La soledad, el mar (y la soledad del mar), el lento y monocorde pasar del tiempo, la piedra, las hojas, el viento, el cielo, la luz que llega y se desvanece, la duda y también la nostalgia describen al escritor que era cuando le fueron otorgadas estas palabras y prefiguran el que llegará a ser.
La intimidad alumbra cada página, los silencios fluyen y dibujan un microcosmos personal que late entre los espacios de las letras, generando ondas que alcanzan el pasado y el futuro y se dispersan como cenizas al frío aire de una larga noche.
Y luego está la lluvia. La lluvia que todo lo impregna: física e irreal a un tiempo, serenamente grávida y eterna, que se dirige a nosotros, a través de Ricardo (compendio de un norte que parece soñado), en su secreta y elemental lengua.