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"Torquemada. El gran inquisidor: Una historia del Santo Oficio", de Iván Vélez

La Esfera de los Libros
viernes 19 de marzo de 2021, 08:00h
Fray Tomás de Torquemada, presbítero dominico palentino, a priori confesor de la reina Isabel I la Católica de Castilla y de León, nació en 1420, 14 de octubre, en Torquemada, y pasaría mejor vida en Ávila, el 16 de septiembre de 1498. Sería el primer inquisidor general del Santo Oficio de la Inquisición para los reinos de Castilla, de León, y de Aragón. A partir de 1480 dio comienzo a su persecución inmisericorde contra los conversos. Sería educado en la Universidad leonesa de Salamanca.
Torquemada. El gran inquisidor
Torquemada. El gran inquisidor

El pasado mes de octubre se produjo el 600º aniversario de su nacimiento, y aquí tenemos este magnífico volumen de La Esfera de los Libros para recordar, con todo rigor, a este clérigo importante, guste o no guste, en la Historia de las Españas. La responsabilidad de fray Tomás en el comportamiento del Santo Oficio debe ser compartida con muchos otros personajes de la época, desde el Sumo Pontífice (Sixto IV) de los católicos, hasta los mismos Reyes Católicos. Sería el encargado de encausar a muchos conversos, que habían pasado con mayor o menor sinceridad del judaísmo al cristianismo católico. “Algunos pagaron con su vida, otros vieron truncadas sus trayectorias, circunstancias que, sin duda, contribuyeron a la configuración de un retrato negativo de Torquemada, elaborado, en gran medida, desde esas filas”. Hernando del Pulgar nos informe de que: “Sus abuelos fueron de linaje de los Judíos convertidos á nuestra Santa Fé Católica”. Sebastián de Olmedo: “El martillo de los herejes, el relámpago de España, el protector de su país, el honor de su orden”.

Henry Kamen considera que hasta 1530, el Santo Oficio puso en las manos del brazo secular, para su ejecución, a alrededor de dos mil personas. En el primer capítulo, pleno de rigor y de interés, se relata la condena en 1724, a la pena de muerte en la hoguera, de la familia de Manuel Castro, alias Abraham, por judaizar. “Mas, yo confío en Dios que mi conciencia sé yo (que está tranquila aunque) afligida al menos reconozcan mi ynocencia”. La cohabitación entre cristianos y judíos entre los hispanos siempre fue complicada y difícil, aunque Sefarad, para referirse a toda la Península Ibérica, siempre tuvo un gran arraigo entre los hebreos. “La multitud de los deportados de Israel ocupará Canaán hasta Sarepta, y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán las ciudades del Negueb”.

Las leyes visigodas, tan coactivas para los judíos, fueron suprimidas por los reyes Sancha y Fernando I de León, y se hizo una regulación de los hebreos por Alfonso VI de León, protegidos por el monarca leonés como huéspedes regios, aportando elevados tributos a la hacienda regia. Inclusive los papas no podían ignorar que eran la génesis del cristianismo. En 1215 el papa Inocencio III, gran enemigo del Reyno de León y proclive desvergonzadamente hacia Castilla, en el IV Concilio de Letrán, decretó sobre la necesaria existencia de barrios separados entre cristianos y judíos. El rey Alfonso X el Sabio de León y de Castilla, siempre rodeado de hebreos: “Judíos son una manera de gente que como quier que non creen la fe de nuestro señor Jesu Christo, pero los grandes señores de los Christianos siempre sufrieron que biviessen en entre ellos…”. En 1348 Alfonso XI de León y de Castilla prohibió, por medio de un ordenamiento regio, que judíos y moros pudiesen prestar con interés. Página 28: “encargada de recaudar los impuestos en la corona de Castilla…”. ¡No existió nunca jamás la Corona de Castilla, término anhistórico por antonomasia!, ya que la titulación regia siempre es: de los Reinos de León y de Castilla o viceversa.

En 1391 el atrabiliario arcediano de Écija, Ferrán Martínez, acaudilló una gran matanza de hebreos, siendo juzgado y condenado por ello. El rey Fernando II de Aragón se rodeó de conversos o marranos o alboraiques (“Alboraique tenía boca de lobo y así la tenían los marranos, pues eran hipócritas y falsos profetas”) o tornadizos o marrandíes-errados. Eran aquellos: Fernando Núñez Coronel; Juan Núñez Coronel; Alfonso de la Caballería; Luis de Santángel; Gabriel Sánchez; Sancho de Paternoy, y Gaspar de Barrachina. “Exigit sincerae devotionis affectus: Sixto obispo, siervo de los siervos de Dios, al carísimo en Cristo hijo nuestro Fernando y a la carísima en Cristo hija nuestra Isabel, ilustres rey y reina de Castilla Y DE LEÓN, salud y bendición apostólica…Noviembre de 1478”. Hasta los papas saben la titulación regia mejor que algunos historiadores hispanos. Los monarcas podrán elegir a los inquisidores, aunque ese Sumo Pontífice ya citado revocará el privilegio regio, en el año 1482, y nombrará motu proprio a ocho inquisidores de la orden de predicadores, entre ellos a fray Tomás de Torquemada. Se debería combatir: “la peste de la pravedad herética, cuya malicia se difunde como un cáncer”.

Se piensa que el Rey Católico estaba más por la labor inquisitorial que su regia esposa, lo que está en contradicción con su habitual pragmatismo. Su deseo de un Santo Oficio en los Reinos de Aragón es palpable en las maniobras realizadas para conseguir que lo fuese Gaspar Jutglar. A partir de 1485 se procede a la detención de muchos conversos en Zaragoza. El 13 de septiembre sería asesinado el inquisidor Pedro Arbués en la Seo de Zaragoza; se colige maliciosamente, que el Rey Católico, dentro de su inteligente y habitual maquiavelismo estaba al tanto y lo permitió para erosionar el poder de los fueros del Reino de Aragón, y así tenía las manos libres para crear un tribunal del Santo Oficio acorde a sus intereses. Con este preámbulo otorgo mi placet para esta obra que se debe leer con delectación y rigor.Ceterum censeo Carthaginem esse delendam”.

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