El príncipe Harry ha venido sin su churri al funeral de su abuelo. Meghan no le ha dado opción. “Mira cari –le ha dicho- estoy súper liada y mega embarazada, vas tú solito que ya sabes por dónde me paso yo a la Casa de Windsor”. La que manda es ella. Eso se nota mucho en una pareja. Eso y otras cosas, también.
Pero a Harry le compensa porque está hiper enamorado. Hiper, mega, súper, o sea, que se le hace el culo azucarillos con ella. No como su hermano Guillermo, que pasa mazo de la dulce Kate Middleton, pero esa es otra historia. Las bodas de príncipes con plebeyas son un mal negocio. Sobre todo para los príncipes. El plebeyo siempre será plebeyo con esa oscura inquina que tenemos los plebeyos hacia los ricos en general y hacia los aristócratas en particular.
Las clases sociales van a existir siempre. Y el que diga lo contrario miente y se compra un chalé en Galapagar. Yo no te miento. Es verdad que me jode ser plebeya, pero respeto las jerarquías. “Te quejas de vicio”, decía mi madre cuando exigía yo mis elementales derechos de niña proletaria (un beso amá). Menos mal que los ricos también lloran y se frustran. Pero cuando se frustran mucho, se consuelan con una de sus amantes. Cuenta Jaime Peñafiel que el incendio en el castillo de Windsor pilló al duque de Edimburgo en Buenos Aires encamado con la madre de su nuera Sarah Ferguson. La vida loca de los ricos, tío. Pero que les quiten lo bailao.
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