Necesitará el lector aquietar su creciente curiosidad según avance por este artefacto narrativo de muy buena factura, aceptando para su disfrute la condición no escrita que el autor impone: “pasen y lean, déjense llevar, todo tiene su porqué”. Y así es: Beckett, Joyce, Virginia Woolf conviven con el protagonista Gabriel Mahler, perdón, Gabriel Relham, y otros cuerdos de atar en la buhardilla de la calle Atocha que habitó el autor de muy joven, cuando todo estaba por venir. “El recuerdo de Elvira, su fotografía, esa realidad que tengo que destruir para no olvidarla. Deletreo su rostro, las facciones de su rostro. Mi alma. Deletreo mi alma”, nos dice el protagonista al término de la quinta escena. Y en ese deletreo del alma, al encuentro de lo perdido por vivido, se aplica Justo Sotelo en los seis capítulos del libro, por donde transitan críticos de teatro ataviados con trajes negros de lino de Francisco Valiente, jóvenes vestidas por Cerruti, un bufón de buena cuna, Visconti, y todos ellos al servicio de Gabriel Relham y su afanosa búsqueda de una identidad difuminada por los envites de ese incidente vertical y transitorio que llamamos vida.
Literatura, amor, amistad y música son los nutrientes para una historia singular donde nada es lo que parece, y todo puede suceder en cualquier momento: véase la oportuna salida a escena del bufón cuando ya todo son postrimerías, “Si Gabriel Relham ha alcanzado o no sus propósitos, eso solo lo dirá el tiempo”, afirma con insolente desparpajo cuando ya se apagan las luces y cae el telón.
Viaje cumplido para una novela escrita desde el riesgo y el gozo, dos actitudes que agradece el lector, pues si un poema necesita de silencios para que así se sienta concernido, esta novela tiene los huecos necesarios para que el lector se implique completando aquello que apenas se vislumbra, pero está. Y de eso va la buena literatura, de contar lo justo, que siempre es demasiado, y hacerlo con pasión teniendo al lenguaje por bandera.
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