivo de amor que, si bien fruto de imaginación, también delata la implicación en un discurso de verdad y trascendencia que, leído en su parte más espiritual, nos remite a un contenido poético de trascendencia que hizo de la mística española uno de los referentes universales de valor ético y estético más influyentes en la literatura universal. El contenido de este libro está muy bien transmitido en su organización y edición por parte del profesor Palomares. Puedes comprar el libro en:
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