Tras estrenar y protagonizar con éxito El jardín de los cerezos, su obra soñada, María se encontrará a la salida del teatro con un hombre del pueblo perdido en la España profunda en el que se crio. Rafael, o Rafaelín, al que en un principio no reconoce a pesar de todo lo que, sin saberlo, le tendría que agradecer, ha venido a anunciarle la muerte de su padre, Teodoro, con el que hace años y por decisión propia no tiene ninguna relación. La noticia le coge de improviso y en un primer momento duda en ir al funeral al día siguiente por miedo a tener que afrontar unos orígenes a los que por orgullo había preferido no regresar. En ese viaje a su infancia, por el que valientemente opta a la postre, María podrá, por fin, aunque quizás demasiado tarde, entender las decisiones que a lo largo de su vida unos y otros tuvieron que tomar con el único afán de protegerle, así como enfrentar el dolor por no haber sabido perdonar al que le quiso tanto, su padre, un personaje cuya desgraciada existencia desgarra al lector por dentro y cuyo amor sublime por su hija le redime de un pasado que cada cual lo adorna como quiere, salvo cuando no hay cómo hacerlo, porque todo él ha sido un error.
La historia, magistralmente estructurada por Lahoz, se enmarca en dos escenarios claramente diferenciados que contrastan y chirrían entre sí: el de la España rural del hambre, la podredumbre y la miseria y el de la Barcelona luminosa de la abundancia, los restaurantes y las tiendas, que es Jauja a ojos de los que viajan en mula, siguen instalados en el trueque y tratan de sobrevivir con el pillaje a la espera de irse a servir o a trabajar en la construcción, en el mejor de los casos, a la gran ciudad. Desde la oscura década de los 50 hasta el año 2017 el lector irá asistiendo, con idas y venidas en el tiempo, a los cambios políticos y sociales de nuestro país mientras, de la mano de un coro de personajes perfectamente delineados psicológicamente, va deshaciendo el ovillo y desvelando los secretos de una familia que para María no era más que sinónimo de neblina, de patraña, de migaja como las que se desperdigaban por el mantel y que se empeñaba en deshacer con los dedos.
Con Los Baldrich, La estación perdida, Los buenos amigos (mi preferida) y ahora Jauja, el catalán Use Lahoz, en mi opinión un auténtico fenómeno de la escritura, vuelve a demostrar la potencia de una prosa que más que narrar, grita, y cuyo eco retumba en los oídos hasta mucho tiempo después de cerrar la última página de cada una de sus historias inolvidables.
Jauja es, en definitiva, una tristísima y conmovedora reflexión sobre la fuerza del perdón, el alcance de la mentira y el valor de la familia que ahonda en la importancia de asumir de dónde venimos para afrontar lo que somos, porque al menos una vez en la vida hay que mirar a la verdad cara a cara.
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