Nelly es una mujer corriente de pueblo ya mayor, llena de demonios simples y embromada por la salud, es decir, con una mezcla de achaques de la edad y, a mi modo de ver, un principio de demencia senil, a la que, tras un accidente doméstico, obligan a trasladarse a la ciudad, ella cree que provisionalmente, para dejarse cuidar por su hijo, Mauro, al que directamente no soporta, y la pareja de éste, el guapo y solícito Daniel, que esconde un oscuro pasado. La mujer, que no para de quejarse desde que pone un pie en el autobús, al principio no encaja en la nueva vida que le han forzado a tener, a pesar de que la anterior no podía haber sido más plana y gris, y nos trasmite, regodeándose, su aburrimiento vital y su angustia ante la proximidad de la muerte en unos larguísimos monólogos ácidos y amargos no exentos de comicidad. Sin embargo, y a pesar de su vejez, Daniel acabará despertando en ella un deseo sexual que creía muerto y enterrado y que le impulsará a tomar las riendas y protagonizar el papel estelar de su vida, sin entrar en más detalles para no estropear la trama.
Santiago Loza ha publicado ésta, su primera novela, pero afortunadamente no la última, con 46 años, si bien el afán por escribir le viene desde la adolescencia, cuando estudiaba en un colegio religioso e iba para cura. Sin embargo, en las carteleras porteñas, sobre todo en las salas alternativas, no es difícil encontrar títulos de este prolífico dramaturgo y guionista cordobés que, al igual que Nelly, nos dice a través de un trabajo que destila la melancolía del tango, Nada del amor me produce envidia o La mujer puerca son algunas de sus obras de teatro más conocidas, justamente lo que no queremos escuchar.
A mí me ha llegado directamente al corazón El hombre que duerme a mi lado, ha logrado sacudirme por dentro y estoy segura de que no seré la única persona que tras leer esta magnífica novela se quede pensando en un texto a veces soez y otras delirante de un creador atrevido y transgresor cuya protagonista es tan mala u honesta, según se mire, como para llegar a decir de su propio hijo que es un pesado en plena realización.
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