El 30 de enero de 1933 los nacional-socialistas están en el poder en Alemania; le han ganado por la mano a los comunistas-bolcheviques alemanes, que pretendían lo mismo, tratando de crear un espejo del genocida y criminal estalinismo en la patria de Johann Sebastian Bach o Wolfgang von Goethe o Ludwig van Beethoven o Friedrich Nietzsche. En esos años-30 existen diversos movimientos de corte totalitario, que pretenden un enfrentamiento contra los regímenes liberales-democráticos surgidos tras la Primera Guerra Mundial, desde 1914 a 1918. Desde las Españas hasta Rumanía o Hungría, pasando por la Italia de Benito Mussolini, desde 1922. La Alemania de Hitler con la ayuda antagónica de la URSS de Stalin crearon las condiciones del terrorífico enfrentamiento mundial, que se llevó por delante a cerca de 60 millones de seres humanos. Lo que realmente sorprendió, en su época, como fue que de aquel minúsculo grupúsculo salió todo el monstruo posterior, que se llevó por delante a gran parte de los seres humanos de su momento histórico, dejando unas heridas difícilmente cicatrizables.
Una parte importante de la sociedad alemana del momento miró para otro lado, y otra apoyó o se afilió al movimiento. La oposición no fue escuchada, incluso los que se dirigieron hasta el Reino Unido fueron burlados. Estamos ante un régimen que creó toda una estructura criminal, desde el propio gobierno, donde se burocratizó el asesinato de la oposición y, de los que los nazis denominaban como infrahumanos, como eran los judíos, gitanos, eslavos, etc. Los católicos no encontraron una dirección clara desde El Vaticano, pero así y todo se opusieron, hasta tal punto que Martin Bormann dijo aquello relativo a ocuparse de los católicos cuando acabasen con los judíos. Los nazis ya hicieron un ensayo La Noche de los Cristales Rotos asesinando a altos dirigentes del catolicismo o de Cáritas. La eliminación, el Holocausto, de millones de seres humanos se realizó como si de un listado de eliminación de plagas se tratase. “Tras el final de la Primera Guerra Mundial, las potencias vencedoras impusieron a Alemania un tratado de paz con unas cláusulas draconianas en lo económico, traumáticas en lo territorial y, no menos importante, humillantes para el sentido de identidad nacional, así sentidas al menos por amplios sectores ideológicos desde conservadores a socialistas pasando por los liberales. La capitulación vino acompañada por un cambio político y social que trastocó los fundamentos del país”. El imperio de los Hohenzollern fue substituido por una democracia republicana generadora de esperanzas, con mayores cotas de libertad, incremento de la participación política de/y/para todos los germanos, incluyendo a las mujeres, de esa primera mitad del siglo XX. Los obreros reivindicaron sus derechos y, de momento, se afiliaron al SDP. La justicia social se incrementó.
Pero, desgraciadamente, se produjeron intentos revolucionarios, contra la capitulación de 1918, que lo que crearon fue en sentido contrario; ya que insuflaron esperanzas a grupos autoritarios y reivindicadores de la Gran Alemania. Acogiéndose al luteranismo antijudío de la conspiración judeo-bolchevique, quizás viendo a un judío de apellido alemán, como Lev Bronstein “Trotsky” en la cúspide de la revolución soviética. Sobre todo ello influyeron las diversas crisis económicas mundiales, que ahogaron a una Alemania endeudada y empobrecida hasta límites insospechados. En primer lugar se produjo una hiperinflación alemana en 1923; la segunda mundial fue en 1929 y el paro obrero fue masivo. “En este escenario, la ciudadanía acabó echándose en brazos de los profetas de la palingenesia de la patria, de los demagogos nacionalistas que prometieron resarcir de un plumazo el orgullo nacional mancillado y conducir el país a glorias ignotas”. De todo ello se aprovechó el NSADP; que bebía de la tradición nacionalista alemana y antihebrea denominada VÖLKISCH, que se puede traducir como una especie de idea, típicamente germánica, nacida en el Romanticismo alemán del siglo XIX, e imbricada en lo folklórico o popular.
El periodista socialdemócrata alemán, que finalizó su vida en Auschwitz, Kurt Heilbut, criticó ácremente a los obreros alemanes, por haberse acercado al nacionalsocialismo con afecto más que emotivo; y, por supuesto, que es cierto el aserto de Heilbut, pero lo que es preciso contemplar prístinamente es que existía un grupo de izquierdas entre los nazis, asesinados La Noche de los Cuchillos Largos, Gregor Strasser (se puede leer su trabajo sobre El Valor del Servicio) y Ernst Röhm entre otros, que fueron eliminados porque al capital alemán, volcado en el apoyo a Adolf Hitler le estorbaban taxativamente. Escribió Gabriele Tergit (1894-1982): “Los nazis están aquí. La mentira está aquí”. Hitler y sus secuaces, con ese paradigma de la mentira como Joseph Göbbels, nunca ocultaron las líneas maestras de su proyecto. Fueron diáfanos y nítidos. Como lo es esta obra estupenda, sin ambages, que recomiendo vivamente a tanto ignaro que pulula en las sociedades del primer mundo. “Nobis cum semel occiderit breuis lux”.
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