Todas esas referencias literarias están vinculadas a creencias reales. Existía, en efecto, contrapuesta a la religión oficial del Imperio Romano —representada por la Tríada Capitolina— otro culto, clandestino y penalizado con la muerte: un culto vinculado a la Tríada Infernal. Esta tríada estaba formada por los siguientes dioses: Plutón (Hades), Proserpina (Perséfone) y Hécate; divinidades a las que se solía invocar para realizar conjuros amorosos, defixiones (maldiciones) y resurrecciones de muertos, principalmente.
En el caso de las defixiones, por ejemplo, solía utilizarse un muñeco de barro o cera al que se le clavaban agujas o bien una tablilla de plomo con una maldición escrita que se solía echar al interior de un pozo. Cualquier filólogo clásico valora muchísimo estas maldiciones como fuente primigenia de conocimiento del latín vulgar, el latín real que utilizaba el vulgo supersticioso.
Lo curioso del caso es que —a pesar de ser tan abundantes las referencias literarias históricas y arqueológicas sobre la brujería y la magia negra en la antigüedad clásica— este tema apenas ha tenido repercusión alguna en las novelas históricas actuales ni en los péplums cinematográficos. Y es que, por mucho que para los expertos en la Antigüedad este tema sea sobradamente conocido, para el gran público sigue permaneciendo sumido en la oscuridad.
Me llamo Joel y acabo de publicar Nocturnalia por Espasa (Grupo Planeta) una novela en la que intento mezclar el género histórico con el fantástico teniendo en cuenta todos estos elementos sobrenaturales que acabo de explicar más arriba. En Nocturnalia el lector encontrará escenas épicas basadas en la Historia Augusta de Vopisco (como la conquista de Palmira), pasiones amorosas desmedidas, y descripciones fidedignas del mundo romano; todo ello mezclado con los elementos sobrenaturales y la magia negra creada por magos y brujas para sus oscuros fines.
Joel Santamaría Matas, escritor y profesor de literatura clásica y universal.
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