Así se nos presenta de la mano de Louise Glück el final de un viaje, que no de una vida, pues ésta se transforma en los sueños que mueven el mundo. Un lugar atribulado por sensaciones encontradas y expulsadas desde el corazón que sangra una vida llena de vidas. La noche, los silencios y los sueños mueven con fuerza el devenir de este poemario cargado de enigmas sobre la existencia; un poemario donde el viento, la niebla y los cementerios no son más que la expresión física del alma poética y sus aristas. Alma que se expresa en forma de prosa poética a veces, y que en otras ocasiones, es el filo de la navaja que separa el día de la noche, la luz de las sombras, el miedo de la muerte, la esencia del tiempo y el cambio, porque como muy bien expresa Glück en uno de sus poemas: «Pero si la esencia misma del tiempo es el cambio,/ ¿cómo puede algo convertirse en nada?/ Esta era la pregunta que me hacía». Ahí, por ejemplo, es donde nace el determinismo del poema Párabola; un poema en el que la poeta nos habla de la lucha que manifestamos contra el día a día, su desidia, y sus constantes problemas. Cambios a los que tratamos de ahuyentar con puros y genuinos propósitos que nunca llevamos a cabo, pues a fin de cuentas, el viaje para algunos es ir caminando a través del día y la noche, aunque para otros, suponga la posibilidad de que le sea revelada la existencia soñada.
Noche fiel y virtuosa representa también a esos ecos de la infancia y a los recuerdos de toda una vida, aquellos que por muy inestables que nos resulten, siempre regresan a nuestro lado a lo largo de la noche; una noche fiel y virtuosa que, en Una aventura, nos habla del amor y de esa esperanza que nunca se pierde por más que renunciemos a él. Una renuncia que también hace referencia a la poesía, pues en este caso, esa renuncia surge de aceptar el ineludible paso del tiempo que todo lo puede, por mucho que cada día visualicemos nuevos territorios. Espacios y lugares donde surgen los reencuentros con los familiares muertos y con ese diálogo que nada más que se establece camino de la muerte (la propia). Esos diálogos que, con forma de despeñaderos, no se vinculan a un final por más que éste se intuya; y sí con nieblas y sombras que nos acompañan hasta el nuevo día, justo cuando nuestro sueño acaba. Algo que sucede en el poema que da título al libro, y que se alza como una metáfora sobre la salvación que al niño le supone escuchar a su hermano leerle un libro sobre el rey Arturo; un libro a través del cual es capaz de percibir e instalarse su propio mundo. Un mundo de niño alejado de sus padres. Y donde el recuerdo del cumpleaños es el de los padres y sus ausencias, apenas atenuadas por la tía y el hermano. Un poema, donde una vez más, el paso del tiempo se convierte en una losa de los recuerdos.
El viaje que nos propone Louise Glück recae en su parte final sobre su propia muerte, tal y como podemos leer en Paisaje aborigen, donde asistimos a la huida de una vida que busca primero al padre, luego a la madre y después a la hermana y a la prima. Y donde el tren que no se mueve representa todo aquello que ya no podemos cambiar. Una transformación que sí tiene un retorno hacia la infancia en El ciclo blanco, donde la voz poética del pintor viaja, cambia de lugar, pero no de tiempo. Tiempo cercano a la muerte. Aquí el artista pinta lienzos en blanco que para él simulan a un niño pequeño y a la oportunidad de volver a empezar. Oportunidad que no se produce porque siempre aparece la muerte. Una muerte que se cuela en una noche fiel y virtuosa. Una noche que representa la esencia del tiempo y el cambio.
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