Vino al mundo el 30 de Marzo del año 1900, en Paniza (Zaragoza), uno de los más genuinos pueblos del Campo de Cariñena, a decir de Ildefonso Manuel-Gil, poeta de ese mismo pueblo, muy cercano a Fuentetodos, en el que naciera Goya, como si los dioses destinaran a los personajes más lúcidos, clarividentes y tesonistas esas tierras aragonesas en donde también nació Luis Buñuel, o el científico Julio Palacios, del mismo pueblo de María.
Como bien apunta la archivera Pilar Faus sobre la familia de María Moliner: el padre pertenece a ese tipo tan valioso de médico liberal decimonónico que pronto se pone en evidencia. Primero haciendo que sus hijos se eduquen en la Institución Libre de Enseñanza, después procurando que las hijas, al margen de la tónica general española con respecto a las mujeres, estudien una carrera universitaria.
Si bien es cierto lo que dice Pilar Faus, no lo es menos el hecho de que el padre: Don Enrique Moliner abandona a los suyos cuando María Moliner tiene solo doce años. Mi madre tuvo que sacar adelante a la familia dando clases particulares de latín, de matemáticas, de lengua…, asegura su hijo Fernando Ramón Moliner, tiempos difíciles como de novela de Dickens. Esto es fundamental en el desarrollo de la personalidad de mi madre.
En efecto, la niña María, desde esa temprana edad es consciente de que ha de ser ella quien tire del carro familiar, a pesar de no ser la mayor de los hermanos. Su vida se fragua, desde el principio, en el crisol de la dificultad.
Para los escépticos con respecto a la formación lexicográfica de María Moliner, convendría anotar el dato de que, desde la edad de 16 años, y hasta la de 21, ella desarrolla un trabajo en el Estudio de Filología de Aragón, alternando esta actividad con su bachillerato y luego con su carrera universitaria. En las actas del EFA, consta: continúa la comprobación de papeletas del Diccionario Castellano Oficial (EFA 1915-1930, 13 de Agosto de 1917) . Ese Diccionario castellano oficial, no es otro que el de la RAE, del que hicieron en la EFA una revisión de la edición de 1914, en la que la joven María Moliner participó. La he tenido como secretaria en el Estudio de Filología de Aragón que he dirigido desde 1915 a 1925, donde ha trabajado conmigo en la formación de papeletas para un diccionario de voces aragonesas, ya acabado y pendiente de publicación, declara Juan Moneva Pujol, director del EFA.
Sin embargo a la hora de elegir especialidad en su carrera de Filosofía y Letras, se ve abocada a la de Historia: única por aquel tiempo en la Universidad de Filosofía y Letras de Zaragoza. María, que seguramente se hubiera decantado por una rama más en consonancia con su trabajo lingüístico, no tuvo otra opción. Pero, sin duda aprovecha esta circunstancia, porque existen en esa especialidad de Historia, una serie de asignaturas, como la Paleografía, Numismática, etc.. que le van a ser muy útiles para preparar su oposición al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Aprueba brillantemente esta oposición, nada más acabar su carrera de Filosofía y Letras, que completa asimismo con Premio Extraordinario.
La Oposición obtenida la lleva por los senderos de los Archivos y las Bibliotecas, un camino que ella irá jalonando con logros sucesivos y constantes: la creación de 115 bibliotecas en la provincia de Valencia, la edición de un Plan de Bibliotecas del Estado, la Dirección de la Junta de Intercambio y adquisición de libros, la participación en la fundación de la Escuela Cossío de Valencia, etc, etc…
Pero su inquietud lingüística yacía en el fondo, en ese lugar recóndito de la infancia donde se tejen las vivencias más queridas, al lado de sus amados maestros de la ILE, de su querido Américo Castro quien en la redacción que les encargara tras una excursión a Toledo, le subrayó a ella una frase que despertó sus inquietudes lingüísticas. Así se lo confesó ella a Carmen Castro en una entrevista.
Curiosamente, nada dijo en esa entrevista, como tampoco habló nunca a sus hijos y familiares, de su trabajo desde 1916 a 1921 en el Estudio de Filología de Aragón. Nadie tuvo ocasión de preguntarle entonces el porqué de la ocultación de ese hecho, sencillamente, porque se ignoró mientras ella vivía. Fue la investigadora aragonesa Pilar Benítez Marco quien en el año 2010 publicó ese dato tras bucear en los archivos del EFA.
¿Por qué esa ocultación por parte de María Moliner de un hecho tan significativo? Algunos dicen que, en pleno franquismo, tal revelación podría haberla comprometido. Pero dicha razón no se sostiene, porque esos años: (1916-1921), son muy anteriores a la República. Y por otra parte, el Director del EFA: Juan Moneva Pujol era un hombre muy conservador, que testimonió además en favor de María en la época de su depuración.
Lo que está fuera de toda duda es que María Moliner quiso dejar muy claro que D. Américo Castro, fue persona clave en su amor por las palabras. Él, a través de esa “corriente subterránea”, a la que se refería Freud: de maestro a discípula, fue quien le insufló esa vena lingüística, que le hizo permanecer durante 15 años ejerciendo de lexicógrafa practicante, a los pies de su querido Diccionario de uso del español. A ella solo le preocupaba el trabajo bien hecho ─ bien poco la alabanza o la crítica─ y de ello da fe en la Presentación de su Diccionario, considerado por muchos expertos como una pieza maestra de lexicografía.
El final cierra el perímetro vital de esta mujer que, desde el principio, lo dio todo por transmitir la cultura. Su entrega fue tan total que, al final, su mente se quedó vacía. Permaneció en activo rellenando fichas para futuras ampliaciones de su DUE, hasta el último momento, atestigua su hija, hasta que ya no era capaz de dibujar las letras. La vida se le fue yendo de las manos.
Y curiosamente murió, a finales de Enero de 1981, con 80 años: en otro año cero de su vida, justo al comienzo de su última década, poco antes del aniversario de su nacimiento: el 30 de Marzo de 1900.
©Hortensia Búa Martín
Autora de: “María Moliner: la luz de las palabras”
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