Hay un dicho que afirma que así como los mejicanos descienden de los aztecas y los peruanos de los incas, los argentinos descienden de los barcos. Ha sido tanta la mezcolanza de inmigrantes, que es lógico que todas las cosas que identifican a los argentinos no hayan nacido en el Río de la Plata. Han sido incorporadas, o más bien apropiadas.
Un ejemplo es el che, que algunos atribuyen a los inmigrantes valencianos, otros centran el foco en los aborígenes patagónicos (mapu che se traduce como gente de la tierra) y otros reconocen que fueron los guaraníes los donantes (che sargento, che amigo). Pero con ese arte que tienen los porteños y sus vecinos, el che se digificó, se universalizó y es una de nuestras principales señas de identidad, y si no, aquí va un ejemplo.
Che, papusa, oí/los acordes melodiosos que modula el bandoneón;
che, papusa, oí/los latidos angustiosos de tu pobre corazón;
che, papusa, oi/ cómo surgen de este tango los pasajes del ayer…
Si entre el lujo del ambiente/ hoy te arrastra la corriente/ mañana te quiero ver…
Pero es imposible obviar el resto de este tango de Cadícamo y Matos Rodríguez:
Muñeca, muñequita que hablás con zeta
y que con gracia pasta batís miché;
que con tus aspavientos de pandereta
sos la milonguerita de más chiqué;
trajeada de bacana, bailás con corte
y por raro snobismo tomás prissé,
y que en un auto camba, de sud a norte,
paseás como una dama de gran cachet.
Milonguerita linda, papusa y breva,
con ojos picarescos de pippermint,
de parla afranchutada, pinta maleva
y boca pecadora color carmín,
engrupen tus alhajas en la milonga
con regio faroleo brillanteril
y al bailar esos tangos de meta y ponga
volvés otario al vivo y al reo gil.
¡Qué grande! Otro es esta Muñeca brava, de Cadícamo.
Che, madam, que parlás en francés/ y tirás el dinero a dos manos,
que cenás con champán bien frappé/ y en el tango enredás tu ilusión,
sos un biscuit de pestañas muy arqueadas,/ muñeca brava bien cotizada.
¡Sos del Trianón… del Trianón de Villa Crespo…/che, vampiresa, juguete de ocasión!
Como se vio en el primer tango, los argentinos, tan melosos y franeleros, gustan nombrar a las minas con cosas del estómago. Pero más que con un bombón, comparan al amor deseado con el tubérculo más básico que puede haber, la papa. Quizás se deba al hambre que pasaron sus antepasados inmigrantes. Por ejemplo Pobre paica, de Contursi.
Mina que fue en otro tiempo/ la más papa milonguera
y en esas noches tangueras/ fue la reina del festín…
Hoy no tiene pa´ ponerse/ ni zapatos ni vestidos,
anda enferma, y el amigo/ no aportó para el bulín.
Hoy no tiene quien se arrime/ por cariño a su catrera.
¡Pobre paica arrabalera/ que quedó sin corazón!
O Pompas, de Cadícamo.
Pebeta de mi barrio, papa, papusa,
que andás paseando en auto con un bacán;
que te has cortado el pelo como se usa
y que te has teñido color champán.
En los piringundines de frac y fueye
bailas luciendo corte de cotillón;
y que a las milongueras, por darles dique,
al irte, con tu camba, batís hallow.
Pero si la mina lo deja tirado, guarda. Esta noche me emborracho, de Discépolo.
Sola, fané, descangayada,/ la vi esta madrugada
salir de un cabaré;/ flaca, dos cuartas de cogote
y una percha en el escote,/ bajo la nuez;
chueca, vestida de pebeta,/ teñida y coqueteando
su desnudez, /parecía un gallo desplumao
mostrando, a compadrear,/ el cuero picoteao;
yo, que sé cuando no aguanto más,/ al verla así, rajé
pa´no llorar.
….…….
¡Mire si no es pa´suicidarse/ que por ese cachivache
sea lo que soy!
Pobre flaca. Otra muestra es ¡Qué querés con ese loro!, de Romero y Delfino.
Me han contao que te engrupió una bataclana
con las orejas muy pintadas de azulao,
flaca y lunga, un vestidito de bananas
y una tirita sujetando el estofao…
¡Y me has cambiao,/ gran desgraciao,/ por ese escuálido loro!
Te has agenciao/ un bacalao/ con un perfil de llobaca…
Ya te has armao…/ Tené cuidado/ y escabullí tu tesoro,
¡que es tan fiera, huesuda y fulera,/ la ve la perrera y… adios!
Como puede ver el lector, el Río de la Plata es una fuente permanente de enriquecimiento de esta maravillosa lengua que nos llevaron los españoles. En los últimos años estamos empeñados en devolverles el favor.
Andrés Montesanto. Médico, escultor y escritor argentino residente en Málaga. Su novela “Buscando a Elena” está escrita en rioplatense y lunfardo.