El almohadismo se expandió rápidamente a costa de los almorávides, que gobernaban en el Magreb y en al-Andalus. A la muerte de Ibn Tumart, Abd al-Mumin, su sucesor, consiguió que los almohades tomaran el poder en Marraquech a mediados del siglo XII. Una vez que tuvieron el Magreb bajo su control, no tardaron en cruzar el estrecho para ocupar al-Andalus, donde la población estaba hastiada con el gobierno almorávide, e incluso había quien solicitaba ayuda para frenar los avances cristianos.
Los almohades impusieron su doctrina en las tierras musulmanas de la península y a cambio ofrecieron la promesa de defender las fronteras. Como último paso en su expansión y consolidación, cuando su gobierno estuvo asentado militar y políticamente, los almohades rompieron con el califa Abbasí de Bagdad y proclamaron su propio califato. Con este paso resquebrajaban la tradicional unidad de los musulmanes que, con independencia del emir que los gobernara, reconocían a un único líder religioso. Aquella decisión desató las iras de muchos andalusíes. Sin embargo, la falta de organización y de ejército propio les obligaba a someterse a los invasores. Al menos, los africanos garantizaron su protección. La defensa del territorio se convirtió en el argumento principal para su legitimación y mantenimiento.
Pero todo cambió en 1212, cuando el califa al-Nasir perdió estrepitosamente la batalla de las Navas de Tolosa. Lo único que mantenía al-Andalus fiel a los almohades, resultó pulverizado bajo los cascos de los caballos cristianos. A partir de aquella fecha comenzó un periodo de inestabilidad que fue aprovechado por varios líderes para fundar emiratos propios, en un intento del pueblo andalusí por tomar las riendas de su propio destino. Este proceso, conocido como “terceras taifas”, desembocó en la fundación del emirato nazarí de Granada. En el Magreb, los almohades también estaban condenados a desaparecer, aunque todavía les quedaba algo de poder como para mantenerse durante un tiempo.
A grandes rasgos, ésta es la evolución del almohadismo a nivel político y militar, pero me interesa analizarlo desde otros puntos de vista. ¿Cómo los veían los demás musulmanes? ¿En qué se fundamentaba la doctrina almohade?
Para comprender esta doctrina hay que analizar dos conceptos fundamentales: tradición y costumbre. La tradición se refiere a las fuentes originales del islam, a la verdad revelada y a los hechos del Profeta. La costumbre consiste en el conjunto de normas y características propias de los diferentes pueblos que acogen al islam como religión; algo así como lo que se venía haciendo desde antaño antes de la llegada del islam. En el caso de al-Andalus, por ejemplo, hablamos de un pueblo al que le gustaba festejar con baile, música y vino, un pueblo alegre con un gusto especial por el arte. Cuando la población acogió al islam, aceptó su tradición, pero no renunció a sus costumbres, por lo que siguieron, entre otras cosas, bebiendo vino. Para los almohades esta dicotomía no debería existir. La costumbre había que suprimirla, cortando esas prácticas desde su raíz, de manera que sólo quedara la tradición como fuente legal y manual de conducta. Como podemos imaginar, los andalusíes reaccionaron, pero, ante el poder militar que los almohades representaban, poco podían hacer. Los llamaban herejes por imponer una concepción distinta del islam y, de hecho, cuando al fin se libraron de ellos, purificaron las mezquitas para eliminar su influencia.
Los almohades se consideraban los musulmanes más puros porque regresaban a los tiempos del Profeta, despojando al islam de todos los aditivos posteriores que habían ido aportando los diferentes pueblos conquistados o convertidos. Ese proceso mediante el cual una doctrina se contamina con el paso del tiempo se conoce como “extrañamiento”.
Sin embargo, hay que hacer un apunte final en este análisis somero del almohadismo. Aquello que ellos mismos combatían les acabó afectando. Según el excelente análisis que Maribel Fierro hizo de las sentencias de los cadíes almohades a lo largo de su siglo y medio de existencia, esta doctrina sufrió un paulatino relajamiento que la alejó progresivamente de la pureza que supuestamente defendía. Lo que en tiempos de Ibn Tumart se castigaba con la muerte, en las últimas décadas del califato se castigaba con latigazos. La interpretación y aplicación literal de la norma islámica primigenia va decayendo. Un hito especial que demuestra este proceso de extrañamiento es el del califa al-Mamun. Este califa almohade (1229-1232) renegó de un pilar básico de la doctrina que representaba: la infalibilidad de Ibn Tumart.
Es fácil deducir que entre Ibn Tumart, fundador de la doctrina almohade, y al-Mamun, califa almohade que reniega de él, hay un continuo en el que el almohadismo va perdiendo fuerza y rigorismo. Una vez más, el tiempo cambia las cosas, pule las aristas, y hace que se desmoronen las más altas y fuertes torres…
MARIO VILLÉN LUCENA
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