Don Mario paseaba amparándose en la sombra de los álamos. El sol reberberaba en las aguas del riachuelo. Las tardes del estío invitaban a la meditación.
Aquel dia, sin embargo, su mente transitaba senderos tortuosos. Las dudas habían marcado su vocación y a pesar de los rezos y las súplicas a Dios, estas se iban ensanchando.
Angustiado, comprendió que la fe no era suficiente, que al descorrer los velos se le ofrecia una dimensión distinta, más diáfana. Si la ignorancia produce falta de luz, ¿ Adonde le llevaria el conocimiento ?- Porque había empezado a leer a los clásicos espirituales, pero también a pensadores contemporaneos, en los que iba descubriendo otros caminos.
Don Mario entendió que en un universo tan inmenso, no podemos ser el centro ni tampoco los únicos, que el macrocosmos y el microcosmos se rigen por las mismas leyes y el hombre nunca podrá escapar a este orden. Pero siempre, sus elucubraciones le llevaban a Dios.
Y dónde situar el papel de los avatares? ¿ cómo entender la labor de Jesús o Buda, Moises o Mahoma ? ¿Fueron revolucionarios políticos o guias espirituales ? . Don Mario tenía sed de conocimiento.
Después sonrió con tristeza al pensar en Genoveva. La amó con desesperación, de una forma blasfema al anteponerla a la santísima madre de Jesús.
Recordó cuando en la sacristía y de rodillas la declaró su amor, como una enfermedad incurable, arraigada en su corazón. Genoveva también amó su pecado. En la ermita yacieron cual dos llamas de una misma pira.
Javier, el marido agraviado, notó algo extraño en el comportamiento de su mujer y decidió vigilarla. Mal heridos, Mario logró huir dejando a Genoveva desangrándose.
¿Había actuado como un corazón hecho hombre o como un traidor a los sagrados principios sagrados y religiosos ?- Siempre el eterno dilema.
Las dudas anidaban en su corazón depositando huevos negros y pesados.
Apartado cautelarmente del ejercicio de los sacramentos, pasaba sus dias en la carcel de su cerebro luchando entre la carne y la virtud. Y aunque pensaba que se podia ser virtuoso en la carne, su cociencia se hacía nudos que le llenaban de infelicidad.
Ya en el hospital siquiátrico donde el obispo le confinó, Don Mario rumiaba sus angustias,mientras se iba ensanchando su inestabilidad.
Dormía poco y se despertaba sobresaltado y en sus sueños y en sus vigilias siempre aparecia Genoveva atrayéndole con su mirada arrobadora. Esta obsesión fue apoderándose de sus células. Llegó un tiempo en el que no pudiendo reprimirse clamaba con voz desgarradora: Genoveva, Genoveva...
Los demás reclusos, al oir aquellos lamentos, se quedaban quietos y con el corazón encogido. Algunos repetían a coro, Genoveva, Genoveva...